Hace unas semanas, en un evento en Monterrey, escuché a Antonia Rodríguez Miramón (Abogadas MX) decir que, si una inteligencia artificial creara el perfil de la “abogada promedio”, resultaría ser una mujer soltera o divorciada, sin hijos, de entre 30 y 39 años, que trabaja en el sector público.
No me sorprendió el sector ni el estado civil, pero sí la edad: yo habría pensado que sería más joven. Lo que me inquieta es que, a pesar de que la edad promedio de estas mujeres ronda los 35 años, muchas siguen sin acceder a puestos de alta dirección. Siguen ocupando posiciones de bajo nivel, como si la experiencia y el tiempo no bastaran para romper el techo de cristal.
Desde que yo estudiaba —me gradué en 2001—, las mujeres ya representábamos casi el 50% de la población estudiantil en derecho. Sin embargo, las posiciones de alta responsabilidad en el ámbito laboral siguen siendo limitadas para nosotras. Según un informe de la International Bar Association, aunque las mujeres constituyen el 39% de la abogacía en México, solo ocupan el 17% de los puestos de liderazgo en los despachos jurídicos.
Este fenómeno refleja la persistencia de barreras estructurales y culturales que dificultan el ascenso de las mujeres en la profesión. No es solamente que el mundo esta diseñado para que más hombres logren ascender si no que seguimos diseñando ese mundo desde nuestros sueños y expectativas, sin incluir como debemos, a las mujeres.
Si las mujeres representan cerca del 50% de nuestra población estudiantil, en el Tec de Monterrey buscamos que ese mismo porcentaje se refleje también entre nuestros profesores practicantes. Es un esfuerzo intencional que requiere reconocer las dobles jornadas —doméstica y laboral—, ofrecer espacios adecuados para hijas e hijos en los campus, y, sobre todo, impulsar un cambio cultural dentro de nuestra comunidad.
Nos hemos topado con el cuestionamiento de miembros de la comunidad que creen que sólo por ser abogadas mujeres, las contratamos, sin reconocer el mérito de todas nuestras profesoras.
Año con año les pregunto a las y los estudiantes por graduarse el perfil del “abogado o abogada ideal, el que aspiran ser”, y aún una mayoría de la población describe a un hombre con corbata y traje, carismático e inteligente, incluyendo las mujeres estudiantes. Parece ser que ni nosotras mismas logramos vernos como la expectativa de profesionalismo, integridad, y audacía.
Hay decenas de mujeres brillantes que pasan por nuestras aulas con una mirada de concentración, esfuerzo y ambición. Estoy segura que un porcentaje más alto del 17% de ellas será socia y dueña de su despacho, no me cabe la menor duda. Tampoco me cabe la menor duda porque nuestra población docente está enfocada en picar piedra con ellas para que esos sueños de liderazgo se vuelvan realidad.
Picar piedra significará poner el ejemplo y ser reflexivas de nuestras propias expectativas. También requerirá que funcionemos en redes que reconozcan la relevancia del servicio a la comunidad en nuestra profesión. Funcionar en redes será clave para el futuro de la justicia y la equidad en nuestro país, un país que ve al derecho y a los abogados con desconfianza.
Uno de nuestros roles como profesores es retar a nuestros estudiantes, es decir, provocar que se transformen por medio de la realización propia de sus capacidades y áreas de oportunidad, y esto a su vez provoque el ejercicio de reflexionar y decidir en qué desean convertirse, cómo evalúan una situación, y cómo se aproximan a un conflicto o problema.
No es un ejercicio sencillo en estos tiempos en los que nuestra capacidad de procesar y comprender es menor a la velocidad con la que se crea una gran cantidad de información y las comparaciones son entre personas que viven en realidades dramaticalmente diferentes. No me queda duda que debemos enseñar con el ejemplo.
Enseñar con el ejemplo significará que deberemos ser sumamente críticos de nosotras y nosotros mismos como docentes, porque la gran parte de nosotros no sólo somos docentes también practicamos el derecho.
Espero que nos preguntemos ¿qué mensaje estamos dando a la población de estudiantes desde nuestro actuar, nuestras bromas y nuestras reflexiones en el salón de clases? ¿qué profesionistas del derecho estamos formando para el futuro de la justicia y la conciliación de nuestro país y el mundo?