A ti que me diste tu vida, tu amor y tu espacio. A ti mi guerrera invencible. A ti luchadora incansable. La canción inunda los festivales escolares en honor a esa señora, señora cuyo nombre es “mi madre”. En su letra se sintetiza la romantización de un periodo altamente desafiante para el cuerpo y la mente del ser mujer. Ponle play mientras lees esta reflexión y seguramente al final ya no parecerá una letra tan emotiva.
Para hablar sólo del comienzo de la experiencia, en México 31.7% de quienes maternan han sufrido depresión post parto, de acuerdo a la ENSANUT más reciente, aunque en los datos de Ola Violeta AC son más.
Y ese es uno de los hallazgos más relevantes del reporte mensual que producimos en la organización, dedicado en mayo a los desafíos para la salud mental de las madres. Una encuesta aplicada a mujeres que han elegido maternar revela que 42% de ellas sufrió depresión post parto y 86% tuvo miedo de contarlo a su entorno significativo. Lidiar con un padecimiento como la depresión al tiempo que se descubre la delicada y demandante tarea de cuidar y criar a un ser humano en dependencia total de atención es un cóctel de alto riesgo para la salud mental.
En México empezamos a celebrar el Día de la Madre en 1922 a iniciativa de Rafael Alducin, director del periódico Excélsior, quien contó con el apoyo de José Vasconcelos, Secretario de Educación. La romantización asociada a la festividad apunta a que es un mecanismo de control patriarcal de las mujeres, como lo es la socialización en esa manera de concebir la maternidad.
A través del cine de la Época de Oro del Cine Mexicano, desde antes y hasta la mitad del siglo XX, y por medio de otras manifestaciones culturales, nos hemos familiarizado con una versión idealizada de qué significa ser madres.
La mujer en esa condición brindaría amor incondicional aun en las peores circunstancias y a costa de su propia vida; la madre abnegada es uno de los estereotipos de género más dañinos para la realización personal de quien materna. En 1982, en su libro El diez de mayo, la feminista mexicana Martha Acevedo analizó que históricamente celebrar el Día de la Madre ha reforzado un modelo de maternidad que glorifica la abnegación hacia hijos e hijas y la vida domesticada de las mujeres, haciendo pasar ambas prácticas como “actos de amor”.
En contraste con la noción romántica e idealizada de la maternidad, en que las madres son heroínas imbatibles, como en la canción de Denisse de Kalafe, en la realidad imperfecta que todas y todos vivimos las cargas que pesan sobre las mujeres contribuyen tanto a la explotación como al deterioro de su salud mental pues les imponen estándares inalcanzables.
Según la ENOE, al final de 2023 había 38.5 millones de mujeres de 15 años y más que son madres en el país. A pesar de todo el amor y presentes que reciben el 10 de mayo, cotidianamente la realidad es una carga de responsabilidades observada especialmente en los momentos de ausencia, esos en que son juzgadas como malas madres. Mejor regalo sería normalizar la imperfección de una tarea como la crianza, que se despliega desde una persona, como todas, en proceso de desarrollo y luchando por dar lo mejor de sí misma en un contexto de alta exigencia y juicio. Y ahí sí, cantamos todas al mismo son.