Esta temporada spooky, las brujas, vampiras y fantasmas salen de las sombras no solo para espantar a los hombres, sino también al patriarcado. En la oscuridad, entre velas, humo y risas cómplices, reaparecen las figuras femeninas que la historia quiso convertir en monstruos: mujeres libres, inteligentes y peligrosas para el orden que las quiso sumisas.

¿Has escuchado hablar de los demonios femeninos que encantan a los hombres para, supuestamente, succionar sus almas? El mito del súcubo, tan antiguo como la culpa que recae sobre el deseo femenino, no es lo que parece, pues encarna los miedos patriarcales a la autonomía de las mujeres.

Tal vez has visto la ya clásica película de terror corporal, Jennifer’s Body, de la directora Karyn Kusama y protagonizada por Megan Fox. En ella, la protagonista, Jennifer Check, es poseída por un demonio que busca terminar con la vida de sus compañeros. Jennifer siente atracción, deseo y sed, cualidades que, a las mujeres se les ha negado por considerarse “promiscuas”, bajo valores religiosos. 

Cuando el deseo femenino se convierte en un demonio

Según el mito, la historia del súcubo (o la súcuba) comienza en el folclore medieval de los siglos V y IX, donde por primera vez se describe como una figura demoníaca femenina que aparece en los sueños de los hombres para seducirlos y absorber su energía vital para darle energía a su contraparte masculina, el íncubo.

El término proviene del latín succuba, que significa “yacer debajo”, como la idea de la tentación que a menudo acecha. Se cree que los súcubos descienden de Lilith, la primera esposa de Adán, antes de la creación de Eva, quien, según algunas leyendas, se convirtió en la primera súcubo

Las mujeres que acechan los sueños

De acuerdo con el Instituto Clínico de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos, el mito del súcubo se utilizaba en la Edad Media para explicar fenómenos fisiológicos y psicológicos que no tenían entonces una explicación científica, como la parálisis del sueño, los episodios de pesadillas o la impotencia sexual. 

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Incluso, en registros más recientes, se han documentado casos de hombres con esquizofrenia que atribuyen sus alucinaciones o experiencias nocturnas a la presencia de un súcubo.

Más allá del relato religioso medieval, la figura del súcubo representa una advertencia moral que ha perseguido a las mujeres durante siglos: castigar a la mujer que disfruta, que decide y que ejerce su deseo. La demonización del placer femenino fue una herramienta para controlar el cuerpo y la sexualidad de las mujeres, construyendo la idea de que el deseo propio era sinónimo de peligro o pecado.

El súcubo y su relación con la sexualidad femenina

La escritora y feminista, Marcela Lagarde, explica en Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres que “la autonomía está enmarcada en el tema del poder y como algo por construir, como algo que hay que defender porque no existe plenamente. La autonomía es parte de la estrategia de lucha de las mujeres en el mundo. Y no sólo de las mujeres sino también de hombres convencidos sobre lo que hoy llamamos la democracia de género”. 

Este precepto se extiende a todos los ámbitos de la vida de las mujeres, tanto en lo público como en lo privado. La autonomía sexual forma parte esencial de ese proceso de recuperación de los cuerpos que durante siglos fueron controlados, silenciados o expropiados por el patriarcado

Nombrar el deseo propio, decidir sobre el placer, sobre la maternidad o sobre el vínculo con otras personas, sigue siendo un acto de resistencia frente a las estructuras que históricamente han impuesto culpa, vergüenza o castigo sobre la libertad femenina.

Hoy, resignificar a figuras como el súcubo, la bruja o la vampira es también un acto político y simbólico. Estas representaciones, que alguna vez encarnaron el miedo masculino a la libertad de las mujeres, hoy se transforman en emblemas de poder, deseo y autodeterminación.