El sábado 24 de agosto de este año fui parte de mi primer círculo de mujeres. Fue una bella y reconfortante experiencia organizada por varias organizaciones preocupadas por la transición energética: Engenera, Heinrich Böll Stifftung, Corason, y el grupo de Territorio, Género y Extractivismo, entre otras. El propósito era reunir a varias mujeres con distintos caminos de vida, y pensar colectivamente en cómo transitar hacia nuevos mundos a partir de una conciencia ecosocial y antipatriarcal.

Una de las solicitudes para participar consistía en compartir cualquier manifestación artística que provocara la reflexión sobre cómo pensamos la transición energética. Para mí, se trató de una oportunidad de despojarme de mis lenguajes habituales (los de la academia: siempre verificables, casi siempre verticales, con pretensión de verdad universal y uso de conceptos grandilocuentes y puestos a prueba por pequeños grupos de expertos autoreferenciados), y me lancé a un ejercicio que me llevó a desempolvar palabras y, sobre todo, a escribir a mano lo que sentía, y no lo que racionalizaba como la respuesta correcta ante el ejercicio demandado.

Me costó mucho. No tanto escribir como validar lo que había escrito. Y luego, me costó aún más leerlo en el círculo. Pero hoy lo comparto en un lugar en el que me siento cuidada, y en el que espero ser cuidadosa, porque así me sentí también ese sábado 24 de agosto. No comparto mis palabras porque tengan que ser escuchadas, o porque tengan una verdad irrefutable, sino por la potente reflexión que el círculo me dejó ese día: la pregunta sobre la transición energética también es una pregunta sobre nuestra propia energía vital, y sobre a quiénes la entregamos y en qué la depositamos. 

Entregar mi energía de escribir un texto para un círculo de mujeres, y re-trabajarlo para entregarlo al espacio de La Cadera de Eva me pareció coherente con los lugares y las personas a las que quiero dirigirme; es decir, que escribir este texto, y compartirlo por este canal de comunicación, contribuye a fortalecer vínculos con personas y espacios que reconocen la importancia de cuidarnos, y que buscan una transformación de las prácticas que nos han desconectado con nuestro ambiente (en un amplio sentido), con las y los otros, y con nosotras mismas. Y esta es mi pequeña revolución del día, porque es energía recanalizada de manera consciente hacia un texto que quiero escribir, compartido en un espacio que respeto. Aquí va el texto que compartí, y que titulé “Plurihorizontes”.

Y entonces, la fuerza masculina se detuvo por un largo momento, y guardó silencio para observar —por primera vez— los movimientos sutiles y cuidadosos de la fuerza femenina: sus manos curando las heridas del ego, sus labios cantando canciones de cuna para acallar angustias, sus creativas formas de tejer los corazones rotos.

La fuerza masculina, asombrada y conmovida, se pregunta —por primera vez— si las formas en que se ha devorado el mundo son las que nos han traído hasta aquí. Duda —por primera vez— de su superioridad. Y piensa que, tal vez, le hecho falta sentir.

Se pregunta si esa fuerza femenina que aparece ante sus ojos arropando los despojos de las guerras que el mundo patriarcal ha producido, será la clave para transitar hacia un nuevo horizonte.

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Guarda silencio —una vez más— y logra escuchar murmullos que dicen: “no hay un horizonte…hay plurihorizontes”. La fuerza masculina se asusta y pregunta de dónde puede venir una idea como esa. Y los murmullos contestan: “De observar atentamente, de escuchar con el cuerpo y sentir —a través de él— la explotación, la desigualdad, la injusticia, la anulación de la diferencia. De reconocer que la imposición de un único camino y la aniquilación de otras formas de producir y reproducir la vida nos ha llevado a la agonía”.

La voz masculina calla, respira —por primera vez en mucho tiempo— y pregunta ¿y por dónde empezamos? Y esta vez, múltiples y diversas voces convergen para cantar un potente coro que dice: “Por la REVOLUCIÓN DE LOS CUIDADOS”.

La última frase de este cuento/relato/invento narrativo hace referencia a la transformación que implicaría prestarnos atención mutuamente, observarnos con curiosidad y afecto en un mundo que nos ha enseñado a mirarnos desde el miedo. Comenzar la revolución de los cuidados implica sanar colectivamente, mas no estandarizadamente. Quien observa con cuidado, descubre que todos los seres estamos cruzados por violencias, pero no son las mismas ni en la misma intensidad para todos, porque el racismo, el sexismo y el clasismo nos marcan de maneras distintas. 

Así, construir plurihorizontes energéticos a través del cuidado significa prestar atención a la distribución de la energía (quiénes la producen, quienes se benefician, y quienes cuidan para que siga existiendo) y redistribuir las cargas desde las capacidades y necesidades de cada quien. Al círculo de mujeres, mi agradecimiento por haberme permitido conectarme con ustedes para pensar sobre lo que aquí escribo.