Si algo no tiene Laura Rojas es miedo, o lo tiene, pero lo doma, como quien se sube a un caballo salvaje, el de su enfermedad, pero más allá, el de una sociedad capacitista que se niega a ver a las mujeres enfermas. 

Laura Rojas sabe que la escritura, primero la personal y luego la comunitaria y grupal es un modo de reescribir y repensar la justicia, quizá por eso llamó a su poemario Mecanismos de defensa, un poco jugando, con los mecanismos de defensa del cuerpo ante la enfermedad, pero también incluyendo los mecanismos de defensa que a diario tenemos que activar las mujeres con discapacidad y/o enfermedades crónico degenerativas para defendernos en una sociedad que nos considera desechables, ya que nuestros cuerpos —huelgas encarnadas— no responden a la demanda capitalista de productividad y son vistos como fallas, estorbos, “cosas” de las que hay que deshacerse, obstáculos que hay que librar.

De todo esto va el poemario ganador de una mención honorífica en el premio nacional Dolores Castro 2022.

Ante las sirenas de anuncios del fin del mundo, ante el crecimiento del horror, la violencia y el fascismo, ante la replicación y beneplácito frente a la eugenesia ¿por qué hablar de un poemario? Porque el habla y la enunciación son un modo de autodefensa, porque no callar y habitar los lugares del lenguaje que ha arrebatado la historia oficial es una manera de seguir resistiendo: atestiguar y atestiguarnos. 

Así Laura se atestigua y nos atestigua, nos pone sus palabras en las manos, como quien presta una espada: 

La huella del pulgar vendada, 

llega al hospital 

para que nadie la conozca, 

porque nadie me reconoce; 

manos atadas 

para no pedir la palabra. 

Los ojos sirven 

para evitarse.  

Al dolor y el miedo que se nombran en Mecanismos de defensa se les puede rezar, se les puede poner de cabeza, se les pueden prender veladoras.

Se “santifican” por medio de la alquimia poética con la que Laura hace lo que pocas mujeres escritoras: Develar su ser enferma sin tapujos, sin adornos, sin necesidad de romantizar el dolor. Una poesía cruda que en su crudeza desata un tropel de imágenes maravillosas y dolorosas, “poner el dedo en la llaga”, para ayudar a desinfectarla. 

La ciudad se ha convertido 

en el jardín para cultivar llanto, 

no podremos destruirnos, 

el otoño se encargará de eso. 

La calle sabe lo que pensamos. 

Abrí los ojos 

para no temer a la pesadilla.

Si pienso en la frase “poner la vida al centro”, pienso en el poemario de Laura Rojas, porque poner la vida al centro es hablar de lo que la vida implica: cuidados, enfermedad, dolor, cuerpos arrojados a la violencia de las calles, cuerpos desplazados, mutilados, agredidos. 

Y ante eso hay que nombrar el dolor, nombrar la herida, nombrar el mundo. 

Laura Rojas pone la vida al centro, al colocar frente a los ojos que la leen su cuerpo enfermo, su vida enferma, la discapacidad creada por la sociedad, la barrera puesta por el lobby literario. Escribir a contracorriente y en el trayecto sembrar no es algo que muchas puedan hacer desde los márgenes, Laura lo hace. Con este poemario prende hogueras ilumina lo sitios oscuros que nadie quiere ver, y no sólo eso, incendia casas enteras.

Habrá que despedirse del mundo 

de vez en cuando, 

como renuncia 

por años de trabajo forzado. 

Hacer acto de bondad

huir del desconsuelo, 

ser larva, 

abono a la tierra 

para tener nueva forma.

Nos asesta en las últimas páginas del libro. "Señor, la jaula se ha vuelto pájaro, qué haré con el miedo", dice un verso de Alejandra Pizarnik, y parece que Laura tiene la respuesta: Escribirlo, escribirse junto a otras, escribir a otras, poner en el poemario este mundo enfermo de sí miso que devora y enferma cuerpos, consumiéndolos.

Imagen

Me han visto 

despedazar las más duras constelaciones 

a pedradas, 

sin juicio, 

pero la poesía aguarda en las paredes, 

observa para salir volando.

Ayer escuchaba a Laura hablar sobre justicia, específicamente la escuchaba platicar con un grupo de mujeres qué es lo que cada una entiende por justicia, mientras en el grupo se iban barajando las respuestas, yo pensaba que para mí un modo de justicia es que Laura escriba y poder leer a Laura, encontrarme en sus palabras, porque el acto de auto enunciación de Laura es tan poderoso que se universaliza, abrazándonos a todas. 

La lluvia aprovecha 

para florecer la ira, 

la tierra se asquea 

del lodo que se pudre. 

Los ojos nerviosos 

jamás se secan. 

No sé dónde estuve, cuando amanecía.

Recuerdo la primera vez que escuché a Laura Rojas leer, ahí estaba ella -con su voz casi ronca pero clara- en la pantalla de mi computador, leyendo poemas sobre enfermedad, cuerpo y resistencia; la poesía de Laura es una poesía que tiene hambre, que muerde, a la que se le salen las tripas. Una poesía corpórea, viva, palpitante.

No un “remedo de”, no un juego de cuotas, una poesía que es cuerpo y que al metaforizarse se vuelve señalamiento, reparación, acto de justicia (poética y real).

Laura y su poesía no conocen artificios y hacen tajantes declaraciones sin resquemores. Bienvenidas sean ambas a este mundo que tanto necesita de ellas, este mundo que tanto necesita de mujeres que no cumplen condenas y que, en cambio, las exorcizan a golpe de letras.

Mientras cierro este artículo pienso en por qué, después de haber vivido un desplazamiento forzado y ser blanco de violencias durísimas en mi entorno inmediato, elegí hablar de Mecanismos de defensa en lugar de mi experiencia personal y me quedo sentipensando que es porque Mecanismos de defensa es un acto colectivo de justicia restaurativa, se convierte en puente que me permite cruzar hacia mis propias palabras, es ese sitio donde una puede reacomodarse, reorganizarse, recoger los pedacitos para convertirlos en filo y lanzarse ya después a la propia batalla.  

La poesía de Laura Rojas es una poesía que habla de la lastimadura como quien le sopla a las brasas para que vuelvan a prender: Laura insiste con las palabras dispuesta a decir el dolor, dispuesta a nombrar la herida sin adornos. Y eso es justo el trabajo de una poeta: Nombrar la herida, bautizarla para quienes –a pesar de portarla- todavía no sabemos cómo llamarla. 

Agradezco infinitamente a Laura Rojas el nombrar la herida y le agradezco infinitamente a la vida por haberla puesto esa noche frente a mí, agradezco la existencia de “Mecanismos de defensa” y el acontecimiento corpóreo/poético que es. Este libro es una llama que crece y a todas las que se acerquen a él quiero decirles: “Que tengan buen incendio”, como quien desea buen viaje. 

También le digo a Laura Roja y a sus palabras: que tengan buen incendio, para que los cuerpos enfermos dejen de ser el cuerpo roto que la sociedad rechaza y persigue, y sean, como en Mecanismos de defensa, el cuerpo poético que descubre un nuevo modo de habitar el mundo desde la denuncia, pero también desde el abrazar íntimamente lo que la enfermedad permite ver y señalar de un mundo que necesita más que nunca de las enfermas para poder mirarse en su totalidad.

*Laura Rojas es poeta, narradora, editora, promotora cultural y activista de los derechos de niñas, niños y adolescentes con discapacidad. Su obra ha sido publicada en revistas independientes, locales, nacionales, internacionales y electrónicas. Fue directora de Producciones Ahí va el agua, revista cultural independiente que se difundía en México, Centro y Sudamérica. Su obra ha sido publicada en varias antologías de poetas potosinos. Obtuvo la mención honorífica en el premio estatal de literatura Manuel José Othón 2012, en la categoría de poesía con su libro Malandra (Ediciones el Viaje, 2013). Mención honorifica en el premio nacional Dolores Castro 2022, en la categoría de poesía con el libro Mecanismos de defensa. Y la publicación de la novela La casa de los jacintos (Vocho Amarillo, 2020). 

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