Los cuidados son imprescindibles para la vida humana, aseguran la supervivencia de la siguiente generación, la salud, la crianza, el acompañamiento emocional, el bienestar y el apoyo durante la vejez; constituyendo un trabajo que suma un promedio de 40 horas a la semana para las mujeres en México, frente sólo 16 horas en el caso de los hombres, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT) 2022.

Si se contara como parte del Producto Interno Bruto Nacional (PIB), equivaldría al 23.5 %, ¡más que muchos sectores productivos! . Y aunque no se refleje en recibos, es el pilar invisible que sostiene la vida, la sociedad y nuestras economías, principalmente gracias al trabajo no remunerado de las mujeres

Para romper con este ciclo mucho se habla de las paternidades presentes, en donde los hombres participan activamente de los cuidados y el trabajo doméstico en los hogares, generando una redistribución más justa de los mismos.

Para ello sin duda hay un tema fundamental de deconstrucción de la masculinidad y los roles de género tradicionales, en donde si bien, cada vez más mujeres trabajan y aportan económicamente, aún muy pocos hombres participan de manera equitativa en los cuidados

Sin embargo, poco se habla de la falta de tiempo que enfrentan los padres para incrementar su involucramiento en estos espacios. Esta poca disponibilidad, está directamente relacionada con la forma en la que se organiza el trabajo remunerado, con horarios poco compatibles con los espacios de cuidado y los esquemas escolares, así como con la falta de licencias parentales.

Hoy en México sólo se contemplan cinco días de licencia de paternidad para los padres trabajadores bajo un esquema formal, asumiendo una reincorporación laboral al tiempo completo a la siguiente semana. Quienes han tenido un recién nacido en casa bien saben que el trabajo continúa de manera ardua y constancia no por unos días o semanas, sino por al menos dos años. 

En ese sentido, claramente las licencias por maternidad que cubren hasta 14 semanas tampoco son suficientes, ya que también asumen un regreso al trabajo sin mayor flexibilidad para las madres. Haciendo del cuidado una responsabilidad privada, de los hogares, en donde, derivado de los roles de género, terminan siendo protagonizados por las mujeres, quienes organizan los cuidados, ya sea a cargo de otras personas o instancias, o por ellas mismas teniendo que dejar sus trabajos o hacerlos de manera parcial. 

Es ahí donde es necesario virar la mirada, ajustar la perspectiva, para dejar de ver a los cuidados como un asunto privado, sino como colectivo, como una responsabilidad compartida que no estamos asumiendo a nivel social. Y no sólo se trata de una intervención gubernamental, es necesario que también el sector privado se sensibilice y le entre a fomentar una redistribución más justa. 

La forma en la que valoramos y organizamos el trabajo remunerado frente a los cuidados va mucho más allá de la decisión individual de una empresa, es un tema estructural y sistémico, que requiere cambios a gran escala y que no serán de un día para otro. Pero hay formas de empezar a promoverlo donde el sector privado tiene un rol muy importante. 

Algunos ejemplos que pueden tener incidencia importante son: licencias de paternidad y maternidad extendidas por encima de las prestaciones de ley, horarios flexibles, esquemas de trabajo híbrido para ambos géneros, guarderías en sitio y apoyo en emergencias familiares o enfermedad de hijas/os. 

Contrario a lo que se pueda intuir, estas acciones no relajarán la productividad: al contrario. Si los cuidados se redistribuyen de manera corresponsable, donde el Estado, las empresas y los hombres tienen más espacio para cuidar, se libera tiempo de las mujeres. De acuerdo con estimaciones del Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO) incrementar un 25% la tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral mexicano para 2035 generaría un crecimiento de 6.9 billones de pesos (2025). 

Pero para ello hay que empezar por redistribuir, que los padres le entren sí, pero también las empresas y por supuesto, el Estado como promotor y regulador de las condiciones a nivel nacional para que estos cambios se vuelvan una realidad.