La escritora, dramaturga y directora escénica Zaría Abreu (y también colaboradora de La Cadera de Eva), presentó la puesta en escena Microteatros para cuerpos mutados, una obra dirigida en colaboración con Paula Ojedo y Beatriz Osorno dentro de las instalaciones del Centro Nacional de las Artes (Cenart).

En un pequeño cuarto, a un costado de una librería dentro de Cenart, una cama cubierta con sábanas blancas ocupa el centro del espacio. La cama sirve como lienzo para proyectar videos, imágenes, cuerpos y memorias. Detrás de ella, un grupo de artistas e intérpretes vestidas de rojo —como el color que se asocia con el útero—  aguarda lista  para hacer retumbar el lugar.

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Al frente una pared blanca recibe la proyección de una videollamada: el rostro de Zaría Abreu aparece en la pantalla. En otra ventana de la llamada, aparece el nombre de Sofía Torres, una mujer con discapacidad del habla, también se asoma. La escena es sencilla pero poderosa.

Las voces de Abreu, Ojedo, Osorno, y de lectoras y artistas como Torres, transforman ese pequeño espacio en un punto de encuentro. En este diálogo colectivo el dolor se entreteje con el arte, la resistencia y la vulnerabilidad. 

Microteatro para cuerpos mutados tiene un objetivo claro: amplificar las voces de mujeres atravesadas por el dolor, la pérdida y la hermandad. Así lo mostraron a través de piezas como Bailar Llorando; Detente, Escuchar como lo hace un ciervo, y Umbilical y Sanguínea, piezas que nacen de la necesidad de hablar sobre lo que incomoda: la enfermedad, la dependencia, el dolor crónico, el duelo, el cuerpo que ya no responde como antes. 

Una profunda exploración emocional de la experiencia de ser desarraigada, desplazada y, sobre todo, no escuchada, especialmente en el contexto de la enfermedad.

A veces, el sonido falla, el cable HDMI se desconecta, la imagen de Zaría desaparece de la pared. Pero lejos de interrumpir la experiencia, esos fallos técnicos parecen enfatizar lo frágil del presente. Como si anunciaran que lo que viene será aún más íntimo, más doloroso, más sanador.

En la pantalla se ven animaciones en stop motion y collages donde las mujeres son las protagonistas: dibujos recortados, fotografías viejas, imágenes estáticas y en movimiento que gritan al ritmo de la sandunga. 

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Frases como "Irse es una palabra demasiado suave para el desplazamiento. Nos arrancaron de raíz de tierra yerma en la que de por sí apenas lo abrázala", "Madre de tu madre eres. Debes recordarlo. La niña ha ido creciendo dentro como a ti, a quien la enfermedad le creó una niña también. 

Y ahora son un par de niñas asustadas que se pelean por los juguetes". Esas frases abren imágenes intensas, como la inversión de roles entre madre e hija, la niñez forzada que provoca la enfermedad, la ternura desesperada de dos cuerpos que se sostienen entre sí mientras se desmoronan.

"Llora todo lo que tengas que llorar. Llora sobre ella, bendiciéndola con cada lágrima. Bendice sus ojos ciegos, bendice su cuerpo enfermo, bendice sus rostros pobres, bendice su dolor de lluvia, bendice el concentrador de oxígeno. Llora para que ella pueda llorar", se escucha. 

"Bailen con sus cuerpos torpes. Bailen con su llanto. Bailen con sus dolores de huesos, de articulaciones, de nervios. Bailen con su ser desierto, con la ceguera. Bailen con el riesgo de caer. Bailen. Bailen", se escucha, esta vez, más fuerte. 

En una especie de conjuro desesperado se escucha en la sala “Detente, cáncer, detente”. Una súplica llena de fuerza para detener el avance de la enfermedad.

Todas estas frases forman parte de un universo que sólo pudimos presenciar pocas personas pero que dejaron un fuerte impacto en cada asistente del microteatro para cuerpos mutados. 

No importa Fabiola, el tiempo que te tardes en decir esto, se convirtió en la pieza central de la presentación multidisciplinaria. Una grabación de 15 minutos en la que Zaría Abreu, Sofía Torres y Fabiola Hidalgo —quien, como se dijo al concluir la proyección “ya no está”—dialogan roba toda la atención. 

Sofía y Fabiola, mujeres con problemas del habla, discuten lo innegable: las mujeres con enfermedades, con discapacidades, de cuerpos mutados, no son escuchadas. Sus voces, que a menudo son silenciadas, se extienden a lo largo de nuestros asientos. Son voces fuertes y potentes que generalmente existen en la comodidad del otro pero que resisten en quienes, atentos, escuchan. 

La puesta escénica termina en un momento de intimidad que parece inquebrantable, pero que está atento a cualquier distracción del exterior. 

Veo las lágrimas, los abrazos, la felicidad desde mi asiento. La función terminó y, al salir de la sala sé esto: aunque parece que siempre estamos expuestas al dolor, en compañía, las tristezas se transforman en diálogo, arte y resistencia.