Hace unas semanas escuché una frase que ya no pasa desapercibida para muchos oídos, “ningún chile les embona”; de boca de un hombre hacia un grupo de mujeres. Esto, como parte de una plática casual, en una cena entre un grupo de amigues, mayoritariamente parejas heterosexuales. El primer pensamiento que vino a mí fue sobre lo violenta e intrusiva que es dicha frase, ¿por qué nos debería embonar algo? ¿por la misma razón que Octavio Paz nos llamó rajadas, la génesis de una persona sin palabra, sin valentía? Un chile, referencia clásica mexicana al falocentrismo.

Entonces, ¿por qué un chile nos debería embonar?

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Para evitar una confrontación infructífera, o simplemente por inteligencia emocional, esta reflexión muchas veces queda en la mente de quien la piensa; sin embargo, al pronunciarlo en voz alta la frase contrarrespuesta es “no te lo tomes personal, es una broma.” ¿Y por qué me habría de parecer chistoso que se haga referencia a algo fálico como ejemplo de mi discordia? La lista de planteamientos alrededor de esta frase es abundante, pero lo central de esta reflexión, al menos para quien suscribe estas líneas, es el porqué nos tendría que gustar algo que ya no entendemos, compartimos, deseamos, etc.

Ningún chile les embona al momento de elegir una pareja, de compartir gastos y cuidados de manera equitativa, en la educación de las crías, en la definición de la relación laboral y sentimental, en las victorias ganadas de la lucha feminista, en los pocos avances en la justicia contra los feminicidios, en la demanda de igualdad social, en la incansable protección de los derechos humanos; sí, somos inconformes cuando de quedarnos en el mismo lugar en donde no somos se trata.

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Sí, ningún chile nos va a embonar si no queremos que nos embone

La disconformidad es definida por la Real Academia Española como la “oposición, desunión, desacuerdo en los dictámenes o en las voluntades”, o como la “diferencia de unas cosas con otras en cuanto a su esencia, forma o fin”. La segunda acepción es la que ayuda a entender por qué un hombre se encuentra con la “licencia” de decirnos que “ningún chile nos embona”; ya que vemos y entendemos el mundo, desde su esencia y fin, de manera distinta. Si para él justicia significa que el cuerpo de una mujer que aparece sin vida y con rasgos de violencia, sea catalogado como un suicidio, porque las autoridades sin mayor rigor, que la ley exige, así lo indica; definitivamente disentiremos de su definición de justicia.

Pero, no es ni se trata de una lucha de visiones, de una colonialidad del entendimiento, sino de la aceptación de las diversas condiciones, perspectivas y visiones que nos llevan a comprender las cosas de forma distintas. La hegemonía impositiva tanto de las masculinidades como del ser mujer es el enemigo en común a erradicar, esa “licencia” que permite que en pláticas amenas en un espacio “seguro” se den frases machistas como “ningún chile les embona”. Que las mujeres hayamos decidido luchar por dicha erradicación no es algo novedoso, viene de la mano de la Revolución francesa, de los movimientos abolicionistas, entonces, ¿por qué sigue generando escozor que una mujer abiertamente disienta de todas las opciones actuales y busque crear la suya?

El pensamiento decolonial latinoamericano tiene como premisa el replantear la concepción de ideas, la epistemología, filosofía y ciencias sociales, desde afuera de la creencia original colonizadora, la europea, para realmente hacer, vivir y pensar la decolonialidad, el yo como ente libre de imposición, prejuicio, y clasificación. Todo pensamiento que busca la libertad, la génesis de la creación intelectual, debe plantearse desde afuera, ni siquiera en el borde o límite, de la concepción preconcebida, y el movimiento feminista no es, ni será, la excepción.

Por ello, cuando no estamos de acuerdo con una idea, acción o definición que deviene de la hegemonía patriarcal, es decir de otros lentes, de otro sistema de valores, de otras condiciones históricas de privilegio, ¡vaya! De otra forma de ver, hacer y entender el mundo, no significa que seamos personas insatisfechas, sin gratitud o deseos; sino que nos gustan cosas distintas, porque las concebimos de formas diferentes, hemos aprendido a dejar de ver con sus gafas y a conocer espacios que sólo nuestros lentes nos lo permiten.

No es que “ningún chile nos embone”, es que no queremos lo mismo, y la aceptación de lo diferente, mientras no trastoque, limite o perjudique el libre desarrollo de cada persona, es el verdadero diálogo que debemos tener.