Al hablar de cuidados y masculinidad podría parecer que estamos tratando de conceptos excluyentes; sin embargo, es posible establecer conexiones entre ellos. Los cuidados emergen de una agenda que busca poner la vida al centro, redistribuir, revalorar y resignificar todas las prácticas de sostenimiento y reparación de la vida que son mayoritariamente ejercidas por mujeres.

La masculinidad es una representación de género sobre la subjetividad de los hombres y está asociada a rasgos como la agresividad, la competencia, un apetito sexual voraz e irrefrenable, así como a conductas patriarcales que favorecen la dominación masculina y la subordinación femenina. Aunque las desigualdades de género están presentes en ambos términos, uno busca abatirlas y el otro las acentúa.

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‘Pedagogías de la crueldad: el mandato de la masculinidad (Rita Segato, 2019) explica que el mandato de género para los hombres busca equiparar la masculinidad con la potencia bélica, sexual, política, económica, cultural, moral e intelectual. Esta potencia requiere constante validación, la cual encuentra en su capacidad para someter y usurpar las vidas, cuerpos y autonomía de otras personas.

Esto tiene consecuencias perjudiciales especialmente para las subjetividades feminizadas: mujeres, niñas, niños y personas no conformes con los mandatos de género hegemónicos, fomentando y reproduciendo la misoginia, la homofobia y la violencia de género.

Un aspecto menos reconocido es que la masculinidad es igualmente nociva para los mismos hombres, por lo que Segato (2019) plantea que la violencia de género tiene una dimensión intragénero. La masculinidad se manifiesta en:

  • Mayores tasas de criminalidad entre los hombres
  • Sobremortalidad masculina
  • Menor esperanza de vida
  • Mayores índices de muertes por lesiones y accidentes
  • Enfermedades relacionadas con conductas de riesgo (por relaciones sexuales sin protección o por consumo de sustancias)
  • Mayores índices de suicidio

Al respecto, Guillermo Figueroa (2015) añade que la masculinidad atenta contra el derecho a la salud y el autocuidado: los varones ejercemos violencia contra nosotros mismos al seguir un mandato que implica la búsqueda de riesgo, la negligencia en la salud y en los cuidados. Para este autor, la sobremortalidad masculina está asociada al comportamiento de los hombres, por lo que se trata de muertes evitables que “podrían posponerse si los aprendizajes de género legitimaran el autocuidado en dicha población” (Figueroa Perea, 2015: 124). 

Esta irresponsabilidad sobre el cuidado de sí sobrecarga a las mujeres con trabajo de cuidados, destinados tanto a personas en situación de dependencia como a personas autónomas que podrían cuidar de sí mismas, pero que no asumen estas tareas por su privilegio de género; es decir, los hombres.

Resulta urgente desvincular la masculinidad de una cultura del riesgo y vincularla a una cultura del (auto)cuidado. Por un lado, la aparente invulnerabilidad que implica la noción de ser hombre basada en la potencia y la dominación revela precisamente lo contrario: la vulnerabilidad de la vida de los varones, su exacerbada dependencia, su incapacidad para sostener y reparar la vida, comenzando por la propia.

Los cuidados, en cambio, retoman esta condición de vulnerabilidad como fundamento de la ética del cuidado, que reconoce tanto la interdependencia de todas las formas de vida como la necesaria corresponsabilidad entre hombres y mujeres en la distribución del trabajo de cuidados.

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Por otro lado, la masculinidad no es monolítica; abarca una gama diversa de masculinidades en la que, siguiendo a Raewyn Connell (2013), la forma hegemónica no es la única. Existe una variedad de subjetividades masculinas entre las cuales hay formas no hegemónicas, masculinidades marginadas y disidentes, masculinidades cuidadoras que asumen su responsabilidad, fomentando conductas respetuosas y dignificantes hacia la vida. Como afirma Connell, los patrones sociales de la masculinidad son susceptibles a ser desafiados y sustituidos; aunque la masculinidad hegemónica ejerza una fuerte influencia, siempre requiere de la complicidad de sus adherentes para renovarse.

Aquí, la agenda de cuidados se convierte en una guía esencial para recrear y remodelar las masculinidades. Construir masculinidades contrahegemónicas va de la mano con transversalizar una cultura del (auto)cuidado en todos los ámbitos, desde lo doméstico hasta lo público.

Referencias:

Connell, Raewyn. "Hombres, masculinidades y violencia de género." Vida, muerte y resistencia en Ciudad Juárez. Una aproximación desde la violencia, el género y la cultura (2013): 261-280.

Figueroa Perea, Juan Guillermo. "El ser hombre desde el cuidado de sí: algunas reflexiones." Latinoamericana de Estudios de Familia 7 (2015): 121-138.

Segato, Rita Laura. "Pedagogías de la crueldad: El mandato de la masculinidad (Fragmentos)." Revista de la Universidad de México 9 (2019): 27-31.

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