A menudo, los estudios acerca de la presencia femenina en la ciencia y tecnología han destacado la desigualdad de género por medio de la cuantificación de mujeres en diferentes áreas del conocimiento y puestos de poder en la ciencia. Sin embargo, aunque esto representa un primer y valioso acercamiento, no termina por explicar cómo la significación del sexo masculino y femenino repercuten sobre la estructura y prácticas científicas. Debido a la investigación que actualmente realizo bajo el título Mujeres investigadoras: Una mirada a las formas de permanecer dentro del sector CTI en México, he logrado percatarme de lo importante que es considerar a la par de los mandatos de género las demandas del propio quehacer científico. 

Un empleo de doble tiempo completo

Si algo diferencia al trabajo científico de otros empleos es ser una actividad reflexiva de tiempo completo. Esto significa que gran parte del tiempo que invierten los y las investigadoras en la producción científica (elaboración de papers, dirección de tesis, gestión de proyectos, patentes, entro otros) muchas veces continua o se realiza fuera de los espacios estrictamente “científicos”. A pesar de ello, la manera en que investigadores e investigadoras logran cumplir con dicha producción es distinta.

Imagen

En Desigualdades de género en la evaluación académica, Graciela Vélez, América, Luna y Norma Baca muestran por medio de un estudio de caso cómo algunas investigadoras enfrentan una fuerte ambivalencia entre la imposibilidad de “conciliar” la vida científica que exige tiempo completo con las actividades de cuidado (específicamente, cuidado familiar). El principal problema que conlleva esta contradicción es que al igual que el trabajo científico, las actividades de cuidado implican para las mujeres lo que Laura Balbo denominó una doble presencia entre las actividades y responsabilidades del trabajo por el cual reciben un ingreso económico y las actividades y responsabilidades familiares y domésticas.

De esta manera, las diferentes demandas de los espacios sociales entre los que transitan las investigadoras posibilitan prácticas que terminan por nutrir las relaciones de poder entre los sexos.

Como nos recuerda Foucault, el poder se trata de un ejercicio de conducir las prácticas por medio de técnicas como la disciplina y vigilancia, ya que esto garantiza la presencia del poder en las relaciones entre individuos. En el caso concreto de las mujeres investigadoras, este proceso ocurre de forma doble afectando laboral, física y emocionalmente a las investigadoras. Esto se puede ilustrar con mayor claridad a través de la experiencia de una de las investigadoras que Graciela Vélez, América Luna y Norma Baca citan:

Lograr el éxito científico […] pertenecer al SNI, ser líder de cuerpo académico, tener perfil PROMEP y cuidar de una familia es terrible, me enfermé y los médicos recomendaron, alejamiento total del trabajo y la realización de actividades contra el estrés como la práctica de yoga entre otros […] sólo así, ahora que regresé al trabajo, tuve que bajar mis expectativas y si las llego a realizar será con mayor lentitud, más vale tener salud (Investigadora entrevistada).

Imagen

En las palabras de la investigadora que Graciela, América y Norma han entrevistado podemos observar dos procesos de autodisciplinamiento. Por un lado, un autodisciplinamiento promovido desde los espacios de trabajo científico y, por otro lado, un autodisciplinamiento que proviene del orden simbólico, es decir, que proviene de los estereotipos y roles de género que traspasan los intereses, deseos y expectativas atribuidas socioculturalmente a las mujeres. 

Al ser el trabajo científico una actividad reflexiva, las mujeres que son o quieren ser investigadoras necesitan producir materiales y realizar actividades que prueben su desempeño y trayectoria científica. Muchas veces esto puede observarse en el cumplimiento de los criterios de los sistemas de evaluación de la producción científica (SNI, PROMEP), así como en el cumplimiento de las actividades y responsabilidades que les demandan las instituciones en las que laboran. Al mismo tiempo, las investigadoras son mujeres que al igual que otras profesionistas no están exentas de los conceptos normativos de actitudes y actividades propias del género femenino, tal como ocurre con la responsabilidad exclusiva de las actividades de cuidado.

Entonces, “bajar expectativas”, “realizar actividades con mayor lentitud” terminan por convertirse en prácticas implementadas por las investigadoras ante los ejercicios de autoridad del trabajo científico y género que favorecer la disminución de su producción científica, la cual es indispensable para acceder, permanecer y/o ascender dentro de la estructura científica. Así, la menor representación femenina que solemos observar en determinadas disciplinas y puestos de prestigio en la ciencia no se debe a una falta de trabajo por parte de las investigadoras; por el contrario, detrás de ello se oculta el despliegue de distintas fuentes de poder que repercuten sobre cómo las investigadoras logran acceder y desarrollarse en la ciencia.

Por esta razón, en la medida que omitamos la reflexión sobre las demandas y consecuencias del tiempo invertido en la producción de conocimiento científico y tecnológico por parte de las mujeres investigadoras, poco se podrá contribuir en el cuestionamiento de las condiciones de trabajo bajo las cuales las mujeres contribuyen al acervo de conocimiento general. Así como también, debemos profundizar en el análisis de los procesos sociales y las prácticas científicas que repercuten sobre las condiciones de vida de las investigadoras, especialmente, con respecto a su estado de salud. 

Referencias:

Foucault, Michael. (2000). Vigilar y castigar. España: Siglo XXI.   

Vélez, Graciela; Luna, América y Baca, Norma. (2014). Desigualdades de género en la evaluación académica. Factores institucionales y subjetivos. En N. Blázquez (coord.), Evaluación académica: sesgos de género (pp. 379-396). México: Colección alternativas.