Cuidar para la libertad”

Por Angy

Hace tiempo noté que muchas de las cosas que orientaban mi vida, mis decisiones, mis sueños, mis devenires profesionales y mis elecciones en general, tenían que ver con una preocupación que las atravesaba: “¿Qué quiero yo para mi existencia? ¿Cómo quiero vivir? ¿Qué quiero hacer?”. Entonces comencé a vislumbrar que mucho de lo que marcaban mis acciones y reflexiones referían a cómo reconocer y conectar con mi deseo para darle tal o cual forma, tal o cual dirección a mi existencia. Un deseo radiante y pujante, al igual que ambiguo y confuso en muchas ocasiones, que me hizo darme cuenta que a mi me importaba ser y hacer en relación con él. Y que me hacía sentir que lo merecía.

La posibilidad de conectar con mis deseos habitaba en mí como una especie de voz sabia, encarnada y afectiva. Una voz interior que me llamaba con fuerza, con presencia y paciencia desde lo profundo de mi cuerpo y se desplegaba como un horizonte sintiente, ético y político que me compartía su “verdad” y su sabiduría: “Con sus límites, sus alcances y sus responsabilidades, tú puedes elegir construir la vida que te gustaría vivir. Tienes la capacidad y el derecho para darle forma a tu propia vida. A reconocer que tu vida es tuya y de nadie más”.

Un día quise saber de dónde venía esa voz. Realicé entonces diversos ejercicios introspectivos y sentipensantes para saber cuál era su procedencia y su historia. Contacté entonces con mi cuerpo y su memoria para que me contara más sobre aquella voz que se había vuelto un impulso para vivir y vivir a mi manera. Respiré profundo y sentí mi cuerpo, una y otra vez, hasta que la encontré. Y me enternecí.

Esa voz, en principio impersonal, iba tomando cada vez más cuerpo propio y me iba llevando hasta el ser que la había pronunciado para mí, también, una y otra vez: mi mamá. La ví a ella en diferentes edades, en diferentes momentos, diciéndome “tú puedes vivir como tú gustes vivir”. Regalándome la posibilidad de ser dueña de mi vida y de mis deseos, y de incentivarme a hacerlos realidad. Un regalo que me había sido donado también en los cuidados cotidianos que ella me dio y me da en todos los días de mi vida, y en los que he entendido que me ha cuidado para la libertad, es decir, para asumir la responsabilidad de ser y asumirme libre. 

Tiempo después, invité a mi mamá a escribir un texto sobre alguna experiencia de su vida. Y cuando me compartió su escrito me volví a sorprender. Sin decirle yo que andaba buscando esa historia, que había dado forma a una de mis voces interiores más fuertes, en el relato que mi mamá escribió contaba el origen de esa libertad que ella me había inculcado con sus cuidados y su propia voz. Un origen que hablaba de la injusticia de lo que podríamos llamar patriarcado y de cómo mi mamá había hecho para sobrevivirle y no replicarlo en sus maneras de maternar y de cuidarnos. Un escrito que les comparto en los párrafos que siguen para saber que cuidar para la libertad puede ir marcando uno de nuestros principales linajes y horizontes éticos y políticos para construir un mundo propio y común más justo, más nuestro y más digno de habitar.

“¡Hijas mías: vivan libres!”

Por Marisol

Siendo una madre joven de 22 años, con una bebé de dos añitos, nos fuimos con mi esposo a vivir donde estaba su nuevo empleo: las Islas Marías. Nos fuimos sin ninguna idea en nuestra cabeza, sólo el deseo de seguir juntos los tres. Y nuestra pequeña familia, a bordo de un gran barco, llegó a un punto invisible en el horizonte del Pacífico. 

Yo había sido criada con las normas religiosas y sociales que te educan desde el momento en que naces para casarte y tener hijos, con un hombre que te mantenga. Por automático se te borra la idea que una pueda ser en su vida “algo más” que una mujer casada y con hijos. Así, nos establecimos en el aquel entonces Penal Federal, donde estaba ahora el trabajo de mi esposo, lejos de todo y de todos. (Marisol)

Yo estaba feliz todo el día con mi bebé atendiéndola y a mi esposo, como buena esposa. Y así pasó un año cocinando con leña y haciendo tortillas de comal, olvidándome de las comodidades de la Ciudad de México. Cuando quedé embarazada de otra bebé, sentí que mi vida era la cúspide de la felicidad: tenía dos bebés lindas y sanas, me dedicaba de lleno a ellas y a mi esposo, que tenía su trabajo estable. Veníamos a ver a la familia a Ciudad de México con regularidad, y todo parecía que era un “felices para siempre”. 

Hasta que un día descubrí que mi esposo me engañaba con una interna del Penal… Dios mío, ¡no, no! Mi “felices para siempre” tenía más hojas escritas que las tres letras que forman un “FIN” de un cuento. Me habían formado para ser esposa, pero nadie me había dicho que esto se podía terminar. Ahora era una mujer de 24 años con dos bebés, perdidas las tres en la mitad del Océano Pacífico en un lugar donde yo ni nombre tenía. Porque en aquel lugar a mí sólo me llamaban “la esposa de Dávila”. Quizás nadie sabía cómo me llamaba. ¿Cómo iba a emprender esa vida que cambiaba ahora yo, como mujer, no más como esposa, ni como hija?

Regresamos a la Ciudad de México y ya no éramos los jóvenes embelesados por los sueños sociales. Todo había cambiado.  Y hoy que el tiempo ha pasado, 30 años más o menos y que la vida me regaló una tercera bebé, me doy cuento que rompí las cadenas de la esclavitud social de las mujeres, pues yo formé a tres mujeres que tienen el poder para vivir para sus sueños y sus deseos. No los sueños de los demás, ni los sueños de sus antepasados. Los suyos. Hoy les grito a mis hijas: “¡Hijas mías: vivan libres!”.

Angélica Dávila Landa

Maestra en Sociología Política por el Instituto Mora. Doctorante en Antropología en el CIESAS de la CDMX

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Marisol L. Peñaloza

Hacedora de mujeres en libertad. 

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