A nuestras amigas:
Hay un poema de Iveth Luna Flores que se titula así: “Mis amigas están cansadas”.
A todas nos cubre el smog
aunque vivamos a kilómetros de distancia,
aunque batallemos con el agua,
nos escribimos para disipar el humo,
nos enviamos mensajes
para saber que aún podemos respirar.
Compañeras, esta quizá sea nuestra Editorial más personal.
En estos días, hemos hablado entre amigas y colegas sobre la imposibilidad del encuentro en colectivo. De la incapacidad del descanso. Del agotamiento que se cuela en nuestros cuerpos y nos tumba en la cama, derrotadas, exhaustas. Y aún así, de no parar, no parar de hacer planes, proyectos, actividades, encuentros, de intentar alcanzar esa utopía llamada ¿libertad?. Sí, hermanas, el capitalismo nos ha convencido de que, para ser libres debemos hacer muchas cosas, muy importantes; que para ser valiosas, debemos ser útiles, eficientes, estar siempre en movimiento.
Porque bajo el yugo del Señor Capitalismo incluso el tiempo libre ha sido mercantilizado. Los momentos de ocio, que podrían ser una oportunidad para descansar y reconectar, se han convertido en actividades que deben ser planificadas, pagadas y, en muchos casos, justificadas. Los "terceros espacios", esos lugares donde nos conocemos, donde nos encontramos, donde nos divertimos y creamos comunidad, parecen cada vez más distantes e inaccesibles.
Pero este cansancio no es solo una consecuencia de nuestra vida ocupada. Es una forma de control. Al mantenernos constantemente agotadas, el sistema capitalista limita nuestra capacidad de cuestionar, de resistir, de buscar alternativas para “hackear” esta realidad impuesta. Necesitamos espacios donde politizarnos, porque el descanso también es político, donde abrazarnos, gozarnos, bailar; donde resistir. No hay tiempo. El encuentro con las demás se ha vuelto un eterno aplazamiento entre agendas de trabajo, encuentros familiares, cuidados impuestos y la vida de afectos jerarquizados en parejas modelo.
Mis amigas se malpasan, como yo,
cocinan en una sartén gastada,
piden comida a domicilio,
a veces prenden su arrocera nueva
o recogen los tacos al vapor
de las manos de la señora de la esquina.
Esa señora también está cansada,
mi mamá también lo está, igual
que las madres de todas ellas, cuidadoras,
como la luz incandescente de una vela
que se mantiene encendida, derritiéndose
hasta que muere el familiar.
Viajamos en camión o en bicicleta,
nos amontonamos en el metro
o pagamos una porción de nuestro sueldo
para atravesar en automóvil la ciudad.
Durante esta semana una amiga nos contaba la frustración que sentía por la incapacidad de conectarse con las demás personas. El cansancio también nos desconecta de las personas a nuestro alrededor, de sus preocupaciones y experiencias, personas que queremos y que nos importan, pero que no nos alcanza ni el tiempo ni la energía para acompañarlas, para estar con ellas. Al estar enfocadas en lo que tenemos que hacer perdemos la capacidad de simplemente ser.
Nuestras relaciones así se han vuelto superficiales porque no nos alcanza la vida para profundizar en ellas.
El individualismo se ha disfrazado de una conquista personal y hegemónica que nos aísla, nos fragmenta en interacciones breves y transaccionales. En likes. En crear comunidades virtuales y enterarnos de la vida de nuestras amigas gracias a su historia en Instagram.
Incluso la relación con nosotras mismas se ve afectada, porque en lugar de cuidar de nosotras, optamos por ser mínimamente funcionales sin conectar con lo que necesitamos. A ello se suma el cuidar de otras personas; que puede ser una acción colectiva y poderosa, pero se impone como una carga individual, ineludible. Somos una pieza clave para el capital que comercializa con nuestra energía, nuestros cuerpos y nuestro deseo de ocio y afecto.
Nuestro cansancio incluso nos quita el derecho al descanso mismo. En lugar de ser una oportunidad para recargar energía, se convierten en otra tarea en nuestra lista, otro objetivo que debemos cumplir para demostrar que también sabemos "descansar" productivamente.
Otra amiga decía que su apuesta por ir contra ese sistema rapaz y veloz era volver a la lentitud en su día a día. Sí, en un sistema donde no hay tiempo para todo, elegir la lentitud y la contemplación siguen siendo decisiones políticas.
Si no problematizamos el descanso impuesto frente al descanso real, nos encontramos en situaciones insostenibles, como lo es el verano que parece eterno con dobles y triples jornadas de trabajos remunerados y trabajos de cuidados; que deben ser reflejadas en contenido virtual de maternidades y paternidades plenas, felices, sin cansancio.
La precariedad laboral frente al capital nos roba muchas veces la esperanza. Es un elefante invisible que devora nuestras ilusiones y tritura nuestros afectos.
En esta nota hablamos de que se suele percibir el trabajo como “objeto feliz” gracias a discursos del capitalismo y el feminismo neoliberal, contemporáneo, el cual reviste de significados como “empoderamiento” y “autonomía” a la participación económica de las mujeres, sin contemplar que muchas veces eso significa que se vean obligadas a integrarse a empleos precarios y sin redes de sostenimiento colectivo.
La investigadora Natalia Flores explica que esta visión lleva a muchas mujeres a proyectar expectativas altas en sus empleos y a ver en el trabajo una manera de “ser”, de acuerdo a los discursos sobre género, ya que las dota, en apariencia, de empoderamiento y autonomía.
Aunque esta columna no solo es una columna sobre el cansancio o una queja más sobre la precariedad insertada en nuestros cuerpos por el capitalismo. Sino una invitación a recuperar nuestros espacios. A ir contra el control impuesto sobre nuestros cuerpos y nuestro tiempo.
(meme enviado esta semana en un chat entre amigas)
Es urgente y necesario volver a los espacios colectivos, apostar por el encuentro a fuerza de lucha, ir contra este sistema que valora la productividad por encima de la humanidad. El cansancio que sentimos no es inevitable ni natural, es una imposición que podemos desafiar. Y al hacerlo, podemos comenzar a construir un mundo donde la vida, y no la productividad, sea lo que realmente importe.
El poema de Iveth termina así:
Mis amigas están cansadas, como yo,
y quiero decirles que vengan,
que las quiero recibir
en esta casa quebrada y que los vidrios
no las van a tocar, que vengan,
que las arropen mis gatas,
mi gato naranja, el gran anfitrión,
que les voy a preparar comida,
que les voy a escuchar
hasta que se les acabe la saliva
y que en este hogar donde limpio
cada día una pelusa de mi pasado,
hay un espacio para ellas,
hay un descanso para ellas.