No importa si lo ves en una cafetería, en un concierto indie o en la fila de una librería: lo reconocerás. Auriculares con cable, tote bag, un libro “sensible” a la vista y un discurso progresista listo para seducir. Frente a ti podría estar el hombre performativo (performative male), un arquetipo que ha capturado la atención (y las risas) de la Generación Z.

Este fenómeno se ha vuelto tan popular que ya inspiró concursos en ciudades como Seattle, Nueva York, Yakarta e incluso Santiago de Chile, donde cafeterías organizaron eventos para coronar al “mejor hombre performativo”. En TikTok, el hashtag #performativemale acumula más de 28 millones de vistas y #performativo supera los 149 millones, reflejo de que la ironía y el escrutinio de este estilo se volvieron virales.

¿Qué es un hombre performativo?

El hombre performativo es, en esencia, la antítesis del hombre tóxico. Alisha Haridasani Gupta y Nicole Stock lo describen en The New York Times como “hombres que intentan adaptarse a lo que creen que les gusta a las mujeres feministas”, según la profesora de arte Guinevere Unterbrink. 

Su objetivo es cuidar su estética de una manera que cree que lo hará más atractivo para las mujeres progresistas. Sin embargo, como señala Lanna Rain, presentadora de los concursos virales sobre este fenómeno, “Muchas veces no saben de qué hablan. Es solo una estética para ellos”. Se convierte en un “tablero andante de marcadores de tendencias de suavidad, estilo y una inclinación feminista que quizás no posea realmente”.

La masculinidad performativa exhibe un “look” muy específico, más que un outfit, es un manual visual. Suele incluir:

  • Bermudas o pantalones anchos.
  • Camisetas ajustadas o boxy + chaquetas oversize.
  • Mocasines con calcetas blancas altas, “bailarinas”/Mary Janes o tenis retro.
  • Gafas pequeñas, cinturón con accesorios/llaveros, cadenas y anillos plateados.
  • Gorro Arc’teryx o beanie minimal.
  • Auriculares con cable siempre visibles.
  • Tote bag (mejor si cuelga un Labubu o stickers de arte).
  • Un libro “sensible” a la vista (Rooney, Didion, poesía), cámara analógica y—cuando aplica—una colección de vinilos lista para presumirse.

Como resume la editora Mahalia Chang en GQ, estos conjuntos parecen “marcar casillas” del supuesto deseo femenino: una coreografía diseñada para verse seductor, poco amenazante e inteligente.

Sin embargo, la reacción femenina en las redes sociales muchas veces es de burla, como lo demuestran comentarios sarcásticos o la respuesta de Clairo a un fan que comentó en uno de sus posts de Instagram diciendo: "Estoy escuchándote ahora mismo junto a mi Labubu bebiéndome un matcha". La cantante respondió con un “lo que tú digas”, obteniendo aproximadamente 25 mil "me gusta".

Antecedentes: de los “posers” al matcha latte

Este fenómeno no es del todo nuevo; la escritora Casey Lewis, fundadora del boletín After School, lo compara con ser un “poser” en los años 90 y principios de los 2000, una figura que intentaba “hacerse el interesante en las fiestas para atraer a las chicas que les gustaban”. 

En el podcast Amikas, las creadoras de contenido Valeria y María José señalan que la masculinidad performativa se adapta a los tiempos. El hombre performativo de hoy no es el primero en su especie; en los 90, el estilo grunge de Kurt Cobain podría haber sido su equivalente, y más recientemente, el “ñoñoino del 2019” que iba a marchas con su bicicleta fixie y cortavientos.  

La palabra “performativo” ha evolucionado de un concepto filosófico (como la idea de Judith Butler de que todo género es performativo) a un peyorativo que sugiere que el apoyo a causas como Black Lives Matter era más una “apariencia de moralidad” que una preocupación genuina.

Capital cultural como estrategia de seducción

El comportamiento del hombre performativo puede analizarse a través del concepto de capital cultural de Pierre Bourdieu. Este se refiere al “conjunto de conocimientos, habilidades, actitudes y disposiciones que una persona adquiere a través de la socialización” y que tienen un valor en el “mercado simbólico cultural”. El Hombre performativo utiliza principalmente dos formas de este capital:

Capital cultural objetivado: son los “bienes culturales materiales” que posee y exhibe, como los libros de Sally Rooney o Joan Didion, los discos de vinilo de Clairo, los auriculares con cable, o la tote bag con un Labubu. Estos objetos son símbolos de una supuesta sofisticación o sensibilidad que busca proyectar.

Capital cultural incorporado: se manifiesta en los “conocimientos, habilidades, gustos y actitudes” que forman parte del individuo y se expresan en sus prácticas y comportamientos. Por ejemplo, el hecho de que se apresure a revelar su colección de vinilos o hable de autoras feministas, aunque quizás no comprenda realmente sus obras.

Como señala Bourdieu, este capital le permite “desenvolverse en el mundo, elegir prácticas que les reporten beneficios y ubicarse en posiciones ventajosas dentro de la sociedad”, en este caso, en el ámbito de la atracción romántica.

El objetivo es acumular un “patrimonio cultural” que, aunque quizás no sea genuino, le otorga un peso en el “mercado simbólico” al presentarse como un individuo sensible y woke. De esta manera, busca generar un capital erótico, que es la suma de atributos físicos y sociales que otorgan atractivo y poder de seducción. Aunque este último se centra en el atractivo físico y social genuino, la performance busca emularlo a través de la exhibición cultural.

¿Performance o deconstrucción real?

En esta nota, Marilú Rasso, directora ejecutiva de Espacio Mujeres para una Vida Digna, Libre de Violencia, nos explicó que las masculinidades performativas nos invitan a preguntarnos si esta apariencia no violenta implica “un trabajo profundo de deconstrucción donde se cuestione y se mueva de lugar en términos de privilegios o el trato real hacia otras personas”. Es decir, ¿está realmente desafiando las estructuras de privilegio masculino o simplemente proyectando una imagen?

Más allá del outfit, las mujeres buscan hombres que:

  • Pongan en el centro el respeto y la dignidad.
  • Reconozcan y trabajen sus contradicciones.
  • No se apropien del discurso feminista, sino que lo usen para cuestionarse a sí mismos.
  • Sean capaces de ceder espacio, escuchar y transformarse.

Marilú Rasso también explica que si bien la presencia de “representaciones diversas de ser hombre”, es vital para ofrecer “otros referentes de masculinidad” a las nuevas generaciones, desmantelando los moldes preestablecidos y las normas que han naturalizado las violencias es importante observar los “gestos cotidianos” para evaluar la autenticidad de un hombre:

  • Cómo se vincula con la persona que lo atiende en un restaurante.
  • Si sus silencios sostienen privilegios.
  • Si reacciona a los puntos de vista diferentes desde la defensa o desde la escucha.
  • Si es capaz de reflexionar y de reparar.
  • Si se quita del centro y del privilegio cuando tiene la posibilidad de hacerlo.

Así que ya sabes amix: lo disruptivo no es portar un libro de Rooney en la tote bag, sino practicar una masculinidad que deje de ser performance para convertirse en vínculo, cuidado y transformación.