Vi Griselda en dos noches, me emocionó saber que podría contribuir al arduo trabajo de Sofía Vergara por conseguir productora/distribuidora que apostara en ella, como una actriz que no sólo hace comedia, y que ella terminó asumiendo la producción. Tenía claro que iba a darle clic a una mini serie que hablaba sobre narcotráfico y, muy seguramente, ensalzaría la figura de “chingona” de la capa del narcotráfico en Miami, no he visto Narcos por la misma razón, caí en el engaño de la sororidad.

Este artículo no pretende ser una crítica de cine-arte, (aunque admito que en mis momentos de egolatría el creerme en ese papel me es muy satisfactorio) sino una reflexión sobre lo peligroso que es encumbrar figuras delictivas y tratar de pintar dicha exaltación como una pieza del feminismo; sobre todo en un país como México, en donde el crimen organizado y los feminicidios son dos lacerantes problemas sociales.

Entonces, el papel de Sofía Vergara, pues eso, lo que ella es, diosa bajada del olimpo, utilizando el recurso favorito de Hollywood de afearla, para darle crédito a las actrices atractivas. La historia, bien contada, emocionante, y la aparición de Karol G nos hizo querer gritar “marica” junto con ella cada vez que salía en la pantalla. Todo bien, gozable y entretenedora.

Pero ya saben que “ningún chile nos embona”; pero no es así, más bien analicemos. ¿Es feminista que una mujer se encuadre en la definición hegemónica de hombre para poder sobrevivir/sobresalir? ¿Ayuda socialmente la demostración de lo que se “debe” hacer para ser “la jefa/patrona”? ¿Qué pensamos de una mujer que ayuda, que es compasiva, una virgen piadosa, o una madre postiza? ¿por qué “embellecer” la violencia, para venderla y aceptarla?

La apología al delito y la violencia ha sido una temática muy seductora y, por tanto, redituable en la industria del entretenimiento. No es que los narcocorridos o las películas de Pablo Escobar hayan inventado el género, he ahí el coliseo romano o la leyenda de Robin Hood. Como humanidad hemos buscado de todas las formas entender nuestro lado obscuro, los impulsos que nos llevan a querer arreglar lo difícil con métodos rápidos, puños o balas.

En un país en donde el crimen organizado es el quinto reclutador laboral nacional, en donde las infancias siguen jugando a ser narcos, donde las adolescencias inmersas en la violencia tienen por dicho, que es mejor vivir una vida corta, pero con lujos, que morir viejos y jodidos, y en donde cada día se asesinan a 10 mujeres por cuestiones relacionada a su sexo, el hacer de las grandes figuras del crimen un estandarte a seguir nos coloca en una situación muy riesgosa.

De la narcocultura se ha hablado mucho, hay numerosos estudios académicos que demuestran lo complejo que resulta para una sociedad el enraizar valores del crimen con aquellos que nos permiten vivir en un Estado de derecho1. Nuestras juventudes están creciendo con un choque de valores entre aquellos que se pregonan en los espacios culturales que les circunscriben – la música, el cine, la televisión, las redes sociales, etc. – y aquellos que les dicta el contrato social actual,  las normas sociales y legales que nos permiten vivir y ser parte de una comunidad. Por desgracia, hay lugares de nuestro México, en donde los narcocorridos o el narcorap tienen mayor influencia en una persona joven que lo que su familia o el aparato de procuración de justicia le dice que es correcto o incorrecto.

Asimismo, la cosificación a las mujeres que esta cultura potencializa es de alta peligrosidad, y en muchos casos el disparador de muchos feminicidios; ya que, cual ropa o tuppers ,lo que ya no sirve se desecha, y no para reciclar, sino para que no exista más (lo leo y se me pone chinita la piel). Y no me lo invento, o lo deduzco, existen tesis que comprueban la vinculación social entre narcocultura y feminicidios, evidentemente atravesados por la violencia2. Es decir, la aceptación, potencialización e incluso admiración que la narcocultura genera en los roles y conductas violentas de género, colocando al hombre que mata por amor o desamor como una persona valiente e inteligente, resulta un fuerte motivador para construir una idea en extremo peligrosa de lo que se debe hacer ante un corazón roto.

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Ana Griselda Blanco Restrepo fue la única mujer fundadora del Cartel de Medellín y pionera en el tráfico de cocaína y crimen en Miami. La serie de Netflix, inicia con una frase brutal, dicha por Pablo Escobar “el único hombre al que alguna vez tuve miedo es una mujer llamada Griselda Blanco”, esto es el epítome de volverse el macho alfa. Fantasear con que es un ideal feminista que una mujer logre brillar entre todos los machos, por ser la más macha de ellos, es tan peligroso como creer que cualquiera de las dos candidatas presidenciales en México tiene una agenda feminista, pero de eso platicamos después.

Es bellísimo ver mujeres que pueden liberarse de sus agresores, que pueden seguir adelante a pesar de los traumas, encumbrarse y apoyar a otras mujeres, pero son procesos que todas las personas debemos hacer, si deseamos ser entes funcionales. Si consideramos que simplemente hablar de mujeres es un acto feminista, no estamos entendiendo el movimiento; si caemos en la falsa promesa que la violencia nos hace como respuesta a lo fallido, nos estamos mintiendo, y sólo seguiremos reproduciendo los mismos patrones que nos han llevado a tener grupos discriminados u oprimidos, que históricamente hemos estado luchando por salir de allí. Vaya, las pinceladas de inclusión no son sinónimo a equilibrio, y el engrandecimiento a una mujer criminal e híper violenta no visibiliza la violencia en la que vivimos las mujeres; mas bien, genera la extrapolación de la persona generadora de la violencia (que de hecho ya es así); como respondió Jeniffer Rubio, a la pregunta ¿si no existieran los varones a quién le tendrías miedo? “A las mujeres blancas.”3

[1] Para mayor profundidad revisar Cabañas, M. A. (2014). Introduction: Imagined Narcoscapes: Narcoculture and the Politics of Representation. Latin American Perspectives, 41(2), 3–17. http://www.jstor.org/stable/24575495

[2] No se pierdan esta bonita Tesis de Sociología, de Calderón González, María Elena (2020), Narcocultura y violencia contra las mujeres en México, UAM, en https://repositorio.xoc.uam.mx/jspui/handle/123456789/24650

[3] Échense un súper clavado, para leer sobre los otros feminismos, a De la Cerda, Dahlia (2023) Desde los zulos, editorial Sexto piso, Ciudad de México, México.