Por años, Idela Hernández Rodríguez sintió vergüenza de decir en voz alta a qué se dedicaba. “Me daba pena decir que trabajaba en casa”, recuerda en entrevista para La cadera de Eva. Hoy lo dice con orgullo y seguridad. Y no solo eso: también lo dice con papeles, certificaciones y derechos laborales en mano.

Idelia tiene 37 años, es originaria de Puebla y desde los 17 —cuando se convirtió en madre autónoma— ha sostenido su hogar con un trabajo que sostiene miles de hogares más: el trabajo del hogar y el trabajo de cuidados. Lleva 15 años en el oficio. Su historia sintetiza la de 2.1 millones de personas que en México se dedican a esta labor, de las cuales un millón 947 mil 270 son mujeres, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) para el tercer trimestre de 2025.

A pesar de que el trabajo doméstico es una de las actividades más feminizadas del país, sigue siendo también una de las más precarizadas. De acuerdo con el portal Data México de la Secretaría de Economía, el 96.3% de las personas trabajadoras del hogar continúa en la informalidad: sin contrato, sin seguridad social y con salarios insuficientes de aproximadamente cuatro mil pesos mensuales.

La ENOE revela además una profunda desigualdad de género: el 8% de las mujeres ocupadas en México están en este sector, frente al 0.5% de los hombres. Y aun así, el número total de trabajadoras domésticas disminuyó en 168 mil personas tan solo en un año.

Pero el dato más duro es este: las mujeres que cuidan, limpian y sostienen los hogares ajenos siguen siendo tratadas como si su labor fuera “natural”, “instintiva” o “de la familia”, más que como un trabajo que requiere formación, herramientas y derechos, de acuerdo con el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir (ILSB).

Una acusación que lo cambió todo

La vida laboral de Idela cambió en 2019, cuando una empleadora la acusó falsamente de robo. La denuncia no procedió, pero sí marcó un antes y un después: “Ahí entendí que tenía que organizarme”, cuenta.

Fue entonces cuando llegó al Sindicato Nacional de Trabajadoras y Trabajadores del Hogar (SINACTRAHO). Ahí empezó a ponerle nombre y ley a lo que llevaba años haciendo: trabajo especializado, con responsabilidad emocional y física, y con derechos pendientes.

También fue ahí donde comenzó su camino formal de profesionalización:

  • En 2019 obtuvo la certificación ECO561 (limpieza y alimentación).
  • En 2021, la ECO435 (cuidado de niñas y niños).
  • Y este año, sumó la certificación EC0669 en “Cuidado básico de la persona adulta mayor en domicilio”, impulsada por el (ILSB).

Cuando la formación también transforma la autoestima

Idelia habla de su oficio con una claridad que emociona: “Yo no trabajo, yo hago lo que me gusta”. Pero ese orgullo no siempre estuvo ahí. Lo construyó, dice, a partir de la capacitación y del reconocimiento.

“A mí incluso me daba pena decir que trabajaba en casa… yo no me reconocía. Hoy en día, sí. Me reconozco y me valoro”, comparte.

Su historia confirma algo que las organizaciones feministas como el ILSB han dicho por años: el reconocimiento profesional no solo cambia condiciones laborales, también cambia el autoconcepto, la autoestima y la capacidad de nombrarse como trabajadoras con derechos.

La certificación EC0669 del ILSB tuvo 28 horas de formación, perspectiva de género, contenidos especializados y una evaluación conforme a criterios oficiales a 20 trabajadoras del hogar. Pero también tuvo algo igual de importante: acompañamiento colectivo, recuperación de saberes y fortalecimiento emocional entre compañeras.

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Foto: Especial

Cuando el trabajo del hogar se mezcla con el de cuidados

Carlos Andrés Pérez, coordinador del programa Género y Trabajo del ILSB, explica en entrevista para La Cadera de Eva que gran parte de las injusticias laborales provienen de una confusión peligrosa: la idea de que el trabajo del hogar y el trabajo de cuidados son lo mismo.

“Muchas trabajadoras son contratadas solo para limpiar, pero poco a poco se les encargan tareas de cuidado de niñas, niños o personas mayores, sin formación, sin pacto previo y sin remuneración adecuada”, explica.

El cuidado, advierte, es un trabajo altamente demandante: implica riesgos físicos, carga emocional, estrés y una enorme responsabilidad.

El estudio Trabajo del hogar y trabajo de cuidados: una distinción necesaria para avanzar derechos del ILSB muestra que este fenómeno es sistemático:

  • El cuidado se paga como si fuera limpieza.
  • No se reconoce la especialización.
  • Se extienden las jornadas sin pago extra.
  • Muchas trabajadoras acaban viviendo dobles y triples jornadas, sin tiempo para su propia familia.

El documento señala que distinguir ambas actividades es clave para avanzar en derechos laborales y para reconocer las exigencias específicas de cada una. Cuando el trabajo se realiza para personas con limitaciones de autonomía, explica, se entra en el terreno del cuidado: un trabajo especializado que conlleva mayor responsabilidad y debe remunerarse como tal. El trabajo del hogar, por su parte, se enfoca en el mantenimiento de espacios y actividades para personas autónomas.

La falta de esta distinción, en la práctica, hace que el trabajo de cuidados sea absorbido bajo la etiqueta de “ayuda en casa”, pagado como limpieza y realizado sin los instrumentos legales, económicos y emocionales que exige.

La fuerza de un papel: negociar con la ley en la mano

En su empleo actual, Idela decidió que ya no entraría sin condiciones claras. Sentarse frente a sus empleadores fue un ejercicio de valentía, pero también de conocimiento: “Yo solo pido lo que está en la ley”, les dijo.

Aunque enfrentó resistencia. Hoy tiene seguridad social, vacaciones, prima vacacional, aguinaldo y días de descanso. “Tengo todos mis derechos”, afirma.

Y lo más importante: ya no se deja llevar por la frase peligrosa de “eres como de la familia”, una de las formas más comunes de evadir prestaciones.

En México, desde la reforma de 2022, la afiliación al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) para trabajadoras del hogar es obligatoria desde el primer día. Pero en la práctica, muchas mujeres todavía escuchan: “es que ni yo tengo seguro, ¿cómo te lo voy a dar a ti?”, señala Idela.

Ahí es donde la certificación se vuelve un arma política: da autoridad, respaldo formal y capacidad de negociación.

El reto por venir: que la certificación se convierta en trabajo decente

Para el ILSB, la certificación EC0669 no es un trámite administrativo: es una apuesta política y feminista. El reto es convertir esa formación en trabajo decente, con contratos claros, tabuladores justos y condiciones que protejan el bienestar emocional de quienes cuidan.

Idela lo vive día a día. Aunque hoy goza de derechos, aún pelea por horarios dignos y por el respeto a sus vacaciones. Cuando su jornada se extiende, cobra horas extra. “Ya no normalizo nada”, dice.

Su llamado para otras compañeras es directo:

“Que se acerquen a la organización, que conozcan sus derechos… para evitar tantos atropellos como trabajadoras y hasta como seres humanos. Me gustaría que también se certificaran, que se profesionalizaran… porque eso amplía su panorama y les permite cobrar lo justo por un trabajo que ya saben hacer”, comparte.

Las mujeres como Idela no solo sostienen hogares. Están transformando las reglas del juego laboral en un país que todavía les debe demasiado. Y lo hacen con organización, formación y la certeza de que su trabajo vale.