Bastante tinta ha corrido desde los primeros estudios sobre cadenas globales de cuidado que fueron pioneros en indagar la relación entre cuidados y migración. Hoy nos enfrentamos a una basta literatura que se pregunta por las diversas relaciones de cuidado en las que participan las personas migrantes, tales como los cuidados entre familias transnacionales, los sistemas de protección social internacional o los cuidados comunitarios.
Los estudios sobre cuidados comunitarios en la migración han obtenido un interés creciente en la última década y lograron una mayor visibilidad durante la pandemia, ese momento histórico para la región en el que se recrudeció eso que autoras como Valenzuela y Scuro llaman "la crisis del cuidado".
Esa crisis del cuidado evidenció los injustos arreglos sociales que se traducen en un modelo donde la carga cae de forma excesiva en las familias y las mujeres, cómo es que el Estado se retira de sus funciones sociales y la población envejece de forma acelerada, entre otros.
Sin embargo, esta crisis acumulada e histórica no afecta de forma igual a todas las personas y mujeres, las mujeres pobres, racializadas y migrantes, sienten de forma especial la retirada del estado de sus funciones y la inequitativa redistribución de las cargas.
En el caso puntual de las mujeres migrantes en América Latina, la búsqueda de alternativas comunitarias es una estrategia importante para sobrevivir y enfrentar la precariedad que supone vivir o transitar por países donde no están sus redes de apoyo y que cuestionan su ciudadanía y sus derechos. (Mariana Yurani Camacho)
Los cuidados comunitarios en contextos de migración nos obligan a cuestionar miradas tradicionales sobre la comunidad y lo comunitario. Respecto a la primera, muchas veces el cuidado comunitario migrante se da sin que exista una noción de comunidad tradicional anclada a un territorio en común como, por ejemplo, un barrio.
En este punto es muy útil la conceptualización que ofrecen Goe y Noonan* quienes señalan que hay dos vertientes muy fuertes de análisis: la primera concibe la comunidad anclada al territorio físico y la segunda la comunidad se define por unos fines de sentido o intereses en común.
En el terreno práctico existe una amplia y diversa muestra de cuidados comunitarios en contextos migrantes, por una parte, encontramos las vivencias ancladas al territorio en común, donde se pueden destacar ejemplos como los cuidados construidos entre personas migrantes bolivianas en defensa de su barrio y en la lucha por un medio ambiente sano en la periferia del Gran Buenos Aires, ejemplo maravillosamente documentado por Carolina Rosas*.
Por otra parte hay una diversidad de espacios donde se proveen cuidados comunitarios orientados por intereses compartidos, muchos de ellos de forma esporádica y coyuntural, en este caso encontramos asociaciones, redes de apoyo, colectivas feministas, grupo de connacionales en redes sociales virtuales, entre muchas otras formas donde se construyen relaciones de cuidado entre personas migrantes que comparten necesidades como el acceso a la salud, a la educación, la preservación de la identidad nacional, la búsqueda de empleo o vivienda, la integración a la nueva sociedad, la protección entre mujeres migrantes frente a la violencia de género, entre otras.
Ahora bien, ¿quién se encarga de ese cuidado comunitario en la migración? Es importante alejarnos de la visión romántica de lo comunitario como un espacio donde solo ocurren cosas buenas y destacar que está feminizado y que al interior se presentan jerarquizaciones e inequidades raciales, de clase y de género. Sin embargo, como quiero argumentar aquí, también son espacios de potencia política y autocuidado.
En esta vía, es importante repensar la lógica sacrificial que supone que la participación de las mujeres en los cuidados y en este caso, en los cuidados comunitarios reproduce desigualdades de género. Es verdad, como señalaban autoras anglosajonas como Gillian Dalley* qué en el caso del último, una gran parte se ha realizado históricamente en los hogares y se ha apoyado en el trabajo no remunerado de las mujeres de la comunidad, pero pensarlo exclusivamente como espacio de opresión es algo que puede ser cuestionable.
En su tesis doctoral con mujeres rurales en la pampa, la argentina Johana Kunin encontró que precisamente esa familiarización del cuidado comunitario, esa línea tenue entre los dos ámbitos es el rasgo que permite que muchas mujeres puedan compatibilizar sus trabajos de cuidados no remunerados con la participación en espacios públicos.
Igualmente, Kunin encontró que para estas mujeres participar en espacios comunitarios no era visto como una fuente de bienestar y autocuidado, a lo que llamó prácticas de cuidado paradójico, en sus palabras: “cuidarse y cuidar a otros no son necesariamente prácticas excluyentes (…) tener tiempo para una, es tenerlo en simultáneo para otros”.
Esta dimensión del cuidado comunitario también está presente en las investigaciones que indagan sobre los cuidados en la migración en tránsito, autores como el profesor Héctor Parra reflexionan sobre la potencia política que supone cuidar mientras se caravanea, un cuidado que va más allá de los albergues y que se traduce en la creación por parte de migrantes y sociedad civil, de espacios de referencia de ayuda en el camino. En estos ejercicios, como señala el autor, el centro de la acción colectiva es el cuidado de la vida de los más vulnerables.
En los países de destino y tránsito, muchas personas migrantes encuentran en los espacios de cuidado comunitarios la posibilidad de utilizar, resignificar y valorar sus conocimientos diversos y populares, muchas veces cuestionados en la sociedad receptora, pero que, sin embargo, ayudan a resolver dilemas de cuidado como el precario acceso a la salud de las personas migrantes.
Un ejemplo de esto, es el concepto de "epistemología popular migrante", de las profesoras Amarela Huerta y Soledad Velasco* que les permite comprender cómo se cuidan las mujeres transmigrantes al usar sus saberes y practicas populares para proveer y recibir cuidado emocional y físico en el camino.
Por esta razón, es necesario que pensemos en la construcción de espacios de cuidado comunitarios migrantes donde no se repliquen las lógicas sacrificiales, sino donde el tiempo compartido sea un tiempo de bienestar propio y colectivo.
Para muchas personas migrantes lo comunitario es un espacio donde podemos reconstruir esas relaciones de afecto y cuidado que dejamos en nuestro país, pero también donde podemos desafiar la negación histórica de nuestro ejercicio de ciudadanía.
Politizar el cuidado, sacarlo de la exclusividad del espacio familiar, redistribuirlo, puede ser una vía para lograr construir esa voz que nos ha sido negada y mientras lo hacemos, queremos disfrutar el cuidarNOS.
Referencias*
-Velasco, S., & Huerta, A. (2022). En el camino, ¿si nosotras no cuidamos, quién entonces?”. Mujeres, epidemiología popular migrante y economía del cuidado en los corredores migratorios de las Américas en tiempos de COVID-19. Tramas y redes, 2, 23–55.
-Rosas, C. (2018). Mujeres migrantes en el cuidado comunitario. Organización, jerarquizaciones y disputas al sur de Buenos Aires. . En C. Vega, R. Martínez Buján, & Paredes Myriam (Eds.), Experiencias y vínculos cooperativos en el sostenimiento de la vida en América Latina y el sur de Europa (pp. 301–321). Traficantes de Sueños.
-Kunin, J. (2019). El poder del cuidado : mujeres y agencia en la pampa sojera argentina. Universidad Nacional de San Martin.
-Goe, W.R., & Noonan, S. (2007). The Sociology of Community.