Desde hace más de un año, Montse ejerce una maternidad en reclusión desde el Penal de Chiconautla, en Ecatepec, Estado de México. Comparte una celda con sus dos hijas de ocho meses, entre pasillos y rutinas que nunca fueron pensados para las infancias. Sabe que su tiempo juntas es limitado: la Ley Nacional de Ejecución Penal establece que las niñas y niños sólo pueden permanecer con sus madres únicamente hasta los tres años.
Ese límite, ya de por sí mínimo, se vuelve aún más cruel cuando la justicia no llega: el 49% de las mujeres en prisión no tiene sentencia, lo que prolonga indefinidamente la incertidumbre y vulnera derechos básicos tanto de ellas como de sus hijas e hijos.
El caso de Monse no es una excepción. En México, el 86 % de las mujeres privadas de la libertad son madres y al menos 325 infancias crecen dentro de cárceles del país, según datos del Censo Nacional de Sistema Penitenciario Federal y Estatales 2023, del Inegi. Son niñas y niños que pasan sus primeros años entre barrotes, expuestos a condiciones de hacinamiento, violencia institucional y servicios insuficientes.

Maternar con dolor
Una barda con púas en la parte superior, decorada con un mural de arcoíris y mariposas coloridas separa a Monse de ejercer su maternidad en plena libertad. Sentada frente a las pinturas, Monse recuerda su embarazo, una experiencia compleja y atravesada por el dolor.
“Todo mi embarazo fue de alto riesgo. Tuve sangrados en el cuarto ultrasonido. Me dicen que mis bebés traen agua en el cerebro”, dice Monse mientras un par de lágrimas recorren su mejilla. No puede secarlas, sostiene a sus dos bebés en ambas manos.
El embarazo de Monse fue catalogado como de alto riesgo; llegó al centro penitenciario cuando tenía sólo tres semanas de gestación, tras ser criminalizada injustamente, según lo que relata. Durante su embarazo, sufrió de sangrados abundantes y, en su cuarto ultrasonido, los médicos le informaron que las gemelas tenían agua en el cerebro. “Mi familia dijo que por la situación, porque me encontraba aquí (en prisión) las iban a cremar y yo ya me había hecho la idea de que sí. Por mi mente pasaban miles de cosas”.
La primera urgencia para las madres privadas de la libertad es el acceso real y oportuno a la atención médica, prenatal, obstétrica y pediátrica, un derecho sistemáticamente incumplido. Para las mujeres, la falta de controles ginecológicos, de medicamentos y de servicios obstétricos seguros pone en riesgo su vida, como han documentado organizaciones como La Cana.

Durante el parto, Monse se sentía muy cansada. Recuerda el traslado para dar a luz como un momento particularmente duro. “Fue muy triste”, relata. La sacaron esposada y bajo custodia. Lo único que pensaba es en que no podría abrazar a sus bebés así. La emergencia médica continuó cuando una de las gemelas tuvo que permanecer dos semanas en la incubadora; había nacido “chiquitita”, recuerda Monse.
La falta de atención pediátrica, esquema de vacunación incompletos y una nutrición insuficiente comprometen su desarrollo temprano. En un sistema penitenciario diseñado históricamente para hombres, la salud de las mujeres y de sus hijas e hijos suele quedar en segundo plano, aun cuando debería ser una prioridad del Estado.
Las dificultades de ser madre privada de la libertad
Las principales dificultades de ejercer la maternidad dentro de prisión, giran en torno al entorno hostil, la escasez de recursos, y el profundo dolor emocional de criar a un hijo en reclusión.
De acuerdo con Raquel Aguirre, fundadora y directora general de La Cana, una organización social que ofrece un modelo de reinserción social integral y efectivo para la población femenil penitenciaria, la insuficiencia de recursos básicos en los centros penitenciarios complejiza la experiencia de las madres dentro de prisión.
“Hay muy pocos recursos destinados, la agenda política tendría que tener como tema prioritario el sistema penitenciario y desgraciadamente es la última prioridad”, explica Aguirre en entrevista con La Cadera de Eva. “Si hay poco presupuesto, si no hay interés por el sistema penitenciario, los insumos que tienen los centros son muy deficientes, en la mayoría de los casos. Ahora, para los niños hay todavía menos insumos”.

El penal de Chiconautla tiene habilitada una bebeteca, un espacio en donde las madres pueden pasar tiempo de esparcimiento con sus hijas e hijos. El lugar, iluminado, colorido, habilitado con juguetes y libros infantiles, es sólo una pequeña muestra de los estímulos a los que las infancias deberían exponerse para su óptimo desarrollo. “Los niños necesitan tocar, conocer y ver”, enfatiza Aguirre, sin embargo, muchos penales no tienen áreas verdes y no se permiten los colores.
Otro factor que complejiza la maternidad en prisión es la falta de atención médica especializada. Debido a que la población infantil es muy pequeña en comparación con la población general, no hay pediatras que atiendan las necesidades de las y los menores de edad dentro de los centros penitenciarios.
A esto se suma la dificultad de adquirir productos básicos pero costosos, como pañales, talco, toallitas y biberones. Para dimensionar la carga económica: una bebé puede utilizar hasta siete pañales al día durante los tres años que la ley permite su permanencia en prisión. En los centros penitenciarios, donde el abandono y la falta de trabajo imperan, es muy difícil solventar los gastos.
Redes de reinserción social
Para combatir esta problemática, La Cana ofrece programas de reinserción social que buscan preparar y dar herramientas de autonomía económica, desarrollo personal, aspectos legales y familiares a las mujeres privadas de su libertad para su vida después de la prisión. La Cana cree que la reinserción se tiene que dar desde que las mujeres están dentro de la cárcel.
Este fue el punto de partida de la organización y eje fundamental, que busca el empoderamiento económico de las mujeres, por lo que ofrecen talleres de tejido, bordado, costura y serigrafía. También se capacita a las mujeres en otras habilidades como en el arte de uñas, maquillaje, cartonería y pasta francesa.

Las mujeres utilizan estas habilidades para producir artículos, como los famosos peluches tejidos térmicos, manteles y servilletas bordadas, que se venden a través de la marca de La Cana. Esto les permite enviar dinero a sus casas para apoyar el desarrollo de sus hijos, además de comprar artículos básicos dentro de prisión como toallas sanitarias o papel de baño.
“La capacitación laboral y de empleo es de los ejes más importantes de La Cana, porque les estás enseñando una herramienta pueden utilizar para generar una técnica en sus casas y emprender su negocios”.
La agotadora carga de los cuidados
A Monse le gusta hacer manualidades: le encanta hacer rosas con sus manos pero, tras el nacimiento de las gemelas, ha sido más difícil desarrollar sus habilidades y capacitarse. La maternidad es una tarea de 24 horas y, dentro de los centros penitenciarios, el cuidado es aún más riguroso.
“La verdad todo mi tiempo es para mis hijas. Si con una es complicado, con dos termino cansada, más al subir bajar escaleras con mis hijas por su comida. termino cansada y son muchos cuidados”, cuenta Monse. “Estamos en la cárcel, es un lugar donde una debe desconfiar de las personas, siempre estoy desconfiando”.

A pesar del dolor de la situación, cuando Monse habla de sus hijas, sus ojos brillan. La maternidad en reclusión implica un gran sufrimiento emocional para las madres, especialmente al ser conscientes del entorno en el que crecen sus hijas e hijos. Para ella, tal vez esa es la dificultad más grande de maternarnar mientras está privada de su libertad: verlas ahí, encerradas y sin la posibilidad de crecer libremente como las niñas de su edad.
“Son un milagro”, dice mientras sostiene las manos de las gemelas que, como ella, se han aferrado a la vida.

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