Durante siglos se nos ha enseñado a mirarnos como personas aisladas, a interpretar la vida desde el yo y no desde el vínculo. La colonialidad y el cisheterosexismo han moldeado esta insistencia: producir sujetos autocontenidos, separados y disciplinados para funcionar en engranajes de productividad que exigen autosuficiencia, indiferencia ante la vulnerabilidad y ruptura de los lazos que sostienen la vida en común.

Es una violencia silenciosa: golpea cuerpos, fabrica subjetividades que se suponen independientes y soberanas de sí. Subjetividades que deben salir adelante solas, aunque resulte falaz este mandato. Esta fabricación del sujeto masculinizado, autónomo, racional y aislado ha sido uno de los núcleos más persistentes de la violencia estructural moderna.

Pero la experiencia cotidiana desmiente este mandato. Vivir es saberse vulnerable; sobrevivir es reconocerse interdependiente

Subjetividades en lugar de sujetxs

Frente a la ficción del individuo autosuficiente surge un horizonte ético-político que no niega la fragilidad, sino que la acoge como punto de partida para imaginar otras formas de ser y estar en el mundo. Ese horizonte no se construye desde el yo que se basta a sí mismo, sino desde el vínculo como lugar donde la vida se hace posible. Allí donde dos o más se sostienen, allí donde se tejen redes pequeñas pero firmes, donde el cuidado emerge genuino sin autorización ni permiso, es allí donde se gesta otra política: la de la vida en común.

Si colocamos el vínculo en el centro, cambia también la manera en que pensamos la subjetividad. No se trata de un sujeto fijo que lleva dentro una identidad bien delineada; se trata de subjetividades que implican procesos en devenir, que se hacen y rehacen en su encuentro con otras.

Desde esta mirada, la unidad de análisis ya no es el sujeto individual, sino la subjetivación misma: la producción constante y dinámica de subjetividades políticas en interacción con otras vidas.

El filósofo decolonial Santiago Castro-Gómez afirma que devenimos sujetos en entramados de subjetividad, nunca aislados, nunca desde un origen interno y autosuficiente. La subjetividad no brota de la persona como un manantial privado, sino que se produce en la relación, en lo colectivo. La feminista posthumana Rosi Braidotti propone valorar las formas de constitución del yo que son transversales, abiertas al exterior y que privilegian una actitud cooperativa de acción. 

Una ética infrapolítica

Esta forma de asumirnos en devenir desafía la subjetividad prescrita por el orden hegemónico, esa que exige coherencia, estabilidad y repetición. Resistir a esto es permitir que nuestra subjetividad se abra, se mueva, se conecte con múltiples puntos, tiempos y experiencias; es hacer del vínculo un espacio político que nos permite no parecernos a aquello que el poder quiere que seamos.

Desde la ética infrapolítica de los cuidados trans, Hil Malatino nos recuerda que las prácticas de cuidado significativas no son las que se organizan desde arriba, sino aquellas que emergen entre quienes somos socialmente consustanciales e interdependientes.

Son prácticas mutuas, recíprocas, no explotadoras ni alienantes. Ocurren en redes informales, invisibles para la política formal, casi siempre ajenas al radar del poder hegemónico. Allí, en esas prácticas silenciosas, se sostiene la vida en común de quienes enfrentan hostilidad, exclusión o indiferencia de las estructuras sociopolíticas dominantes.

La resistencia, desde esta mirada, no siempre toma la forma del grito o de la marcha; muchas veces se despliega como un gesto cotidiano de cuidado, como un “te acompaño”, como un estar con pese a todo.

En esa línea, pensar el cuidado como un derecho autónomo —cuidar, ser cuidadx y autocuidarse— nos conduce a comprender que incluso el autocuidado es una práctica relacional: un vínculo con el yo que se reconoce parte de un entramado mayor. También nos abre a una ética que incluye lo colectivo, las relaciones interespecie y lo ecosistémico como parte de la misma trama que hace posible la vida.

Al final, quizás la pregunta no sea cómo fortalecernos individualmente, sino cómo fortalecer los vínculos que nos sostienen. Cómo ensancharlos, cómo cuidarlos, cómo defenderlos. Porque es allí, en ese entre que compartimos, donde la vida se vuelve vivible. Porque solo cuando el vínculo es el centro, la vida en común puede convertirse en un proyecto político y afectivo capaz de resistir, de transformar y de abrir horizontes más dignos para todas las existencias.

Referencias

Braidotti, Rosi (2018) Por una política afirmativa. Itinerarios éticos. Barcelona, Editorial Gedisa

Castro-Gómez, Santiago (2003) Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la invención del otro, en: E. Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: Clacso/Unesco, pp. 88-98 http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/sur-sur/20100708045330/8_castro.pdf

Malatino, Hil (2021) Cuidados trans, Barcelona, Edicions Bellaterra.

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