Por: Sofía Valenzuela Fuentes

EL COLECTIVO

Algunas amigas de mi antiguo trabajo habían iniciado un colectivo feminista para trabajar en la ciudad con perspectiva de género y espacios públicos libres de violencia. La idea me fascinó.

Las reuniones eran a las ocho de la noche, a esa hora apenas podía dormir a la bebé para salir corriendo a la cervecería local a tomar una cerveza y planear las actividades del mes. Otras veces pasaba todo el día pegada al saca leche para dejarle a mi pareja un biberón y con eso, él la lograría dormir. Tenía semanas sin dormir bien y me costaba concentrarme. Las puntadas de la herida del parto aún me molestaban y no podía quedarme sentada mucho tiempo. Muy pronto me di cuenta que tenía que dejar las reuniones, mi cuerpo no daba para más que lactar para una chiquilla y desvelarme junto con ella.

En mi última reunión, llegué tarde porque la bebé solo quería mis brazos, le estaban saliendo los dientes y tenía fiebre. Aún así, me pude separar y salí del departamento (no sé a quién le costó más, si a ella o a mí… evidentemente a mí), aún escuchaba su llanto desde la calle y sentí mis brazos vacíos mientras tomaba el volante del coche. Llegué a la cervecería cuarenta minutos tarde y antes de decir hola, una chica del colectivo hizo un reclamo al verme llegar sobre la puntualidad.

–Todas hacemos un esfuerzo por llegar aquí temprano, todas aquí tenemos trabajos y compromisos que planeamos con tiempo para poder respetar el tiempo de las demás.

–Perdón. –dije, conteniendo las lágrimas a punto de estallar. Tenía la cabeza en mi bebé que dejé llorando, el cansancio acumulado de las noches sin dormir me pesaba en la espalda y no había otro lugar en el mundo en donde quisiera estar más que con mi hija, pero me quería demostrar a mi misma que podía ser feminista activa como yo lo entendía, y mamá al mismo tiempo. Me quería demostrar que no lo había dejado todo por maternar.

Escuchaba retazos de conversación y mi cabeza se sentía como un globo lleno de aire: Queremos calles sin acoso, queremos salir vestidas como queramos y a la hora que queramos, queremos poder pasar por un edificio en construcción y que no nos hostiguen. Queremos salir de noche y caminar solas sin miedo a que nos violen. De pronto todas me voltearon a ver. Sofi, cuéntales de cuando los señores casi te tiran de la bici por agarrarte las nalgas.

Intenté contar la historia pero no contuve el llanto. Lloraba por el acoso, por el cansancio, por haber llegado tarde, por sentirme fuera de lugar, por no encontrar mi lugar, por extrañar a mi chiquita febril que se quedó llorando, por mi desempleo, por todo.

¿Tienes una bebé?, me preguntó otra compañera. ¡Ay no! Si te ves bien chiquita. Casi me dio sus condolencias. Era la única menor de treinta y la única mamá. Hice un esfuerzo por sonreír, mientras me sentía como una mamá adolescente que se metió a la reunión de profesionistas, urbanistas consolidadas. La chica que me reclamó al principio se disculpó, - no sabía que tenías una bebé. Ya eran las doce y no terminábamos. Solo veía bocas moverse, ya no escuchaba nada.

Manejando de regreso hacia mi casa, con una ansiedad tremenda de volver con mi bebé, acelerando y frustrándome con cada semáforo en rojo, recordé algo que leí en El Segundo Sexo, cuando hablaba de cómo las mujeres nos unimos a otros movimientos sociales antes de al de ser mujeres. Primero somos pobres, negras, judías, antes que mujeres. En este colectivo nos unía el ser mujeres, pero por el momento las labores de cuidados, no. Llegué a casa y María estaba profundamente dormida. Ella no me extrañó.

Meses después sería este mismo colectivo, mis amigas, quienes me ayudarían a estructurar la idea de otro espacio.

CAMINAR

Seguí haciendo lo que más me gusta hacer, caminar la ciudad. Mi bebé dejó de ser la bolita de carne que podía cargar en el fular o empujar en la carriola mientras dormía y me empezó a reclamar movimiento. Mi departamento le quedaba chico y a mí me asfixiaban cada vez más las cuatro paredes; sin embargo, salir me representaba tantos retos, tantos peligros. Una noche, mientras María estaba inquieta en la madrugada, ella estaba pegada a mi pecho y yo imaginaba (o soñaba) unos hilos invisibles que me unían a otras mamás desveladas, como si latiera una energía despierta a la mitad del silencio de la noche. Mientras el mundo duerme, nosotras estamos despiertas. No estoy sola. Desperté pensando que no era la única, pero entonces, ¿porqué me sentía como si lo fuera?

Busqué nuevas rutas y nuevos lugares donde la bebé y yo pudiéramos existir . Eran muy pocos, había que buscarlos, pero existían. Mi cuerpo necesitaba caminar, mi cabeza y mis emociones también. Me empecé a sentir bien.

SOLA

Y pienso en todas las mujeres que han parido, toda esa red invisible que tejemos las madres que habitamos dentro de nuestras cuatro paredes durante las primeras semanas de este génesis, recuperándonos de la falta de vida que quedó dentro y que ahora está afuera. Aprendiendo a vivir así, como dos vidas separadas, y empezar a caminar como una y no como dos, cicatrizando heridas, -internas, externas, físicas, emocionales,- ¿son lo mismo? Qué más da, las heridas sanan y una se redefine, porque no puedes ser la misma que eras antes de conocerle sus ojos, antes de que su vida se arranque de tu vientre de forma de mundo, su mundo. Y queda un vacío como un mar calmo con sus olas adentro, que me recuerdan que ya no hay nadie, que vuelvo a estar sola, más sola que nunca aunque tengo meses sin separarme ni un segundo de ella. Me siento sin rumbo, me flota la cabeza y me pesa el cuerpo. Pareciera que toda la vida había vivido en mí esa niña que hoy me mira, y que sin esa mirada yo ya habría perdido por completo el quicio, el futuro, las ganas.

    ¿Por qué duele tanto ese vacío? Literal duele y literal está vacío. Mi cuerpo es un balón desinflado, ¿y se supone que me debo sentir feliz? Y sí que lo estoy, pero no sólo estoy feliz. Estoy vacía, carajo. Estoy sola.

COMPARTIR

Me niego a la idea de que estoy sola en esto. Comencé a grabar mis paseos por la ciudad con la bebé. Por fin me animé a hacer una cuenta de Instagram y compartí videos de los retos del día a día transitando la ciudad con una carriola, fular y posteriormente patín o bici, esquivando banquetas rotas, cruces peatonales obstruidos (o inexistentes), grabé cómo fuimos corridas de un jardín público, en fin: mostrando la hostilidad (y la muy escasa amabilidad) que experimentamos día con día mi bebé y yo. Comencé a escribir, desde la honestidad pura, lo que era maternar en la ciudad. No era la única. La cuenta de Instagram tuvo un eco que no imaginaba. Mi pesar era el pesar de muchas, no queremos estar encerradas en nuestras casas, pero no queremos salir a la calle. A las pocas semanas lo hicimos tangible, publiqué, nos vemos en el Parque Colibrí, llegaron 12 mamás. Nos empezamos a organizar. De esta reunión vinieron muchas más. Comenzamos a juntarnos en diversos parques de la ciudad. Mientras las criaturas corrían o gateaban y nosotras compartíamos, nos mapeábamos, hablábamos de ese café donde recibieron mejor a un perro que a nuestra cría y a nosotras, de ese lugar que afuera dice no se admiten niños, y nos tuvimos que quedar afuera, de la tos que no deja dormir a nuestras crías por el aire contaminado, de las abuelas que nos salvan la vida. Mapeamos nuestras rutas urbanas y también nuestras rutas internas. Estábamos de acuerdo que caminar la ciudad como madres, no era lo mismo que antes, que nos necesitábamos juntas, que solas era muy pesado pero si éramos más caminando se sentía más ligero. Se sentía natural.

DISYUNTIVA

Llamé a esta colectiva Mamá Urbana. Construir en colectivo es un reto, requiere mucho consenso y en sus inicios esta pequeña colectiva ya tenía disensos importantes. - No me gusta el nombre, si queremos cuidados equitativos debemos llamarnos mamá y papá urbanos, debatió una compañera. -Me parece un nombre excluyente, comentaba otra. ¿Porqué las madres estamos acostumbradas a incluirnos en los sustantivos masculinos, pero ellos no? Los papás de María somos mi pareja y yo, no las mamás. Bienvenidos los padres, pero transitar la ciudad como madre es materia de género, somos más vulnerables.

MANIFIESTO

La maternidad me reveló otro feminismo, uno más comunitario y de cuidados, de la libertad vista no como hasta dónde puedo llegar sola, sino hasta dónde podemos llegar juntas. Un feminismo que camina con criaturas en los brazos. En el feminismo de Beauvoir y Klein no cabemos todas, en realidad caben muy pocas, porque son muy pocas las mujeres que a lo largo de su vida no tienen que cuidar. No solo me refiero a las madres, sino también a quienes ven por otras personas, con discapacidades, adultos mayores, personas enfermas y un largo etcétera. Aunque los cuidados deberían de ser equitativos, estamos lejos de esa realidad en México y en el resto de los países, las mujeres cuidamos más.

Es en los derechos de las madres donde encuentro la verdadera lucha. Encuentro más trascendental lograr la baja de paternidad y la ampliación de la baja de maternidad para lograr la equidad, que la lucha por que una mujer sea presidenta o CEO, porque lo primero es consecuente a lo segundo. Es en la búsqueda de ciudades con perspectiva de género en donde todas podemos caber, donde todas nos podemos sentir seguras, donde no corramos el riesgo de que nos maten por cruzar la puerta de nuestras casas.

Es en la crianza, consciente, equitativa, amorosa, donde encuentro el cambio profundo sistémico, es en ellas donde yace la semilla del mundo que quedará. Y no se trata solo de decirles que pueden ser astronautas igual que los hombres, sino que en lo que decidan ser, busquen sostener la vida y lo vivo, busquen ser parte del ecosistema que las sostiene y amarlo y cuidarlo y maravillarse con él, y con eso, para mí, ya estamos dando pasos agigantados antisistémicos.

Ser mamá me enseñó que somos parte de un todo, que somos seres interdependientes y ecodependientes. Sin las personas y sin la naturaleza, que son lo mismo, no podríamos sobrevivir. No somos moléculas al viento, necesitamos de cuidados al nacer, al enfermar y al envejecer. Juntas nos sostenemos, aunque se nos ha hecho creer que lo individual está por encima de ésto. Ser madre es poner la lucha colectiva sobre la lucha individual. Ser madre es ser feminista.

Notas:

ONU Habitat recomienda un 14m2 de espacios públicos por habitante en las ciudades, Guadalajara tiene 4m2. En la colonia que yo vivía había menos del promedio.

Jane Lazarre en El Nudo Materno describe cómo se desenvolvía con las esposas de los estudiantes de leyes de Harvard, las cuales se comparaban con las mismas estudiantes de leyes. Cómo vamos a tener representatividad las madres, si no tenemos tiempo ni energía para injerir en la agenda pública.

“Si algo sabemos del puerperio es que nombra a un proceso complejo. No es depresión -queridas compañeras- como nos recuerda, Calle, es un cajón machoaplastador que califica a estos movimientos internos como depresión posparto o demás patologías obligándonos a nadar en un total vacío psicopolítico de las crianzas.” –Luisa Fuentes Guaza