En los últimos días, no, en realidad históricamente las mujeres feministas, sobrevivientes de violencias, madres de víctimas de feminicidio o desaparición forzada hemos nombrado la rabia como digna, porque nace del amor a la vida de las que estamos, de las que nos arrebataron, de las que vienen, nace del compromiso con la justicia y la exigencia de garantía de todos los derechos para todas las mujeres. Nace del cansancio de que se nos obligue a mendigar lo que es un derecho humano.
En los últimos días, en muchas de nosotras se ha agudizado la necesidad de abrazar la digna rabia, en un llamado oficial “Tiempo de mujeres” con el slogan “llegamos todas”, que se vuelve vacío ante los más de 11 feminicidios al día, las nueve mujeres desaparecidas forzadamente y el silencio oficial que intenta imponerse como respuesta. El silencio no es neutro, y evidencia la violencia institucional.
A las preguntas que hacemos las feministas, a las exigencias de las sobrevivientes, a la urgencia de miles de mujeres que buscan justicia y protección, se responde con evasivas, retrasos o desdén.
La digna rabia que acompaña nuestras exigencias se expresa de diversas formas: círculos de análisis, solicitando reuniones, lanzando comunicados, escribiendo, creando murales, tomando las calles, habitando espacios legislativos y oficialistas donde no se debe tomar las decisiones sin nosotras. Todas, desde nuestros espacios, creatividades, recursos y necesidades, desde la diversidad que nos caracteriza, hacemos visible las omisiones del Estado, sus complicidades con el patriarcado, la falta de acceso a la justicia, la ausencia de garantía de los derechos humanos, la ausencia de un presupuesto garante, los retrocesos en derechos humanos, visibilizamos lo que el Estado desea ocultar.
Nuestra rabia no es un berrinche ni un capricho, es la consecuencia de enfrentar todos los días la indiferencia del Estado frente a la vida de las mujeres.
Los refugios, las órdenes de protección, las alertas de género y el acceso a la justicia no son favores: son mecanismos que el Estado está obligado a garantizar. Y cuando se niegan, se retrasan o se minimizan, no solo se incumple un deber: se pone en riesgo la vida misma.
Abrazamos la digna rabia porque nos sostiene y nos recuerda que no aceptaremos la indiferencia como destino. Que seguiremos denunciando cada omisión, cada recorte y cada obstáculo que pretenda callar nuestras voces.
No se trata de paciencia, se trata de vidas. Estoy convencida o así lo vivo, que nuestra digna rabia es también una apuesta por la esperanza: la esperanza de que un día la vida de las mujeres en México no dependa de la voluntad política en turno, sino de un compromiso real del Estado con los derechos humanos, poniendo en el centro a las mujeres en todas sus diversidades y etapas de vida como sujetas de derecho, reconociendo a las organizaciones de la sociedad civil, a las feministas, a las activistas, mujeres sobrevivientes como parte de indispensable de la agenda transformadora por una sociedad justa, incluyente, democrática y garante de todos los derechos para todas.
Abrazando esta digna rabia muchas seguimos de pie, insistiendo, exigiendo, resistiendo. Porque lo que está en juego no es solo el futuro de las mujeres, sino el futuro de un país entero que no debe seguir perpetuando y normalizando la violencia machista fuera y dentro de las instituciones que deben protegernos.
¡Que esa digna rabia siga habitando en las corazonas, incomodando al patriarcado y recordándole que no contara con la comodidad de nuestro silencio!