La sala huele a tela y tiempo. Decenas de muñecas reposan en repisas de madera, cada una con un gesto y una historia propia. Hay sirenas de cabello oscuro y labios pintados que parecen cantar desde las profundidades; mujeres recostadas sobre peces verdes que evocan travesías imposibles; figuras coloridas con faldas de retazos que imitan escamas y collares de cuentas que brillan como amuletos.

Unas sonríen con descaro, otras parecen cansadas, otras miran hacia abajo con gesto de melancolía. Sus cuerpos, hechos de tela y relleno, guardan en la costura las cicatrices de quienes las confeccionaron. No son juguetes: son pequeñas crónicas de tela, retazos que narran lo que las palabras no siempre alcanzan.

Estamos en la Casa Refugio Citlaltépetl, en la colonia Hipódromo Condesa, donde se presenta la exposiciónCuando Tiembla nos Movemos. Muñecas de la Cooperativa 19 de Septiembre”. 

La muestra conmemora los 40 años del terremoto de 1985 y rescata la historia de un grupo de mujeres que, entre el dolor y la precariedad, encontraron en la costura un camino para sobrevivir y recordar.

Entre las visitantes se encuentra María Bertha Morales Hernández, de 83 años. Pero ella no viene solo como espectadora: es parte viva de la memoria que aquí se expone . Bertha es una de las costureras sobrevivientes de aquel terremoto que, a las 7:19 de la mañana de aquel 19 de septiembre, derrumbó los talleres textiles de San Antonio Abad y Calzada de Tlalpan, donde miles de mujeres trabajaban en condiciones precarias y mal pagadas.

Sobrevivir entre los escombros

Salimos de debajo de los escombros, recuerda Bertha en entrevista para La Cadera de Eva. Su memoria la regresa a ese instante en que la tierra temblaba y las paredes se derrumbaban sobre las costureras.

Estuvo atrapada varias horas, desde poco después de las siete hasta casi las once de la mañana. “Fue una angustia insoportable. Yo sentía que ya habíamos muerto y que ya íbamos a rendir cuentas”.

Afuera, el silencio se mezclaba con los gritos y con el polvo que cegaba. Adentro, Bertha pensaba que no vería más la luz. La salvó una pequeña ventana por donde pudo escapar. Pero al salir no sintió alivio inmediato. Una fuga de gas amenazaba con hacer volar todo por los aires. “Salimos de abajo y aquí vamos a volar”, recuerda haber pensado.

La supervivencia dejó en ella una cicatriz invisible. “Ese terremoto, yo digo que me traumó, porque últimamente todos los que han pasado después no los siento. No sé si me espanté o si el terremoto se espantó conmigo”.

La herida más profunda no fue la suya, sino la de quienes no salieron: “Muchas compañeras quedaron muertas, atrapadas en las máquinas. Dejaron a sus hijos, dejaron mucha tristeza”.

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María Bertha Morales Hernández, costurera sobreviviente del sismo de 1985. Foto: Sandra Rojas.

El nacimiento de las muñecas

En medio de la devastación que dejó el sismo de 1985, un grupo de mujeres encontró un refugio inesperado: la costura artesanal. De la mano de Beatriz Ramírez Woolrich, María Jiménez y Tessa Brissac, las sobrevivientes comenzaron a confeccionar muñecas.

Al inicio, las figuras eran un espejo del dolor. “Las primeras muñecas que sacamos llevaban tristeza, amargura, dolor. La gente nos decía: ‘están refeas’, y yo contestaba: ‘es el dolor que reflejamos’”, cuenta Bertha.

Con el tiempo, las muñecas se transformaron. “No es el material, es el cariño que les damos. Así, como niñas, jugamos con ellas”, señala Bertha. Y con cada puntada, las mujeres cosían también sus heridas.

Más que un pasatiempo, las muñecas se volvieron sustento. “Estas muñecas fueron nuestro bienestar, porque de ahí salía para que nosotros lleváramos comida a nuestras familias”, dice Bertha.

Cada puntada como respiración

María Jiménez, profesora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, recuerda la sacudida social que trajo el sismo: “La vulnerabilidad y la explotación de las costureras sacudió a una gran parte de la población. Ante la impotencia de ver tanta muerte, pensamos que la mejor manera de responder era con la acción”.

Esa acción se concretó en una idea: artistas como Vicente Rojo, Lourdes Almeida, Marta Chapa y Francisco Toledo diseñaron muñecas que las costureras darían vida con aguja e hilo.

Para María, esas piezas son mucho más que objetos de tela. Cada puntada, cada bordado, cada relleno… es un aliento de vida, como una respiración. Trae vida a la costurera y a la sociedad”.

El terremoto del 85, dice, fue un parteaguas: “Despertó a la sociedad civil para organizarse en muchos sentidos. Las costureras fueron mis maestras de vida, siguen siéndolo”.

Hoy, en la exposición, María ve continuidad en ese gesto inicial. “Todos los que estamos aquí somos rescatistas, porque estamos rescatando la memoria”.

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María Jiménez, profesora de la UACM. Foto: Sandra Rojas.

Retazos para zurcir la esperanza

Beatriz Ramírez Woolrich, de 72 años, contempla las muñecas conmovida. “Es fascinante ver cómo unas mujeres decidimos apostarle a la vida cuando estábamos muy deprimidas”, dice.

El proceso fue terapéutico. “Las primeras muñecas salían con la cara totalmente hacia abajo, con la boca torcida. No podían sonreír. Conforme pasó el tiempo, fueron sonriendo. Fueron terapéuticas”.

Beatriz destaca la creatividad de las costureras, acostumbradas a la costura industrial, que se enfrentaron por primera vez al trabajo artesanal: “Gracias a la costura pudimos hilvanar nuestros sentimientos para cosernos por dentro y por fuera, porque estábamos totalmente destrozadas”.

Para ella, la palabra solidaridad cambió después del 85. “Significó la fortaleza que tenemos como sociedad, sin apoyo, solo con nuestras ganas de vivir y de apoyar a las mujeres que se quedaron sin trabajo”.

Recuerda con amargura cómo los dueños de los talleres rescataron primero sus bienes y dejaron atrás a las trabajadoras: “Fue desgarrador y doloroso”. Pero también rescata la otra cara: la solidaridad anónima de quienes dieron dinero, víveres o simplemente compañía.

Bertha reflexiona sobre la explotación revelada por la tragedia. "Nosotros destapó todo lo que abusaban de una costurera, cuánto gana una costurera es una estafa". Su mensaje es claro y potente para las costureras de hoy: "que despierten, que levanten la voz, que diga, 'Oye, soy trabajadora, yo no soy tu esclava'". 

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Beatriz Ramírez Woolrich. Foto: Sandra Rojas.

El legado

En la Casa Refugio, las muñecas no solo ocupan espacio: llenan de sentido la memoria. Para Bertha son cicatriz y ternura; para María, respiración; para Beatriz, retazos de esperanza.

Cada figura expuesta encierra la historia de mujeres que convirtieron el dolor en arte y el duelo en resistencia. Como dice María: “La solidaridad tiene que ver con esa capacidad de conectarte en comunidad, con el deseo de cuidar la vida y de protegerla”.

¿Cuándo y dónde ver la exposición?

La exposiciónCuando Tiembla nos Movemos” estará abierta del 18 de septiembre al 5 de diciembre de 2025, en la Casa Refugio Citlaltépetl (Citlaltépetl 25, Col. Hipódromo Condesa, Ciudad de México). 

El horario es de lunes a sábado, de 9:00 a 21:00 horas, y la entrada es libre.

Más que una muestra, es un acto de memoria colectiva: un recordatorio de que la vulnerabilidad ante los desastres naturales persiste, pero también la fuerza de la organización, la solidaridad y la cultura de la prevención.

Cuarenta años después, esas muñecas siguen hablando. Con hilos de tela y memoria, las costureras del 85 nos recuerdan que, aunque el hilo de la vida se rompa, siempre puede ser zurcido con amor, comunidad y resistencia.