El movimiento de 1968 no fue solo un año de estudiantes en las calles, sino un parteaguas político y social en México. Sin embargo, mientras los líderes varones quedaron en la memoria colectiva, decenas de mujeres valientes escribieron otra historia desde la sombra: organizaron brigadas, sostuvieron la logística del movimiento, enfrentaron la represión y arriesgaron su vida.
Su participación, invisibilizada por décadas, fue decisiva para que el 68 se convirtiera en un símbolo de lucha y libertad.
Para conocer estas historias, hablamos con las historiadoras Tatiana Romero y Denisse Cejudo, especialistas que han investigado la participación de las mujeres en el movimiento estudiantil de 1968.
Denisse Cejudo Ramos, investigadora de la UNAM, explica que la historia del 68 se ha contado desde un “rostro masculino”, pero detrás de ese relato oficial hubo mujeres en todas partes: coordinando brigadas, planificando acciones, sosteniendo la movilización.
Tatiana Romero coincide: “Nosotras somos organizadoras y no figurantes, y ellos son figurantes, pero no organizadores”, señala.
“La Tita” y “La Nacha”: corazón operativo del CNH
Entre las lideresas más destacadas estaban Roberta Avendaño, “La Tita”, y Ana Ignacia Rodríguez Márquez, “La Nacha”, estudiantes de Derecho en la UNAM que asumieron roles clave en el Consejo Nacional de Huelga (CNH).
“Ellas no solo eran visibles, eran el corazón operativo de la organización”, explica Cejudo. Coordinaban asambleas, distribuían información y aseguraban que la logística funcionara bajo presión constante.
Su importancia incluso fue reconocida por los cronistas del movimiento: Elena Poniatowska, en La noche de Tlatelolco (1971), destacó su liderazgo entre un amplio grupo de mujeres involucradas, y Carlos Monsiváis las reconoció por su “valor civil y la saña persecutoria en su contra”, subrayando la valentía con la que enfrentaron la represión.
Tras la matanza de Tlatelolco, Ana Ignacia fue secuestrada por la policía secreta, acusada falsamente de sedición y homicidio, y torturada psicológicamente. Incluso en prisión enfrentó condiciones diferenciadas: mientras los presos varones podían escribir a máquina, ella redactaba sus testimonios en papel higiénico.
Aun así, se mantuvo firme y sigue activa en el Comité 68, reconociendo a las mujeres anónimas que sostuvieron la lucha:
“Y siempre digo que nosotros no valemos nada frente a las verdaderas heroínas del movimiento estudiantil: esas mujeres anónimas, cuyos nombres no salen, que no son reconocidas. Pero algunas dieron su vida y muchas, no sé si por temor o por sus hijos, no aparecen ante las cámaras ni hacen presencia pública. Si hubo algún cambio, si hemos avanzado en las libertades democráticas, se debe a ellas”, dijo “La Nacha” en entrevista para SemMéxico.

Tatiana Romero también resalta a otras mujeres que jugaron papeles fundamentales: Marcia Gutiérrez, de la Facultad de Odontología; Adriana Corona de la Prepa 6, Mitrocleya González de la Escuela Técnico Industrial y Ana María Regina Toyer, estudiante de medicina asesinada el 2 de octubre. Aunque no alcanzaron la misma visibilidad, su labor fue clave en la organización de brigadas, volanteos y apoyo logístico, sosteniendo el movimiento desde la base.
Silenciamiento y estrategias creativas
El machismo de la época se replicaba dentro del movimiento. A las mujeres se les asignaban tareas de cuidados como hacer la limpieza y el café, y en las asambleas se les interrumpía o se les silenciaba con chiflidos o comentarios sexistas: “qué bonita o si estás bonita, no piensas”, recuerda Cejudo.
Tatiana Romero explica que para enfrentar estas barreras, las mujeres desarrollaron estrategias ingeniosas:
Grupos no mixtos: espacios seguros para volanteos y otras tareas.
Uso de estereotipos como ventaja: escondían propaganda o herramientas en sus cuerpos para evitar cateos.
Trabajo hormiga: mantenían la logística de la huelga, recolectaban fondos, cocinaban, limpiaban y sostuvieron la movilización en la base.
En su artículo “Del 68 a hoy: la movilización política de las mujeres”, la antropóloga Marta Lamas documenta testimonios de brigadistas que reflejan esta creatividad y agencia política:
Luisa, estudiante de Ciencias Políticas, afirma que el movimiento “fue dar un gran paso hacia la igualdad”.
Kati comenta: “En ese periodo éramos andróginas”, mostrando cómo los roles de género se reconfiguraban en la acción política.
Maria Ángeles Comesaña, de la brigada “Miguel Hernández”, relata que en lugar de repartir volantes, su grupo repartía poemas; y cómo se organizaron para entrar a cantinas prohibidas a mujeres, reivindicando espacios de exclusión.
Estos relatos muestran que la participación femenina no se limitaba a la logística: ejercían liderazgo, creatividad y resistencia en todos los niveles.
Invisibilización y rescate histórico
La historia oficial del movimiento estudiantil fue escrita en su mayoría por líderes varones, invisibilizando la participación femenina. Investigadoras como Deborah Cohen y Lessie Jo Frazier rescataron estas historias, entrevistando a más de 60 mujeres, explica Cejudo.
En su texto, Marta Lamas subraya que el objetivo no era solo complementar la historia, sino ofrecer una mirada completa de lo ocurrido y reconocer la agencia de estas mujeres.
La participación femenina y su desafío a los valores tradicionales sentaron las bases del feminismo posterior. Romero afirma que el 68 “fue la antesala de la segunda ola del feminismo en México” y un “potenciador político para las luchas feministas”.
Cejudo añade que el simple hecho de que las mujeres tomaran conciencia de que podían estar en el espacio público ya constituía política, marcando la “construcción de una mujer ciudadana”.
La gran enseñanza del 68, según Cejudo, sigue vigente:
“Salimos a la calle y no nos vamos a volver a meter a la casa”.