Días específicos al año asignados para la “celebración” y/o “conmemoración” de un evento, grupo o circunstancia me causan conflicto. Si bien esta asignación especial obedece a la inherente y milenaria necesidad de la humanidad de encontrarle sentido a nuestra existencia, se me figura que en la actualidad es más como una fuga de la realidad diaria, un mecanismo para tranquilizar nuestra conciencia, más que un acto profundo de búsqueda de sentido.
En redes sociales se pueden identificar dos constantes: una que se dedica mandar felicitaciones, bendiciones y flores virtuales a todas las guerreras, luchonas, dadoras de vida, responsables de la creación, torres de marfil, etc. Otra, la que llama a la rabia y a la indignación por la realidad que viven miles de mujeres. En medios y primeras planas se repite el patrón publicando por un lado los grandes avances de las políticas públicas; las más reales acciones de mujeres y colectivos de a pie que buscan mejorar las condiciones de vida de las congéneres y un nutrido número de notas de mujeres destacadas en varios ámbitos. En el otro extremo se presentan las cifras duras que regresan a la realidad sobre la brecha salarial, el número de mujeres asesinadas, la violencia doméstica, la inequidad en las labores del hogar y un todavía más largo etcétera.
De este mar de notas resaltaron varias que su encabezado versaba con variaciones de “a dos días del 8M…”, “en pleno día de la mujer…”, “justo antes de celebrar el día de la mujer” seguido de una vejación, acto de inequidad o violencia, lo cual me llevó a pensar ¿y después del 8M no pasa o la asesinaron porque iba a ser día de la mujer? ¿o la nota nos está invitando a que nos abstengamos de violentar a las mujeres ese día, pero después está bien? En un esfuerzo para tranquilizar la conciencia y mantener la apariencia, pareciera que se invita al público a comportarse dentro de la ley al menos durante un día, al otro día ya veremos. Nada malo hay en señalar y llamar la atención a la terrible realidad que experimentamos en diferentes grados y niveles más de la mitad de la población, el señalamiento es necesario. El problema se presenta cuando se vuelve anuncio de ocasión que se olvida al siguiente “click” y pasar de página.
Las generaciones más jóvenes entienden muy bien la importancia y el valor del reconocimiento y la visibilidad, por eso cada 8M vemos circular miles de perfiles de mujeres destacadas y sus logros y contribuciones que pasan inadvertidos en el diario acontecer. De igual manera este esfuerzo de visibilidad es fundamentalmente necesario, sin embargo, tal pareciera que tiene el mismo destino que los propósitos de año nuevo cuando llega febrero: el abandono ante la dificultad y el olvido.
Cada vez que se aproxima el 8M casi se pueden escuchar las muecas de hastío e impaciencia que provoca la sola mención “día de la mujer”. Ni qué decir del de plano descarado bufido de frustración ante la mención de alguna vejación que experimentamos las mujeres en el día a día. El público más abnegado lo soporta como a la cuaresma con la promesa de que vendrán tiempos mejores, o como a la familia incómoda que se tolera en la época decembrina puesto que se pasa rápido.
El ceñir la celebración o reflexión -según la preferencia de cada quién- sobre la situación de la mujer en la actualidad, provoca oleadas de conciencia tan necesarias como efímeras. El peligro de asignar una temporada a la atención es que precisamente después de ella todo regresa a como antes. Alternamos durante unos cuantos días entre la autofelicitación de lo bien que vamos, a la seguridad que nos da denunciar que no vamos a ningún lado, hasta que la conciencia recurre a su mecanismo favorito de preservación y comenzamos de nuevo a negar la realidad.
La meta es que el 8M deje de ser la fecha importante. A diferencia de otras fechas en el calendario en donde se recuerdan las ausencias para siempre, las víctimas, los mártires, el pasado perdido. El 8M es un compromiso para el futuro en el corto plazo. Para alcanzar una certidumbre, una equidad de oportunidades, un espacio seguro, un ejercicio pleno de derechos y de obligaciones, todos los días de todo el año, al punto en que no necesitemos una fecha para el recuento de lo que seguimos esperando tener.
Necesitamos alcanzar un estado de derecho real, no solamente en el papel, cuya existencia sea un disuasivo para la comisión de delitos en materia de violencia de género. La violencia de género es la materialización de dos tragedias: por un lado, la percepción machista de que la mujer se encuentra en un plano de inferioridad al hombre, y por otro, la seguridad machista, pero tristemente fundada, de que actuar violentamente en contra de una mujer es un acto protegido por la impunidad jurídica y social.
Es absolutamente necesario recordar que la impunidad no es resultado de la ausencia de leyes, si no la ausencia de su aplicación. Un acto violento sancionado por la ley no es un acto de impunidad. Es necesario romper el círculo vicioso, a veces fomentado por nosotras mismas, en las que queremos resolver con tinta, discursos o más leyes, la falta de aplicación de otra tinta, otro discurso y otra ley. Este recordatorio no puede ser de un solo día, ni tampoco quedarse en su naturaleza de ayuda memoria. Se necesita que las autoridades experimenten las consecuencias por la falta de aplicación de las leyes que de por sí existen y no sean nada más generadores de estadísticas de impunidad. Sí, el primer impune es el agresor que la comete, pero el segundo es quien la condona.
Cuando una mujer era objeto del abuso de una pareja usando a los hijos y negando el acceso al apoyo financiero se describía como violencia doméstica, violencia psicológica, violencia de género y ahora celebramos la llegada de la violencia vicaria. Antes se hablaba de homicidios de mujeres. Hoy a casi a todo asesinato de mujeres se le llama feminicidio. Lo único que cambió fue el nombre. Nos hemos convertido en especialistas en nombres distintos para una misma clase de violencia. Cambiarle el nombre a la violencia no debe ser el fin, sino procurar que cese la violencia.
No se trata de cancelar los esfuerzos de creación de conciencia, ni tampoco apagar iniciativas surgidas del momento, al contrario, se trata de extender su presencia. Que sean más allá de un mero trámite que se cumple cada año como el pago de impuestos. Tenemos que superar el choque de fuerzas encontradas que levanta el 8M -la demanda vehemente de ser escuchadas y la terquedad de la sordera- para encontrar alternativas efectivas para acabar con la impunidad que sostiene a la inequidad.
Busquemos en la ejecución efectiva de las consecuencias de nuestros actos el lugar común que mejore a la par las condiciones de la mujer y regrese humanidad a nuestra existencia.