Mientras se sigan invisibilizando e ignorando las diferencias y desventajas estructurales en el desarrollo laboral de las mujeres, se seguirán reproduciendo las lógicas que impiden un cambio de raíz y alimentan las brechas de género.

Hoy, aunque cada vez más mujeres se preparan académicamente y participan en espacios de toma de decisión, los datos nos muestran que seguimos enfrentando barreras profundas:

  • Solo el 46% de las mujeres en edad de trabajar en México participa en la economía remunerada, frente al 77% de los hombres.
  • Más de la mitad de las mujeres ocupadas (55.2%) trabaja en condiciones de informalidad, sin acceso a derechos laborales.
  • Las mujeres ganan, en promedio, 15% menos que los hombres por el mismo trabajo, y la brecha se amplía al 20% en el sector informal.
  • Solo el 3% de las empresas listadas en la Bolsa Mexicana de Valores tienen a una mujer como directora general.
  • Además, las mujeres realizan tres veces más trabajo de cuidados no remunerados que los hombres. Este trabajo, invisibilizado, representa aproximadamente el 24% del PIB nacional.

Estos datos no son cifras aisladas. Son parte de un entramado más grande que llamamos desigualdad estructural: un conjunto de condiciones históricas, sociales, económicas y culturales que posicionan sistemáticamente a las mujeres —y en especial a las mujeres indígenas, racializadas, de sectores populares— en desventaja frente a los hombres.

A esto se suman los valores patriarcales interiorizados: creencias que hacen que muchas mujeres duden de su propia capacidad, sientan que deben demostrar permanentemente su valor, o que no son lo suficientemente buenas. Esta exigencia constante genera un desgaste emocional y físico enorme, que pocas veces se reconoce como consecuencia de un sistema estructuralmente desigual.

Además, el propio sistema fomenta y alimenta la competencia entre mujeres, obligándolas a abrirse espacio en estructuras patriarcales que las ponen, de manera explícita o sutil, a competir por recursos limitados, posiciones o reconocimiento. Una competencia que fractura vínculos, produce aislamiento y refuerza la falsa idea de que el éxito individual es la única vía posible.

¿Qué pasa cuando además del género, sumamos factores como la raza, la clase social o la región en la que vivimos? ¿Quiénes son las mujeres más afectadas por esta desigualdad estructural y por qué? ¿Qué implica reconocer que no todas partimos del mismo punto ni tenemos las mismas oportunidades, incluso si nos 'esforzamos' igual?

Reconocer la desigualdad estructural es entender que no basta con que una mujer estudie más, trabaje más o sea 'más competitiva'. Las reglas del juego están diseñadas para favorecer ciertos perfiles y excluir a otros, y mientras no cambiemos esas bases, las brechas persistirán. (Marilú Rasso)

Por eso, también es importante cuestionar las miradas que ponen todo el peso en los méritos personales y la voluntad individual. Este enfoque, además de estrecho, es peligroso: conduce a que muchas mujeres se sientan frustradas, fracasadas, o crean que el problema está en ellas —en su falta de esfuerzo, en sus decisiones, en su 'incapacidad' para avanzar— cuando en realidad están enfrentando un contexto profundamente desigual que no les permite desarrollarse plenamente.

Hablar de desigualdad estructural es hablar de:

  • Un mercado laboral que sigue exigiendo jornadas que ignoran la carga de cuidados.
  • Empresas que reproducen estereotipos y bloquean el acceso de mujeres a puestos de liderazgo.
  • Políticas públicas que no alcanzan a reconocer ni atender las necesidades específicas de quienes enfrentan múltiples formas de discriminación.

No se trata solo de "romper techos de cristal" individuales. Se trata de cambiar las bases del edificio. De construir una estructura nueva, donde ser mujer —y ser mujer racializada, indígena, de clase popular, de diversidad sexual— no signifique cargar con más obstáculos invisibles.

Como dijo Gloria Steinem: “No queremos solo una rebanada del pastel; queremos una receta completamente nueva.”

Y esa receta tendrá que ser pensada de manera colectiva, diversa y profundamente transformadora.

La pregunta no es si las mujeres podemos llegar a la cima. Es: ¿qué tenemos que transformar para que el camino sea accesible, justo y digno para todas?

Porque la transformación será colectiva o no será.

Si vives o crees que estas viviendo violencia comunícate con nosotras:

Espacio Mujeres para una Vida Digna Libre de Violencia, A.C. 55 3089 1291

Red Nacional de Refugios, A.C. 800 822 44 60

Si quieres apoyar nuestro trabajo https://www.espaciomujeres.org/donativo/

*Fuentes

-IMCO: Instituto Mexicano para la Competitividad.

-El Economista: Informes sobre empleo y brecha salarial.

-El País: Reporte sobre mujeres en puestos directivos en la Bolsa Mexicana de Valores.

Inmujeres: Instituto Nacional de las Mujeres, estudios sobre carga de cuidados no remunerados.