Cada 12 de diciembre, México se detiene. Millones de personas llegan a la Basílica para ver a “La Morenita del Tepeyac”, la figura religiosa más influyente del país y uno de los santuarios más visitados del mundo. Pero la Virgen de Guadalupe es mucho más que un ritual católico: es identidad, es territorio, es cuerpo político.

Hoy su imagen ya no vive solo en altares. Respira en marchas feministas, aparece en mantas antipatriarcales, en grafitis comunitarios, en performance transfeministas o migrantes. Se ha convertido en un estandarte de quienes buscan justicia social.

Para entender este cruce entre espiritualidad y resistencia, conversamos con la doctora Marilú Rojas Salazar, teóloga feminista y profesora del doctorado de Estudios Críticos de Género en la Universidad Iberoamericana, quien propone una lectura radicalmente transformadora de la Guadalupana.

Una mujer indígena puesta en resistencia

Desde la teología feminista, la doctora Rojas Salazar insiste en una verdad que con frecuencia se diluye entre flores y rezos: María de Guadalupe es una mujer indígena. Y es ese origen —no europeo, no blanco, no colonial— lo que explica su fuerza simbólica en el México actual.

El origen de la Virgen de Guadalupe se sitúa en el siglo XVI, en los primeros años tras la conquista. La versión católica señala que en 1531 se apareció a Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Con el paso del tiempo, el culto se consolidó en un espacio que ya era sagrado para los pueblos originarios, donde se veneraba a Tonantzin, y de esa superposición nació una figura que terminó convirtiéndose en uno de los símbolos más fuertes de la identidad mexicana.

La contradicción es dolorosa: en un país que venera a una Virgen indígena, las mujeres indígenas vivas siguen sin acceso pleno a derechos humanos básicos.

“Todavía para muchas mujeres indígenas no ha llegado el acceso a los derechos humanos. No tienen educación, salud, un salario digno y siguen siendo violentadas”, señala la teóloga.

Por eso, dice, Guadalupe sigue siendo representación para “todas aquellas que no han llegado” a los derechos negados. Pero no es solo un símbolo religioso: para Rojas Salazar, la Guadalupana es un evento cultural. Una mujer indígena “puesta en pie de lucha”, atravesando la colonización y creando posibilidades de autonomía en un sistema que buscó borrarlas.

“Es un modelo de resistencia ante el modelo colonial capitalista neoliberal, ante el modelo de la colonialidad del poder, del saber y del ser, del cual hemos sido víctimas las mujeres. Entonces, María de Guadalupe es el icono también de la libertad, de la autonomía, de la independencia” (Marilú Rojas Salazar)

No sorprende que su imagen fuera tomada como estandarte en procesos revolucionarios y de independencia. Guadalupe siempre aparece donde se exige dignidad.

La diosa perdida y la fuerza del sagrado femenino

La devoción a la Virgen entre los pueblos indígenas tiene una raíz profunda: conecta con la memoria de una diosa que el monoteísmo cristiano intentó borrar. El culto a Guadalupe, explica la teóloga, es una resignificación del sagrado femenino prehispánico, borrado durante la colonización.

Mientras el cristianismo impuso un modelo binario —la mujer como madre o nada—, la reinterpretación feminista de Guadalupe busca devolver a las mujeres su complejidad:

“Recuperar tradiciones donde las mujeres eran seres con dignidad, autonomía y liderazgo en sus comunidades” (Marilú Rojas Salazar)

Esta visión choca de frente con la interpretación institucional de la Iglesia. Guadalupe, dice la doctora Rojas, no le pertenece al clero.

Ella opera en otro registro: el de lo popular, lo comunitario y lo que desborda control. Por eso está viva en los barrios, en las periferias, en los territorios que resisten la violencia.

Imagen

Foto: Cuartoscuro

La Virgen que abraza a quienes el sistema margina

El relato guadalupano está marcado por una elección simbólica: aparece ante un hombre indígena que habla náhuatl. Esa escena, dice la teóloga, nos recuerda la deuda pendiente con nuestras lenguas, territorios y pueblos originarios.

Y su capacidad de abrazar a las personas que han sido expulsadas  por las instituciones sigue creciendo. Guadalupe ha sido apropiada por: comunidades afrodescendientes, colectivas y artistas LGBTIQ++ —con interpretaciones que van desde dos Guadalupes besándose hasta versiones cuir del manto—, mujeres chicanas y migrantes, quienes la representan “corriendo con tenis”, lista para cruzar una frontera.

En el ámbito de la lucha por los derechos reproductivos, organizaciones como Católicas por el Derecho a Decidir han reinterpretado la imagen para recordar que: María tomó una decisión y fue consultada para ser madre. Para la teóloga feminista, esta lectura devuelve a María algo que la religiosidad patriarcal le arrebató: su capacidad de decidir.

“La Virgen de Guadalupe acoge a todas las personas marginadas porque ella misma es una mujer marginada” (Marilú Rojas Salazar)

Guadalupe, un espejo feminista de México

El culto guadalupano nació en el cerro del Tepeyac, en un santuario dedicado a Tonantzin, la diosa madre. Con el tiempo se convirtió en un símbolo de nacionalismo y en lo que especialistas llaman un “producto netamente americano”, de acuerdo con el artículo Mitos y realidades sobre el origen del culto a la Virgen de Guadalupe

Pero hoy, en un país donde las violencias de género son cotidianas, la doctora Rojas Salazar lanza una crítica necesaria:

“En una cultura tan mariana como la mexicana, no se nombra a las mujeres desaparecidas ni a las víctimas de feminicidio. Tendríamos que conmemorar sus historias para que la memoria no se pierda”

La teóloga feminista es contundente: ¿De qué sirve la fe si no alcanza para nombrar a las que ya no están?

Así, Guadalupe sigue siendo un espejo donde las mujeres mexicanas reflejan sus luchas: desde la dignidad negada a las mujeres indígenas hasta el clamor por la justicia en el ámbito del feminicidio y las desapariciones. Es un estandarte popular, cultural y subversivo que opera con una espiritualidad más libre y ancestral, lejos del control parroquial.