Rosi tiene muchos sombreros puestos: es doctora en química, madre y migrante latinoamericana que desde hace más de diez años ha hecho de México su hogar. Como algunas otras personas migrantes, con muchos esfuerzos, ella logró continuar sus estudios y establecer su residencia permanente en este país.

En nuestra entrevista, ella me cuenta sobre la importancia de todas las personas que la sostuvieron durante momentos difíciles de su proyecto migratorio:

Aunque nos conocimos hace poco, son personas muy importantes para mí. En poco tiempo logramos una conexión profunda. Cuando una sale de su país es difícil encontrar vínculos así; no es lo mismo que con la gente de toda la vida, con quienes compartes cultura, principios e historia. Una de ellas me abrió las puertas de su casa cuando más lo necesitaba. No tenía ni cuarto para mí, yo dormía en su sofá, me daba de comer, me acompañaba. Yo no tenía nada, ni dinero, porque la beca tardó tres meses en llegar. Ella me dijo: “no te preocupes, aquí no te va a faltar nada”. Y me alojó hasta que pude mudarme a mi propio departamento.

En los espacios marcados por procesos migratorios, ya sean lugares de origen, tránsito o destino, las redes que formamos con otras personas son auténticos salvavidas. Más allá de fungir como soporte emocional, se trata de infraestructuras vitales que sostienen la vida en contextos atravesados por la precariedad y la vulnerabilidad.

Al no tener familia ni amistades cerca, muchas personas migrantes encontraron alivio, refugio y consuelo en otras personas, quienes entendieron sus miedos, su nostalgia y su cansancio. A veces eran cosas sencillas, pero todos esos gestos crearon una red capaz de resistir el desarraigo, el choque cultural y la xenofobia.

Redes de cuidado entre mujeres migrantes

Las redes de cuidado son ese tejido diario de acciones, afectos y prácticas que permiten sobrevivir, sanar y continuar. Son las relaciones que establecemos con otras personas, vecinas, amigas o grupos para apoyarnos en la enfermedad, la sobrecarga de cuidados o la soledad.

Muchas veces, el vínculo encuentra su posibilidad mediante algo en común, ya sea un encuentro con connacionales, otras personas migrantes o gente sensible, empática con la experiencia de quienes comienzan desde cero a reconstruir su vida. Esta sensibilidad migrante —la capacidad de reconocerse en la vulnerabilidad— posibilita que los cuidados trasciendan los límites de la familia consanguínea y creen una forma de parentesco, una familia de elección.

Claudia, por ejemplo, forma parte de un grupo de WhatsApp con mujeres colombianas en México que se alertan de chambas y se socorren cuando alguna lo requiere. Valentina, venezolana, es parte de comunidades virtuales para compartir consejos profesionales, de cuidados, recetas con los ingredientes disponibles en otro país y hasta envíos de ayuda a su país de origen aprovechando los viajes de alguna otra compañera. Estos espacios virtuales tejen una presencia real que atraviesa tanto fronteras como horarios.

El trabajo de rehacer la red de cuidados

Pero estas redes no surgen de la nada: necesitan tiempo, escucha, organización y mucho trabajo emocional. Hay que remendar los hilos rotos, sostenerlos en la distancia y retejerlos una y otra vez. Asimismo, las redes se tensan, se desgastan o se rompen.

Blanca, académica y madre nicaragüense, relata que se siente más sola porque tiene una red más débil en México, por lo que el cuidado recae casi exclusivamente en ella; regresar a su país no es para nada una opción, así que debe sortear los retos cotidianos con lo que tiene a la mano. Alina, emprendedora costarricense, puede costearse ayuda en casa, pero la lejanía con su madre y hermana, así como los roces con la familia de su esposo la tienen agotada. Las redes también pueden sobrecargarnos física y emocionalmente.

Además, tejer y sostener una trama de cuidados es profundamente un trabajo político de resistencia contra el desamparo estatal, la indiferencia social y la ausencia de corresponsabilidad masculina. Así, cuidar es hacer justicia todos los días.

Por último, es importante resaltar que, en los contextos migratorios, los cuidados son móviles, transnacionales y, a veces, digitales. No sólo están en el país de destino, sino que circulan en llamadas, videollamadas y envíos de dinero, regalos y afectos que, en última instancia, mantienen las condiciones necesarias para brindar y recibir cuidados. La tecnología hace posible estar presente a la distancia, crear lazos que nutren su sentido de pertenencia y la copresencia.

Las redes de cuidado nos recuerdan que nadie vive ni se salva solo; que la vida humana y no humana depende de la cooperación, la ternura y la interdependencia. En el Día Mundial de los Cuidados y el Apoyo, cada 29 de octubre, miremos hacia quienes cuidan y sostienen la vida.

Las mujeres migrantes nos muestran que cuidar es también resistir y que en cada gesto —una llamada, un abrazo, una olla compartida— habita una promesa de futuro: la de una vida digna sin importar dónde estemos ni de dónde venimos.

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