Piensa en ese momento: una amiga, una vecina o una compañera de trabajo se acerca a ti con la voz quebrada. Te confiesa que vive una situación de violencia. ¿Sabes qué responderle? ¿Sabes a dónde dirigirla?

En México, la necesidad de estas redes de apoyo es urgente. El 70.1% de las mujeres de 15 años o más ha vivido algún tipo de violencia —psicológica, física, sexual, económica, patrimonial o discriminación—, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021 del INEGI.

Aun así, muchas veces el primer paso no es acudir a una institución, sino buscar a otra mujer que escuche sin juzgar. Esa intuición de ayudar —ese gesto cotidiano de sororidad— puede transformarse en una herramienta poderosa.

Eso es lo que busca el programa “¡Ni sencillas, ni inseguras!” de la organización Balance AC, una iniciativa que capacita a mujeres autónomas de la CDMX y el área metropolitana  —manicuristas, maquillistas, instructoras, vendedoras, vecinas— para que aprendan a reconocer y acompañar casos de violencia de género.

Desde un salón de belleza, una clase de zumba o un grupo vecinal, el mensaje se repite: no estás sola.

A través de una capacitación gratuita, la apuesta es transformar los lazos entre mujeres en redes de apoyo y resistencia, donde la sororidad y el autocuidado sean la base para romper el ciclo de la violencia.

Tres de ellas, Carolina, Hilda y Verónica, nos contaron cómo participar en este programa transformó su forma de mirar y de actuar.

“La violencia está tan normalizada que a veces ni la vemos”

Para Hilda Calderón, psicóloga educativa en San Andrés Mixquic, pueblo originario de Tláhuac, al sur de la Ciudad de México, el primer desafío es reconocer la violencia.

“En muchas comunidades está tan integrada que se vuelve invisible. Hay mujeres que piensan: ‘pues es que así ha sido siempre’. Pero cuando entienden que no es normal, cuando pueden ponerle nombre y apellido, ahí empieza el cambio”, dice.

Esa toma de conciencia, explica, le permitió también ver cómo los usos y costumbres —como los matrimonios entre adolescentes y hombres adultos— siguen afectando la vida de muchas mujeres en su comunidad. Por eso creó el grupo “Entre Mujeres”, un espacio para hablar, compartir y aprender a identificar lo que antes se callaba.

Imagen

“Acompañar no es salvar: es escuchar sin juzgar

Verónica Peñaranda descubrió que siempre había sido acompañante, solo que de forma intuitiva. “Si una vecina estaba en peligro, si escuchabas una pelea, ibas, tocabas, hacías ruido. Siempre hemos acompañado, solo que no sabíamos que eso tenía un nombre”, cuenta.

Con la capacitación, Verónica, colombiana radicada en México entendió que acompañar va más allá de estar ahí: implica escuchar activamente, no cargar con el dolor de otras y saber cuándo poner límites.

“La herramienta más importante es la escucha. A veces pensamos que la otra persona busca soluciones, pero lo que necesita es ser escuchada. Y también saber que no podemos hacerlo solas. Si no nos cuidamos nosotras, no podemos sostener a nadie más”, señala.

Imagen

“No tenemos por qué atravesar esto solas”

Carolina, gestora cultural de Dadá Espacio Cultural en la alcaldía Tláhuac, decidió sumarse al programa tras haber vivido distintas violencias —física, psicológica e institucional— y ver casos similares en su entorno.

“En mi familia ha habido situaciones muy duras, y muchas veces se quedan paradas porque no sabemos qué hacer. “Por eso quise capacitarme, para tener herramientas prácticas, para acompañar de una manera amorosa y crítica”, recuerda.

Para ella, acompañar es una forma de comunidad y resistencia. “Se trata de aprender a escuchar, pero también de sabernos responsables de lo que sabemos. Cuando entiendes tus herramientas, también entiendes que puedes usarlas para transformar lo que te rodea”.

Imagen

Una red que se teje desde lo cotidiano

Estas tres mujeres coinciden en que el acompañamiento feminista no busca sustituir a las instituciones, sino crear redes de apoyo donde antes había silencio.

“Les diría que se atrevan —dice Verónica—, que en ese acto de valentía por ti misma puedes transformar tu vida y apoyar a otras mujeres”.

Carolina asiente: “Esto no es solo tomar una capacitación. Es compartir la experiencia, aprender todo el tiempo y entender que acompañar también es una forma de cuidarte”.

El acompañamiento feminista no busca “salvar” a nadie. Su objetivo es sostener, escuchar y acompañar sin anular la autonomía de la otra. Las entrevistadas coinciden en tres pilares fundamentales:

El ABC legal

Conocer los derechos y procesos legales es clave. “Te da certeza de que lo que indicas tiene sustento”, explica Hilda. Verónica añade: “Nos permite decir ‘esto es un derecho, y no pueden negártelo’.”

Escucha activa y contención

A veces la mujer no busca soluciones, sino ser escuchada. “La herramienta más importante es la escucha”, dice Verónica. “Repetir lo que te dice, validar sus emociones, acompañar desde ahí.”

Límites y autocuidado

“No podemos darlo todo”, advierte Verónica. Las acompañantes aprenden a reconocer sus propios límites y a evitar el “complejo de salvadora”, entendiendo que la otra persona tiene agencia para decidir su camino.

Iniciativas como “¡Ni Sencillas, Ni Inseguras!” muestran que el cambio empieza en lo cotidiano: en una conversación, un gesto de empatía, una red que se teje entre vecinas.

Porque acompañar no es solo un acto político. Es una forma de resistir y de cuidar.

Y como dice Verónica:

“El objetivo es construir nuevas comunidades donde la violencia no solo se rechace, sino que se dialogue"