Hablar de crianza feminista implica hablar de revolución, mucho cuestionamiento e incomodidad, pero también de alternativas para crecer infancias más sanas, llenas de ternura, conciliación con sus sentimientos y sobre todo, libres de estigmas de género y violencia.

La crianza feminista es una forma de crianza que desafía los roles de género tradicionales, promueve modelos de igualdad y de autonomía, y reconstruye los paradigma sociales del género desde una mirada alejada del adultocentrismo, es decir, pone al centro de la conversación las necesidades de las infancias. 

Ya lo decía la feminista Bell Hooks en su obra, Enseñar a transgredir como práctica de la libertad, sobre la educación dentro de las aulas, “Enseñar es un acto performativo”. En una lógica similar, maternar requiere comunicación efectiva para educar libremente y transgredir el sistema de valores tradicional. 

¿Qué implica maternar como una mujer feminista en un contexto de violencia? ¿Cómo criar a infancias, especialmente a niños hombres para no replicarlas? Esta sin duda es una tarea difícil que únicamente las madres feministas pueden responder. 

“Criar a un niño diferente de lo que dicta el modelo patriarcal tradicional ya es, en sí, un acto feminista. Para mí, significa abrir la jaula en la que están encerrados, una jaula hecha de capitalismo, de mandatos sobre cómo deben comportarse: ser proveedores, no llorar, ser fuertes, ser violentos. Yo no quiero eso para mi hijo. Quiero que piense, que cuide, que dude de lo que aprende en la escuela”, cuenta la periodista, locutora y mamá feminista desde hace seis años, Mariela Santoni.

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La crianza feminista en un mundo de violencia

Para Daniela Avilés, una mujer periodista y madre feminista desde hace ocho años, la crianza feminista es una forma de criar más libre y llena de amor,  lejos de los estereotipos tradicionales que han marcado a madres y padres

En un mundo atravesado por la violencia y donde el conservadurismo gana terreno, apostar por esta crianza es un acto de subversión que enfrenta de frente los desafíos del patriarcado.

“El principal reto que enfrento como mamá feminista, o desde la crianza feminista, es cuando atraviesas la puerta de tu casa y pones un pie afuera en el mundo, y te encuentras con que todavía hay gente que no puede entender. Ahí es donde te encuentras con críticas, puede ser incluso violencia, burlas y  bullying a tu hijo por intentar transformar nuestra crianza, desafiando lo establecido”, explica Daniela Avilés.

Estas críticas y señalamientos no son más que una forma de violencia patriarcal normalizada en la crianza. Detrás de esta violencia simbólica visible en la crianza se encuentra un conflicto aún más complejo y estructural que afecta de una manera particular a los niños hombres

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Platicamos con Ricardo Ayllón, director de la organización Gendes, especializada en la atención y el trabajo especializado con hombres para promover relaciones igualitarias entre mujeres y hombres. “Lo que encontramos es una normalización de la violencia desde edades muy tempranas. Hay una presencia constante de narrativas ligadas al poder, muchas veces encarnadas en figuras como policías, militares o integrantes del narcotráfico. Eso transmite la idea de que ser hombre está asociado con tener control y autoridad”,  dice. 

A esto se le suma que muchos niños crecen en contextos de cuidados fragmentados y de abandono, lo que abre la puerta a la soledad, la sexualidad temprana y la violencia

Nuevas maternidades, nuevas masculinidades

“Cuando las figuras cuidadoras están cercanas a los feminismos o a los temas de igualdad, vemos que se rompe la mirada tradicional. Hay una distribución más equitativa de roles, se fomenta el buen trato y se habla abiertamente de las emociones”, reflexiona Ricardo Ayllón. 

Y es que como lo han demostrado las madres feministas, enseñar elementos como la igualdad y el cuidado emocional, permite una crianza más libre de prejuicios y estereotipos de género

“La maternidad feminista me enseñó a liderar sin culpa, a poner límites sin perder la ternura. Me ayudó a sostener con conciencia. Mi autonomía no es un lujo: es una necesidad. Esta forma de vivir es mi aporte político cotidiano. Es pequeño, pero necesario” (Mariela Santoni)

Durante la primera infancia, el periodo entre el nacimiento y los 8 años de edad,  la crianza es primordial, pues forja valores y sienta las bases para el desarrollo integral de las infancias, así lo señala UNICEF México. 

“Los primeros siete años son cruciales. La primera infancia y los primeros segundos de vida son esenciales para construir un apego seguro. Hay que combatir la violencia ginecológica y ginocéntrica en el parto. Si un niño crece sabiendo que sus emociones importan, entenderá también que el consentimiento es esencial. Que el poder no es dominio, sino una responsabilidad. Así puede aprender a amar sin poseer, a dialogar sin gritar, a llorar sin vergüenza, a brillar sin dañar a otros”, nos comparte Mariela Santoni.

Ante la resistencia tradicional, una lloradita llena de ternura

En mi casa somos vulnerables. Es fundamental que mi hijo conozca los nombres de sus emociones. Le muestro cuando estoy cansada, triste o simplemente no me siento bien. Le digo: “Hoy no tengo energía para esto, pero podemos hacer algo más tranquilo”. (Mariela Santoni)

¿Cuántas veces no se les ha dicho a los niños que no pueden llorar, que no pueden experimentar con los colores y deben encasillarse en el azul occidentalizado a masculino? Ya sea con la familia extendida, en la escuela y con las amistades, parece que el mundo conspira para someter a las infancias y encasillarlas en un peligroso binario. La violencia no es natural, es aprendida, enseñada y replicada.

Todo aquello relacionado con la feminidad es arrebatado de los niños hombres: el llanto, el miedo, el temor y los sentimientos como generalidad. 

“Hay resistencias fuertes. Algunos hombres rechazan o descalifican el discurso, les incomoda. Pero también hay una oportunidad: cuando identifican que estas violencias los afectan a ellos mismos y a sus familias, se abre una ventanita para sensibilizarlos”, comparte Mariela Santoni.

La importancia de la vulnerabilidad es imprescindible al momento de revolucionar la crianza, y es que parte de combatir los rígidos estereotipos de género durante la niñez es reconocer y nombrar los sentimientos a pesar del estigma. 

Hace unas semanas se viralizó la noticia de que la cantante colombiana Shakira había demandado al influencer conservador y “gurú de la masculinidad”, El Temach. El rumor se suscitó como una broma por parte del influencer después de que señalará en un vídeo para redes sociales que la crianza de la cantante influía de manera negativa en el crecimiento de sus hijos, y utilizó la palabra “amanerado” para justificar su opinión. 

Como este caso, la crítica hacia la crianza de las mujeres, más allá de una maternidad feminista, siempre está presente.  “He tenido que enfrentarme mucho: a mi familia, al padre de mi hijo y a su familia. Porque ir a contracorriente siempre implica fricción”, comparte con nosotras Mariela Santoni. 

Estás resistencias han estado imbricadas en nuestras sociedades, combatirlas implica valentía y una lloradita llena de entendimiento, compasión y muchos sentimientos, pues finalmente “dejar llorar a un niño es un acto político”, sostiene Mariela Santoni.

La crianza feminista también es colectiva

La ternura es una herramienta poderosa, y sin duda es una forma de crianza disruptiva, pero para que funcione debe ponerse en práctica. “Jugar, alimentar, compartir. Eso rompe con una visión adultocéntrica”, señala en entrevista Ricardo Ayllón.

A pesar de que la maternidad es diferente para cada mujer, tanto Mariela Santoni como Daniela Áviles concuerdan en que la crianza debe ser colectiva, y la participación de los hombres es necesaria. “El papel de los hombres en la crianza es fundamental. Necesitamos asumir una responsabilidad activa hacia una sociedad igualitaria y de buen trato, continúa Ricardo Ayllón.

Esto incluye las tareas de cuidado, pues una crianza feminista en favor de la colaboración pone al centro de la agenda la enseñanza igualitaria de los cuidados dentro y fuera del hogar para que la carga emocional y mental no sea una tarea exclusiva de las mujeres del futuro.