A plena luz del día, en un evento público, frente a cámaras y escoltas, un hombre se acercó a la presidenta de México y la tocó sin su consentimiento. Le tomó la cintura, intentó besarla, incluso la olfateó. Todo ocurrió en segundos... Nadie lo detuvo a tiempo.
Nos queda claro que ni el poder, ni la investidura, ni la seguridad privada impiden la violencia machista. Si la Presidenta de México, con todo un aparato de protección a su alrededor, puede ser agredida de esa forma, ¿qué nos espera a las demás?
Lo que vimos fue la expresión más cotidiana del patriarcado: esa idea de que los cuerpos de las mujeres están ahí para ser mirados, tocados y violentados. Se confirma el pensamiento de que nuestros cuerpos son territorio de conquista y mercancía de fácil acceso.
Lo que le hicieron a la presidenta, nos lo hacen todos los días a las mujeres trabajadoras, a las que viajan en transporte público, a las que caminan por calles oscuras para llegar a casa, a las que salen de madrugada rumbo al trabajo o la escuela. Nos lo hacen a las mujeres del barrio, a las que vivimos en colonias donde no hay alumbrado público.
La agresión a la presidenta nos recuerda algo que muchas ya sabíamos: en México, ningún espacio es completamente seguro para nosotras. Ni la casa, ni la escuela, ni la calle.
Y esto no es nuevo. Las mujeres en puestos de poder, las mujeres de oficina, las que limpian esas oficinas, las que siembran la tierra, las que venden en el tianguis: todas habitamos el mismo sistema que nos atraviesa y nos violenta. Nadie está exenta.
Porque el patriarcado no distingue clases ni cargos; nos golpea a todas, aunque de formas distintas. Y lo que pasó con la presidenta es el reflejo más claro de esa violencia sistémica.
El mensaje que deja ese video es terrible y claro: si a ella la tocan sin consecuencias, ¿qué pueden esperar las mujeres? Las que resistimos todos los días el peso del machismo en el transporte, en el trabajo, en el barrio, incluso en el amor.
Pero también hay otro mensaje posible, el que tejemos nosotras: que no estamos solas, que seguimos organizadas, que lo que le hacen a una, lo nombramos todas.
Porque sí, el cuerpo de la presidenta es el cuerpo de todas.
Urge seguir levantando la voz, seguir cuidándonos entre nosotras, porque nuestros cuerpos no se tocan, no se venden y no se gobiernan.

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