Esta columna es especial porque en ella se entrelazan las voces y vivencias de compañeras feministas con quien he coincidido en este andar a favor de los derechos humanos de nosotras, de las otras, de todas. Son palabras que nacen del dolor, pero también de la fuerza colectiva que nos sostiene. Porque cuando nos compartimos, tejemos esperanza. Y cuando escribimos juntas, sembramos futuros feministas. 

Las organizaciones feministas que evidenciamos los avances, pero también los retos, no trabajamos para quedar bien. Trabajamos para que las mujeres vivamos libres, dignamente y sin violencias.

Abrazar nuestro derecho a alzar la voz, no es una cuestión de egos, tampoco de protagonismo, es una cuestión de democracia. De colectividad. De coherencia y ética feminista. Y eso implica también denunciar lo que no funciona, exigir lo que falta, visibilizar los riesgos de la cooptación y de la simulación. (Wendy Figueroa Morales)

Un gobierno que se dice feminista no puede elegir solo a las voces cómodas. No puede promover la consigna de “llegamos todas” y al mismo tiempo excluir a quienes cuestionamos desde la experiencia, la evidencia y el territorio. Lo contrario sería convertir el feminismo en un accesorio institucional, funcional al poder y vacío de transformación.

Esto lo sentimos, percibimos y vivimos muchas como nos comparte Carmen Sánchez, activista por los derechos de las mujeres y víctimas atacadas con ácido en México:

Últimamente he sentido una sensación profunda de frustración, impotencia y rabia frente a las instituciones y personajes de la política...Si nos reciben; nos reciben con gestos de cortesía, nos sientan en mesas de diálogo que, en apariencia, buscan respuestas. Pero una vez que comenzamos a exponer los casos, la sensibilidad desaparece. Las palabras se diluyen, las promesas se vuelven humo. Reuniones vacías, sin seguimiento, sin compromiso real. No hay interés genuino por resolver. No hay voluntad de transformar el sistema que reproduce la impunidad.

Queremos espacios verdaderamente plurales donde la experiencia de las sobrevivientes, de las colectivas, de quienes acompañamos en territorio a cientos de mujeres, de quienes sostienen refugios, líneas de atención, casas de emergencia, seamos escuchadas y tomadas en cuenta como parte activa de la transformación que se dice buscar.

Alzar la voz es un acto de amor político. Nombrar lo que falta también es construir, lo hago y lo seguiré haciendo sin importar donde me encuentre, porque la convicción por la justicia y la vida no dependen del territorio que habito, habito los derechos y su exigibilidad.

Lo hago desde la certeza de que exigir es parte de defender derechos. Pero, aun así, a veces duele. Duele la exclusión, la indiferencia institucional, la forma en que se cierran los espacios para quienes no cabemos en el molde de la celebración constante.

A ello se suma la sensación de cansancio en la búsqueda de ser escuchadas y dejar claro que no es un tema personal sino de derechos humanos, sensación compartida por muchas, como lo nombra Elsa Simón Ortega, directora de Por la Superación de la Mujer, AC, refugio integrante de la RNR:

Es como si estuviéramos en una batalla para no ser invisibles, pero, así como han pasado muchos gobiernos de diferentes colores e ideologías, seguiremos trabajando todos los días del año. Confió en que la Presidenta de México y la Secretaria de las Mujeres, no vean a las organizaciones que luchamos para eliminar las violencias contra las mujeres como enemigas, sino como aliadas por la protección y bienestar de las familias mexicanas. 

Nombrar lo que falta, evidenciar lo que duele, no debería alejarnos de las mesas de diálogo, tampoco el ser convocadas debería implicar guardar silencio o dejar de señalar las fallas. Al contrario: cuestionar, evidenciar y proponer tendría que ser condición para fortalecer el diálogo y reconocer que la disidencia es parte de la democracia. 

Un país que dice que “llegamos todas” no puede seguir construyendo sin algunas. No puede borrar a las que han estado, a las que sostienen, a las que resisten y exigen.

No puede aplaudirse a sí mismo cuando cientos de mujeres esperan justicia. Frente a discursos triunfalistas que afirman que los feminicidios o las desapariciones de mujeres han disminuido, duele e indigna volviéndose urgente escuchar las voces como la de Iovana y Daniela:

México y sus cuatro horas ante CEDAW, me recordaron esas juntas interminables, donde más que resolver las inquietudes de las víctimas, la autoridad llegaba sin conocimiento de causa, sin responder, ni atender los asuntos de manera diligentemente…Olvidaron el pasado, con sonrisas que revictimizan. Aplausos de ellas, para ellas, que estoy segura, dolieron en el alma de muchas de nosotras, las que no llegamos y a las que el Estado nos ha arrebatado todo. Por eso, yo Daniela Sánchez #NoMeVoyACallar. Daniela Sánchez, sobreviviente de tentativa de feminicidio.

Los llamados tiempos de las mujeres los nombro con un escepticismo propio de una narrativa que no parece ser suficiente cuando palpamos la vida, la nuestra, la de las otras, la de aquéllas. Hablo de las condiciones, de la vida, de la seguridad, de la violencia y la desigualdad que nos atraviesa a una mayoría en este país... También, hablo del sectarismo, aquella enseñanza patriarcal tan vigente. De la resistencia a la incomodidad de las otras voces que no sean las mismas y con ello, al pensamiento divergente. Iovana Rocha, feminista y activista guanajuatense.  

Gracias a todas las que incomodan, estoy convencida de que no vinimos a quedarnos calladas. Que cada palabra dicha con dignidad, aunque incomode, también es una forma de cuidado colectivo.

Nadie que acompañe violencias todos los días lo hace para quedar bien. Lo hacemos para que ninguna niña, ninguna mujer, tenga que vivir lo que ya no debería existir. Lo hago, lo hacemos desde la cora, por la justicia, y porque no habrá transformación sin verdad.