El Día de Muertoses una fecha para recordar, preservar la memoria y atesorar la esencia de quienes ya no están. Esta tradición, que celebra la vida a través del recuerdo, no se limita únicamente a las personas: también honra a los animales de compañía que compartieron con nosotras su tiempo, su cariño y su presencia.
Por ello, se cree que cada 27 de octubre las almas de los animales difuntos regresan a visitar a sus familias. En esta fecha, cientos de hogares preparan una ofrenda dedicada especialmente a ellos, como muestra de cariño y gratitud por el vínculo compartido. Estas ofrendas suelen incluir los elementos tradicionales como velas, flores de cempasúchil, incienso, agua y comida, además de los objetos o juguetes favoritos de cada animal.
El papel de los animales de compañía en la tradición de Día de Muertos ha sido fundamental desde sus raíces mesoamericanas, y es que en la mitología y tradición mexica, se cree que el perro Xoloitzcuintle era un compañero esencial para el viaje de las almas al “más allá”. El Xoloitzcuintle debía acompañar al alma por el río Chiconauhuapan para llegar al Mictlán, el inframundo para los mexicas.
Pero no lo hacían con cualquier persona, sólo con quienes en vida respetaban y cuidaban a los animales. Ese lazo mitológico se ha transformado con el paso del tiempo, sin embargo, su esencia permanece: la vida humana no es la única que habita la Tierra, sino que convive, se nutre y se entrelaza con la de otros seres sintientes y merece convertirse en recuerdo.
Animales dentro de la tradición ancestral
La celebración del Día de Muertos en Mesoamérica, especialmente en el contexto mexica, estaba integrada en el calendario anual Xiuhpohualli y se manifestaba a través de diversas fiestas funerarias que honraban a los difuntos según la causa de su muerte y el destino de su alma.
Además, el pensamiento prehispánico desarrolló una cosmovisión dual y dinámica del inframundo. Aquí es donde los animales, que jugaban un papel crucial como compañeros y símbolos de los ciclos de vida y muerte.

En el contexto prehispánico, se han encontrado perros junto a inhumaciones o entierros humanos, justamente por la creencia de que el papel del perro era acompañar a las personas en la vida, para ser guardia y protector del espacio sagrado, pero también murciélagos y comadrejas.
El concepto de que muchos animales son mensajeros de la muerte o que traen malos presagios tiene su origen durante el periodo de la colonia. Con la influencia occidental, estos simbolismos adquirieron un sentido de temor, ligado a espíritus malignos, y las costumbres tradicionales se mezclaron con el pensamiento de los conquistadores.
Celebraciones funerarias mexicas como Miccailhuitontli (fiesta pequeña de los muertos), Huey Miccailhuitl (gran fiesta de los muertos), Tepeilhuitl (dedicada a cerros y deidades del agua como Tláloc, Chalchihuitlicue y los tlaloques) y Tititl (dedicada a quienes habían tenido una muerte natural), fueron prohibidas y erradicadas tras la Conquista, pero el 2 de noviembre se convirtió en una fecha en la que muchas creencias se conservaron, especialmente en las comunidades indígenas.
Así, la tradición mesoamericana y el papel de los animales se han transformado a lo largo del tiempo. Hoy, los animales no sólo son compañeros y guías; también son seres que merecen ser recordados y conservar un lugar en la memoria.
Honrar la compañía
En la compañía yace el cuidado, y estos muchas veces no tienen forma humana. Recordar la memoria de los animales es un acto profundamente humano. Por ello, y como cada año desde que tengo memoria, en mi altar de Día de Muertos habrá un lugar especial para los animales que han acompañado mi vida, guiado mi camino, y nutrido mi vida con amor y cariño, más allá del humano.
Este año honro la vida del pequeño y esponjoso “Chico”, un gatito que mi familia rescató hace 13 años y que falleció hace un par de meses, después de ser diagnosticado con leucemia; su recuerdo es significativo, pues su vida, que se entrelazó con la mía, estuvo llena de amor, cariño y cuidados recíprocos.
Nombrarlo, y nombrar a los animales de compañía que han compartido su vida, su espacio, su curiosidad y afectos conmigo, es honrar la vida no humana y descentralizar la memoria antropocentrista. Al final, nuestros vínculos no sólo se miden por las personas con las que cruzamos camino en la vida, también con nuestra relación con otros seres sintientes, incluso con el viento, la tierra y el agua misma.

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