La crisis climática se vive en todo el planeta, pero no se siente igual en todos los cuerpos ni en todos los territorios. Mientras algunas personas pueden protegerse del calor extremo, del desabasto de agua o de los huracanes, otras cargan con las peores consecuencias. Detrás de esta desigualdad hay un concepto que urge decir en voz alta: racismo climático.

Para entender qué significa y cómo opera conversamos con Ángeles Cruz, coordinadora legal de Racismo MX, una organización dedicada a visibilizar, denunciar y debatir el racismo estructural en el país.

¿Qué es el racismo climático y por qué importa nombrarlo?

El racismo climático, también llamado racismo ambiental, se refiere a la carga desproporcionada de los impactos del cambio climático y la degradación ambiental sobre comunidades racializadas, explica Ángeles Cruz. 

No se trata solo de sequías, huracanes o contaminación, sino de quiénes viven esas consecuencias con menos recursos, menos protección y menos voz. Para la experta nombrar el racismo climático es reconocer que quién enferma, quién se desplaza y quién muere frente a un desastre ambiental no es producto del azar, sino del racismo, el colonialismo y las decisiones que se toman o se evitan desde el poder.

“Cuando hablamos de racismo climático podemos ver responsabilidades diferenciadas. El norte global es responsable de cerca del 90% de las emisiones de gases de efecto invernadero, mientras que comunidades del Sur Global, muchas de ellas indígenas, afrodescendientes o campesinas pierden territorios, medios de vida y, en muchos casos, la vida misma. Quienes menos responsabilidad tienen son quienes más resienten los efectos” (Ángeles Cruz, Racismo MX.)

Cuando las decisiones se toman sin quienes habitan el territorio

Una de las expresiones más claras del racismo climático es la exclusión de las comunidades afectadas de los espacios de poder. Ángeles Cruz explica que los pueblos indígenas y afrodescendientes suelen quedar fuera de las decisiones sobre adaptación y mitigación climática, bajo el argumento de que no tienen el “conocimiento técnico” suficiente.

Esto quedó en evidencia durante la COP30, realizada del 10 al 21 de noviembre de 2025 en Belém, Brasil. Aunque se llevó a cabo en plena Amazonía, activistas y pueblos indígenas fueron frenados por la seguridad al intentar ingresar a la sede.

La escena fue contundente: se celebran los saberes indígenas en los discursos, pero se les niega autoridad real. Se habla de “territorios sagrados”, mientras se excluye a quienes los defienden.

Aunque de esa cumbre surgió la Declaración de Belém sobre Racismo Ambiental, el primer documento internacional que reconoce explícitamente el racismo climático, las personas directamente afectadas no estuvieron sentadas en la mesa donde se tomaron las decisiones.

Racismo climático en México: mapas que muestran la desigualdad

En México, el racismo climático se refleja en quién tiene agua, infraestructura y atención frente a desastres, y quién no. Racismo MX ha documentado estos patrones a través de su proyecto Cartografías del Racismo Ambiental, un mapa interactivo que registra eventos adversos y desigualdades estructurales.

Estos son algunos ejemplos:

Península de Yucatán: el despojo territorial del pueblo maya mediante megaproyectos como el Tren Maya ha provocado destrucción de biodiversidad y contaminación del agua, aumentando la vulnerabilidad ante huracanes y calor extremo.

Ciudad de México y norte del país: la falta de agua y la exposición a eventos extremos se relacionan con infraestructura desigual. El racismo, cruzado con el clasismo, determina dónde hay áreas verdes y dónde no.

Tabasco, comunidad El Bosque: el aumento del nivel del mar ha destruido varias líneas de viviendas. Es la primera comunidad reconocida en México como desplazada climática.

“La desigualdad estructural está ahí, no todas las personas transitamos la crisis climática de la misma manera” (Ángeles Cruz, Racismo MX. )

Cuando el clima recrudece la carga de cuidados

La crisis climática también tiene género y color. Las mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas enfrentan impactos específicos que profundizan la desigualdad.

Ángeles Cruz explica que la degradación ambiental aumenta la carga de cuidados que históricamente recae sobre las mujeres:

  • En contextos de sequía o huracanes, los hombres suelen migrar en busca de trabajo, mientras las mujeres permanecen en territorios devastados: lo que se conoce como inmovilidad climática.
  • En ciudades altamente contaminadas, como Monterrey, Nuevo León el aumento de enfermedades respiratorias implica más trabajo de cuidados no remunerado.
  • En contextos de escasez hídrica, la búsqueda de agua se convierte en un trabajo feminizado.

Además, la falta de recursos básicos incrementa la violencia. Datos de la ONU muestran que por cada grado que aumenta la temperatura, la violencia de pareja íntima crece 4.7%. Durante olas de calor, los feminicidios de pareja aumentan hasta 28%. Las proyecciones son alarmantes: para 2050, 158 millones de mujeres y niñas podrían vivir en pobreza climática.

Defender el territorio: entre la resistencia y el riesgo

El racismo climático también se expresa en la violencia contra quienes defienden la tierra. Cuando las comunidades se oponen a proyectos extractivos, son criminalizadas bajo narrativas de “anti desarrollo” o “revoltosos”.

Defender el medio ambiente es letal en México. En 2023, 18 personas fueron asesinadas por esta labor, según Global Witness, la mayoría indígenas y opositoras a industrias extractivas. Ángeles Cruz señala que muchos de estos crímenes quedan en la impunidad porque, en el fondo, persiste la pregunta de qué vidas merecen ser investigadas y reparadas.

¿Qué implica una justicia climática feminista y antirracista?

Para avanzar hacia una justicia climática real, no bastan los discursos. Se necesitan cambios estructurales:

  • Participación real de comunidades racializadas, mujeres y juventudes en la toma de decisiones.
  • Presupuesto suficiente para políticas de adaptación (y no desviar recursos a megaproyectos).
  • Reparación del daño, incluyendo reasentamientos dignos para comunidades desplazadas.
  • Cambio de narrativa, centrando historias de resistencia y recuperación desde las propias comunidades.

Ángeles Cruz señala que pensar la crisis climática desde un enfoque feminista y antirracista implica asumir algo incómodo pero urgente: la desigualdad ambiental es una elección política. Y si fue construida desde ahí, también puede y debe desmontarse desde ahí.