El 8 de octubre, seis personas integrantes de la flotilla mexicana regresaron al país tras vivir un episodio que marcó sus vidas. Habían sido detenidas en aguas internacionales por fuerzas de ocupación israelíes mientras se dirigían a la Franja de Gaza, como parte de la Global Sumud Flotilla, una misión civil internacional que transportaba ayuda humanitaria con un propósito claro: romper el bloqueo impuesto a la población palestina en Gaza y denunciar las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado de Israel desde hace 77 años.
El grupo, integrado por Carlos Pérez Osorio, Ernesto Ledesma Arronte, Sol González Eguía, Arlín Gabriela Medrano Guzmán, Laura Alejandra Vélez Ruiz Gaitán y Diego Vázquez, fue interceptado cuando navegaba rumbo a Gaza.
Durante su detención, fueron interrogados y privados de comunicación en territorio israelí. Su regreso marcó el cierre de un episodio que despertó preocupación entre organizaciones de derechos humanos y movimientos sociales, que han exigido una postura más firme del Estado mexicano ante las agresiones sufridas por sus connacionales.
“Esto fue un secuestro”
Para Sol González Eguía, psicóloga social comunitaria y defensora de derechos humanos por más de 30 años, y Diego Vázquez, artista escénico y activista, el operativo de Israel no fue un arresto si no un acto de violencia:
“Es importante hacer énfasis en que esto fue un secuestro, que nosotros no cometimos ningún delito y que el delito lo cometió Israel, recibimos el apoyo consular que cualquier ciudadano o ciudadana mexicana debe de recibir ante cualquier tipo de circunstancia que requiera el apoyo consular”, señala González.
Ambos formaban parte de la flotilla a bordo de los barcos Adara y Fair Lady. Relatan que durante su detención vivieron interrogatorios constantes, aislamiento y miedo, pero también la certeza de que su presencia en Gaza tenía un sentido profundo: hacer visible el sufrimiento del pueblo palestina.

Entre el apoyo y la manipulación
El regreso de la flotilla mexicana fue una mezcla de gestos consulares y maniobras políticas. González reconoce el esfuerzo particular del embajador de México en Israel, Mauricio Escanero, quien, pese a las amenazas y los gritos de la policía israelí, insistió en verles y llevarles información precisa. “Su presencia nos dio certeza, incluso al intentar llevarles agua a las mujeres detenidas”, relata.
Sin embargo, esta atención diplomática contrastó con los intentos del gobierno mexicano de controlar el relato público de su regreso. Según los testimonios de Sol González y Diego Vázquez, la Secretaría de Relaciones Exteriores pidió a los activistas que no se presentaran a la prensa con el uniforme carcelario. La instrucción fue rechazada.
“Llevar ese uniforme hasta México era una postura política, una forma de denuncia”, explica González. “Querían que saliéramos por un hangar, lejos de los periodistas, pero no aceptamos. Nos dijeron que ese recibimiento se da a los presidentes”.
“Un gobierno tibio”
Diego Vázquez expresó haberse sentido enfurecido porque el embajador le reiteró al menos tres veces que debían agradecer a la presidenta, Claudia Sheinbaum, por el trato recibido, por haber sido nombrados en la mañanera, y por el compromiso de regresarlos.
Por su parte, la Directora General de Protección Consular y Planeación Estratégica de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) de México, Vanessa Calva, les repitió cuatro veces que el trato que les estaban dando era el “trato que se les da a los jefes de estado”, y que “los recibirá el canciller Juan Ramón de la Fuente y “les darán atención médica”.
Y es que, según relató Vázquez, aunque esto no era precisamente una necesidad, el gobierno mexicano proporcionó cuatro boletos de avión en primera clase a pesar de que eran seis personas recién liberadas de prisión, además de acceso a un lounge privado para bañarse y descansar antes de su regreso.
Diego Vázquez calificó estos gestos como un síntoma de un gobierno tibio, “al que le gusta diluir los temas importantes para evitar confrontar a Estados Unidos e Israel”, señaló. En sus palabras, “de esta forma se diluye el discurso que realmente importa”, al priorizar gestos superficiales por encima de una postura política firme ante las violaciones de derechos humanos.
Un reconocimiento insuficiente
El 22 de septiembre, el gobierno mexicano finalmente reconoció el genocidio en Palestina tras años de silencio, cuando Claudia Sheinbaum nombró por primera vez la palabra “genocidio”, en referencia al asedio israelí en tierras palestinas, durante la conferencia de la mañanera.
Este reconocimiento fue posible, en parte, debido a la participación de las personas activistas a bordo de la flotilla y la presión social ejercida en las calles del país.
Sin embargo y a pesar de nombrar el genocidio, la postura del país sigue siendo tibia, pues aún faltan tareas y acciones contundentes y concretas que acompañen esa declaración “Como país falta mucho y falta mucha más fuerza y mucha más contundencia”, señaló Sol González en entrevista.

“¿Por qué no se rompen relaciones con Israel?”, cuestionan González y Vázquez.
Para ambos la respuesta yace en la complicidad de México con Israel que trasciende la inacción política y se imbrica en vínculos concretos en materia de seguridad, tecnología, y dependencia narrativa imperialista, como el uso del spyware Pegasus en 2017, para espiar y vigilar a periodistas y activistas durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, y que continúo siendo utilizado posteriormente por las Fuerzas Armadas durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Para mí Palestina es el mundo. Palestina es una especie de laboratorio en el que se prueban todas las tecnologías de espionaje y de control y de opresión. Pero además se prueban todas las técnicas de opresión, control y de terrorismo psicológico y físico que después se trasladan a otros espacios del mundo. No hay que olvidar que México compra tecnología a Israel y que México tiene contratos para entrenar a nuestros policías bajo esas lógicas. (Sol González )
El racismo detrás del genocidio
Para Sol González y Diego Vázquez, el genocidio palestino no puede entenderse sin hablar del racismo estructural que lo sostiene.
“Lo que yo hice, y creo que también Sol está en el mismo sentir, fue llevar a cabo una misión que pusiera los ojos en Gaza, los ojos en los palestinos, los ojos en los cuerpos racializados, en los cuerpos violentados, en la ocupación misma desde hace 77 años”. (Diego Vázquez )
Desde México hasta Palestina, los cuerpos de las personas racializadas son vistos como cuerpos, no como sujetos acreedores de derechos. Este es un factor crucial que expone el racismo inherente no sólo de la ocupación israleí, también de la cobertura mediática internacional y la inacción global ante el genocidio palestino.
En entrevista, Vázquez denuncia que en parte de Cisjordania hay al menos 600 infancias en cárceles israelíes. Una muestra de cómo se ha normalizado la violencia contra los seres y cuerpos racializados, los cuerpos árabes, hispanos y africanos.
Por ello, lanza la pregunta: si hubiera al menos 50 infancias israelíes interceptadas por Palestina, ¿cómo estaría el mundo en este momento?
La Global Sumud Flotilla fue una acción civil, pero también un gesto político de resistencia. Para sus integrantes, portar el uniforme de prisión en su regreso fue una forma de recordar que la solidaridad no es delito, y que callar ante la injusticia también es una forma de complicidad.