Una periodista cubana no sabe exactamente cuándo comienza a ser “marcada” por la seguridad del estado como persona de interés. Ileana Álvarez tiene historias de censura desde la década del 80 del siglo pasado, cuando publicó un cuento en la revista universitaria y fue llamada a dar explicaciones.
Luego vinieron otros episodios de censura que fueron engordando su expediente, el expediente que tiene cada ciudadano cubano, de potencial disidente: unos artículos en la revista de la Diócesis de Ciego de Ávila hablando de la precariedad de los años noventa; su nombramiento en la revista cultura de Villa Clara a principios de los 2000; la firma de una carta junto a su esposo, Francis Sánchez, oponiéndose a la sumisión de otros intelectuales ante el poder; pero lo que hizo que fuera sujeta de persecución y acoso fue fundar una revista feminista en la región central de una isla que mientras más se profundiza en ella, más machista se proyecta su poder.
“Quise fundar Alas Tensas porque yo vivía en Chinchacoja que era un barrio marginado, detrás del ferrocarril de Ciego de Ávila, un lugar tan rico como la propia realidad, pero que me marcó para toda la vida cuando siendo una niña casi presencié un feminicidio. Nosotras alertamos a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en ese entonces y tuvimos la típica respuesta, ‘esas son cosas de marido y mujer’” y Milagrito, la mujer más contenta del barrio, fue asesinada y su fantasma persiguió a Ileana Álvarez hasta hacerla entender que su cometido era trabajar por y para otras mujeres.
“Cuando vives una muerte así de cercana, y le puedes poner rostro, has conversado con esa persona no hay manera de que no quieras encausar tu vida a denunciar la violencia de género”, y lo dice en un país, como Cuba, donde el estado aun no quiere llamar el fenómeno por su nombre.
Solo el año pasado el Estado cubano reconoció la “muerte por hechos violentos” de 117 mujeres, pero eso también es un resultado de trabajo de Ileana Álvarez y su equipo de
trabajo. Ella ha fundado dentro de la revista feminista Alas Tensas, un Observatorio de violencia de género que lleva registros de los feminicidios que son denunciados en las redes sociales y por otros medios alternativos, y que han servido para presionar e incidir ante el silencio de las instituciones cubanas que debieran ocuparse y actuar, pero que no lo hacen.
"Habíamos cruzado una línea roja. Comenzaron las ‘entrevistas’", un eufemismo para llamar a los interrogatorios donde sabes a qué hora y en qué condiciones entras a una oficina generalmente con dos o varios hombres, pero nunca sabes cómo terminará
Pese al número oficial, Álvarez está segura que hay muchos más casos. El Observatorio de Alas Tensas registró 89 feminicidios y algunos de ellos estuvieron agravados de violencia vicaria o fueron perpetrados por sus ex parejas, o después de reiteradas denuncias de violencia, pero de esos no hablan las publicaciones oficiales.
“En el 2016 creo Alas Tensas, porque pese a que fue un momento de florecimiento de publicaciones independientes y de periodismo narrativo, sentía que había una realidad que necesitaba ser contada. Entre las líneas que teníamos bien claras, desde el primer momento era poder visibilizar, narrar la violencia de género e ir contra los feminicidios”, así se juntaron varias mujeres, casi todas graduadas de humanidades y de las que no se puede hablar porque siguen viviendo dentro de Cuba.
“Tuvimos que cubrir nuestro primer feminicidio, también en Chinchacoja. Fue un caso tremendo. No sabíamos qué hacer, cómo tratarlo sin revictimizar ni herir aún más a la propia familia que estaba pasando por un momento de luto. Nos demoramos en sacar el reportaje porque no queríamos fallar. Eliminamos muchos detalles para que no fuera tan duro, pero dejamos que había hecho tres denuncias a la policía, y que el marido había hecho borrar las denuncias, que una de sus amigas y que su hermana habían denunciado y que no les habían hecho caso e inmediatamente empezó la represión contra nosotras”, recuerda Álvarez.
“Fue muy duro. Ellos consideraron que habíamos cruzado una línea roja. Comenzaron las ‘entrevistas’”, un eufemismo para llamar a los interrogatorios donde sabes a qué hora y en qué condiciones entras a una oficina generalmente con dos o varios hombres, pero nunca sabes cuál será el resultado del encuentro o cómo terminará.
“Nosotras nos queríamos formar en el periodismo feminista y comenzaron a ‘regularnos’”, es decir, les impedían salir del país para recibir capacitaciones de otros medios u organizaciones feministas.
Pero no fue la única línea que cruzó la revista feminista con Ileana Álvarez de la mano.
“Empezamos a defender a las Damas de Blanco y a las mujeres que estaban sufriendo violencia política. Y en menos de dos años de fundadas, la presión se hizo insoportable. Mi marido, Francis, tenía un medio independiente también, pero sobre nosotras recayó toda la fuerza. Ellos publicaban textos fuertes, críticos, pero nosotras les desmantelamos toda su narrativa de ‘paridad, de ‘empoderamiento’, de ‘cero violencia’ contra las mujeres. Les dijimos que la FMC, esa organización paraestatal, es una mentira y que, a pesar de estar lideradas por mujeres, es profundamente machista y patriarcal”, y eso les llenó de odio contra la redacción completa.
“Un día Francis se va de viaje y me llaman de las oficinas de Migración y Extranjería, y mi primer pensamiento fue ‘le pasó algo a mi marido’, pero cuando llego me estaba esperando la seguridad del Estado. Imagínate que me dijeron que yo era un objetivo de la contrainteligencia. ¿Cómo voy a ser yo un objetivo de la contrainteligencia militar? y como le viraba el discurso (del interrogador) constantemente diciéndole que el patriarcado era sistémico que provocaba muertes, dio dos puñetazos en la mesa y me dijo: ‘Sí, soy machista, ¿y qué?’. Así fue cómo perdió toda la ‘paciencia’ que habían tenido conmigo y todo se volvió más violento”.
Después de eso vinieron días de vigilancia policial, sitios policiales a su vivienda y a las de las demás implicadas, un amago de acto de repudio. “Nos pusieron cámaras de vigilancia, algunos vecinos se prestaban para vigilarnos también”, pero el punto crítico de esa historia llegó cuando intentaron construirle un delito común a su hijo mayor, su primogénito, mientras cursaba el tercer año de medicina.
“Me dijeron: ‘esto va a pasar por lo penal si tu sigues con Alas Tensas’. Me destruyó verlo encerrado en ese lugar”, mientras esperaba en la estación de policías, queriendo saber sobre su hijo escuchó que les harían un registro, su marido corrió a salvar la información de las revistas que llevaban, pero la idea era, como la misma seguridad del Estado les hizo saber después, colocarles ‘cualquier cosa’ que incriminara a toda la familia.
La única opción que le dejaron fue el exilio. Ileana Álvarez tuvo que empezar una nueva vida a los 50 años en un país desconocido.
Aunque pudo salir del país con la gestión de algunos amigos; obtener la ciudadanía española de su marido con un casamiento presuroso -ella, que era de las que no se casaban-; y su hijo logró no ser procesado judicialmente, el miedo se convirtió en terror cuando vio a su familia dividida dejando atrás a ese mismo hijo como moneda de canje a cambio de su silencio.
“Esos 6 meses que estuvimos lejos de él, el miedo fue conmigo a todas partes y me ha marcado estos 5 años que llevo de exilio. A mi hijo lo presionaron allá muchísimo para que mantuviéramos nuestro silencio acá hasta que finalmente logramos traerlo y retomamos nuestros proyectos aquí” y aún le tiembla la voz cuando habla de esos tiempos.
Su experiencia le lleva a posicionarse frente a todos los enemigos que tiene el feminismo, que no solo son los mecanismos de la dictadura cubana.
“La gente tiene que entender que en Cuba no hay derecha ni izquierda ni nada. Son ellos, una casta militar que nos tiene subyugados a todos, pero particularmente a las mujeres”, y lo dice ella, que tensó unas alas digitales y lo que encontró cuando intentó volar fue la maquinaria estatal de la violencia.