El pasado 20 de enero, asumió la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, un político republicano cuyas promesas de campaña encendieron las alarmas de muchas personas que promovemos una agenda humanitaria basada en los derechos humanos, la igualdad de género y la libre movilidad humana. Este hecho supone un reto significativo que amenaza con revertir avances en la justicia social alcanzados tras años de lucha.

Uno de los ejes de su discurso electoral fue el cierre de la frontera sur con México. Sus decretos incluyen drásticas medidas de control migratorio como la militarización de la línea fronteriza, deportaciones masivas y detener en territorio mexicano el avance de miles de personas migrantes hacia Estado Unidos.

Ese mismo día, la aplicación en línea para tramitar las solicitudes de asilo, conocida como CBP One, fue suspendida, cancelando de forma súbita e indefinida las citas de miles de personas que anhelaban esa oportunidad para poder migrar de forma regular.

Muchas organizaciones no gubernamentales han manifestado su preocupación ante tales medidas, las cuales criminalizan a las personas que migran y deshumanizan "al otro" (quien no es parte del "nosotros"), fomentando la xenofobia y propiciando actos represivos —por ejemplo, encarcelamientos en estaciones migratorias— con potenciales consecuencias fatales.

Así, estas medidas ponen en riesgo la vida de quienes ya vienen luchando por sobrevivir sin importar su edad, su género, si viajan con su familia o no van acompañados… ¿Qué podemos hacer desde una perspectiva de cuidados para contrarrestar tal deshumanización

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Una historia de amistad intercultural

Durante ocho años trabajé como mediador intercultural en programas de intercambio estudiantil. Mi principal responsabilidad consistía en brindar acompañamiento psicosocial a jóvenes que, por un año, pasaban su intercambio con una familia de acogida en países extranjeros, asistían a una escuela local y se sumergían en la cultura de sus países de destino. Las diferencias culturales eran fuentes de conflicto, lo cual implicaba constantes negociaciones entre personas con valores y puntos de vista diversos. 

En una ocasión, una escuela en Chiapas organizó una feria intercultural. Les pidieron a sus estudiantes que prepararan una presentación sobre sus respectivos países para compartir en el auditorio frente al resto de la escuela. Tras un desfile de tradiciones y costumbres, sólo quedaban dos estudiantes por pasar, uno proveniente de Polonia y otro de Alemania; para aquel momento del intercambio, ambos eran grandes amigos y hablaban un español bastante fluido.

Primero subió el estudiante de Polonia, quien mostró la bandera de su país, compartió algunos datos culturales y gastronómicos, mostró una danza típica y habló sobre la historia de su pueblo, tocando el sensible momento de la ocupación bajo el régimen del Tercer Reich.

Cuando narró las atrocidades que su abuela y su abuelo sufrieron, fue muy cuidadoso de jamás decir que fueron "los alemanes", sino de referir siempre al estado Nazi. Cuando terminó, su amigo de Alemania subió al escenario, visiblemente perturbado; balbuceando, miró a su amigo polaco y alcanzó a decir “lo siento”.

No hubo más presentación. Ambos estudiantes se abrazaron en el escenario, sus lágrimas expresaban sensibilidad ante los dolores de una guerra que no vivieron en carne propia, pero que marcaba profundamente sus biografías. Conmovido, el público presente también lloraba y aplaudía con fuerza la amistad intercultural que sanaba una herida histórica y vinculaba a dos "otros" que por fin se encuentran.

Sensibilidad a las diferencias

Por un lado, la sensibilidad intercultural es un concepto que apela a nuestra capacidad de apreciar las diferencias interculturales de forma que seamos permeables a otras formas de ver, entender, valorar y experimentar el mundo.

Los programas de intercambio, por ejemplo, apelan al potencial transformador que tiene el contacto entre personas de diferentes culturas para construir relaciones más pacíficas, cuestionar nuestro etnocentrismo y generar vínculos de mutuo reconocimiento que nos permitan experimentar, como dijo el poeta Antonio Machado, “la incurable otredad que padece lo uno”.

Por otro lado, la importancia de pensarnos de forma interdependiente y en contextos relacionales es la base de una perspectiva de cuidados. La vulnerabilidad humana es el elemento constitutivo del delicado balance que implica sostener la vida.

Por ello, esta perspectiva es muy eficaz para visibilizar desigualdades y sistemas de opresión que discriminan con base en criterios como la nacionalidad, el género, la edad, entre muchos otros. De esa forma, los cuidados son una agenda política que pugna por recentrar la vida en sus múltiples expresiones.

Encuentro indispensable mirarnos y mirar esa otredad desde una perspectiva de cuidados, que reconozca nuestro lazo constitutivo común, que honre nuestra fragilidad desde la sensibilidad "al otro" y que se atreva a reflejarse tanto en sus similitudes como en sus diferencias.

En un contexto donde se criminaliza la extranjería y se deshumaniza a las personas migrantes, los cuidados vienen a recordarnos nuestra interdependencia, reafirmando la urgencia de actuar de forma sensible y corresponsable.