Terminar una relación en la que estás viviendo violencia no es sencillo. Seguramente lo has intentado muchas veces. ¿Qué te detiene?
Probablemente pensar que ahora sí, las cosas van a mejorar y volverán a ser como antes, como al principio. Tienes miedo, no sabes a dónde ir o has pedido ayuda y te da pena volverlo a hacer. Sabes que corres riesgo y temes que te pase algo a ti, a tus hijas e hijos o a la gente que quieres.
Has sido muy valiente en todo este camino. Has buscado la manera de sobrevivir a una situación de violencia que ha sido confusa y te ha hecho dudar de ti misma y sentirte sin salida. Las violencias que se repiten constantemente, en relaciones cercanas y supuestamente amorosas, afectan tu manera de ver la vida, de mirarte. Te hacen creer que es tu culpa, que te mereces ser tratada así, que tú lo has provocado. Sin embargo, esto no es verdad. Tienes derecho a vivir plenamente, a sonreír, a decidir qué quieres, a ser tratada con respeto, cariño y cuidado.
No es fácil, pero lo que estás viviendo tampoco lo es. Estás en un laberinto cada vez más oscuro. En cambio, salir de esta situación, acompañada por personas que pueden apoyarte, abre la puerta a una vida en la que podrás respirar y vivir en libertad. Sé que se juegan muchas cosas, que hubo o hay amor y momentos inolvidables. Al principio todo era alegría. Probablemente piensas que él te entendía como nadie lo había hecho. Que el amor es tan grande que puedes con paciencia, ayudarle a reconocer su valor y entonces dejará de estar enojado y de explotar, de violentarte, pero esto no sucede.
¿Sabes? En aras del amor romántico, en el sistema patriarcal, nos han enseñado a justificar muchas conductas violentas, argumentando que son expresiones de cuidado o explosiones temporales, que solamente tiene mal carácter o que está irritable porque la vida ha sido injusta, porque tuvo una infancia difícil o porque la situación económica es abrumadora.
A lo mejor, piensas que no es él quien te lastima, sino el alcohol que lo posee y desfigura. Tú lo has notado. De pronto, todo cambia. La mirada se transforma, casi puedes ver cómo le brota espuma por la boca cuando se enciende. Pero piensas: él no es así, yo puedo hacer que cambie. Esto no pasa. Tú no puedes hacer nada para que él cambie y tampoco eres responsable de sus reacciones violentas.
Tal vez, al empezar la relación notas que tiene “mal carácter”, que hay cosas, situaciones o personas que “lo sacan de sus casillas”, pero en un inicio, no es así contigo. No puedes imaginar que en algún momento toda esa ira se volcaría contra ti. Notas que si algo no sale como espera enfurece, grita, golpea algo, regaña con soberbia a quien se equivoca usando palabras agresivas, descalificatorias o bromas hirientes y humillantes. Pero no a ti. Jamás contigo. Piensas que tiene problemas con el manejo del enojo, pero que él, no es como los demás. Una vez terminada la explosión, se tranquiliza y te explica cuánto le irrita la gente que considera tonta, inepta, o las situaciones injustas o dolorosas. No asume su responsabilidad. Echa la culpa a las circunstancias externas y a las personas que lo provocan encendiendo la mecha.
Con base en algunas creencias acerca de lo que, has visto o te han enseñado que hace una buena pareja en el sistema patriarcal, tratas de comprenderlo, de darle su espacio, de ser paciente y amorosa. Poco a poco, este tipo de explosiones se hacen mas frecuentes. Empieza entonces, a desesperarse también contigo, a gritarte, a contestarte de manera despectiva o a dejarte de hablar, porque haces algo o lo dejas de hacer y eso le molesta. Te trata como si estuviera educando a una niña pequeña, minimiza tus emociones y descalifica tus opiniones.
Te mira con desprecio y señala tus errores para justificar en ellos su mal humor, agresión y enojo. Al mismo tiempo te pide perdón, tal vez llora, argumentando que ya no volverá a hacerlo, que esta vez sí cambiará. En esos momentos te llena de cariño, de atención, de halagos, de ternura.
A lo mejor, es el pretexto para ir de viaje, regalarte algo, hacerte una rica cena, consentirte y hacerte creer que no volverá a lastimarte. Tú piensas que regresará aquel hombre del que te enamoraste. Piensas que vale la pena aguantar, porque te han dicho que el amor, entendido como sacrificio, todo lo alcanza. Sin embargo, esto no será así. Este es el ciclo de la violencia que estudió y definió la feminista norteamericana Lenore Walker en los años setenta.
Los eventos de explosión después de un tiempo de tensión, no disminuyen, por el contrario, se presentan con mayor frecuencia y cada vez son menos los momentos de perdón o “luna de miel”. Ahora, todo le molesta. Ya no sabes qué hacer, o dejar de hacer. Te concentras en buscar la manera de contener la violencia. Tratas de mantener todo en orden y en paz para que no se enoje. Buscas no “provocarlo”, dejas de vestirte de cierta manera que le irrita, no das tus opiniones en determinados momentos, tratas de complacerlo, dejas de ver a algunas amistades y familiares que a él no le caen bien, y así, muchas otras cosas para intentar protegerte y que la violencia no escale. Cuando lo piensas te sientes mal, inadecuada y no comprendes cómo llegaste hasta ahí. Piensas que hay algo mal en ti.
Al principio crees que no es tan grave ceder en algunas cosas. Pero poco a poco te vas perdiendo y diluyendo, tratando de mantener la paz, una, que jamás llegará. Piensas que puedes contener la situación, hasta que, sin darte cuenta, estás metida en un hoyo profundo. Pedir ayuda te da vergüenza. Piensas que tú no eres una mujer maltratada, como las que aparecen en algunos programas de la televisión. Tú no eres así, eso no te está pasando. Cuesta mucho trabajo asumir que estás en una relación de violencia.
Hay conductas violentas que se justifican con creencias que nos hacen pensar que así son las relaciones, que los hombres explotan y resuelven los problemas con agresión, porque está en su naturaleza y que a ti, a las mujeres, nos corresponde ser lo suficientemente hábiles para aprender a leerlos y facilitar todo para que encuentren la paz y no se alteren.
Las violencias no son solamente las que vemos y reconocemos fácilmente, no son únicamente los golpes y los insultos. Tampoco aparecen de manera gradual y ordenada, es decir, de las menos evidentes por ser más comunes a las más aparatosas. No. Las violencias pueden escalar rápidamente y las encontramos mezcladas, se cruzan entre ellas y, en muchas ocasiones no podemos identificarlas con facilidad. (Marilú Rasso)
Al paso del tiempo, las violencias van dejando una huella invisible que te confunde, haciéndote pensar que no hay manera de escapar, que no piensas correctamente, que no te quieres, que no vales y que necesitas de él para subsistir, que sin él no eres nada. O, por el contrario, él puede chantajearte y amenazarte si decides terminar la relación. El peso se siente tan grande que ya no sabes cómo acabar con una vida que te hunde y te tiene en alerta y con ansiedad permanente.
Las alternativas se acortan y tu mirada de la realidad se distorsiona. Sin embargo, todo esto forma parte de una nebulosa provocada por la violencia sistemática y puede provocar que experimentes, todas o muchas, de las características del síndrome de estrés postraumático o de la mujer maltratada, haciéndote sentir en estado de indefensión.
La realidad es que eres fuerte e inteligente y, sí hay alternativas, aunque en este momento pienses lo contrario. No dudes de tu capacidad. La violencia ha hecho que desconfíes, que te sientas pequeña, que pienses que no puedes. Eso es, lo que han querido que creas.
Sé que hay cosas difíciles, tal vez no tienes un trabajo o un ahorro que te permita tomar decisiones, no sabes a dónde ir, tienes miedo de perder a tus hijas e hijos, piensas que no te van a creer, que exageras o que nadie va a ayudarte porque no es la primera vez que quieres irte y piensas que ya no van a confiar en ti.
No quieres escuchar cosas como: te lo dije, es que no te quieres, es que lo provocas o, amiga date cuenta, como si no supieras lo que vives, lo que te lastima, lo que te aterra y lo complicado que es moverte de ahí.
La violencia es una problemática compleja, que no depende únicamente de la voluntad singular. Se va tejiendo sin que nos demos cuenta, en un contexto que la permite, la fomenta y la reproduce. Sin embargo, con la información adecuada y el acompañamiento especializado, puedes recuperar tu ilusión por vivir, tus metas, tu sonrisa, tu tranquilidad.
El camino que te llevó a esta situación es complejo. No empezaste una relación con un monstruo que te lastimaba y agredía constantemente. Como la humedad, de manera casi imperceptible, la violencia fue llenando todos los espacios de tu vida. Por eso pedir ayuda, buscar información, hacer un plan para salir de ella en el momento propicio, es un acto de enorme valentía. Existen colectivas, organizaciones, instituciones y personas a las que puedes acudir.
A tu propio ritmo, eres tú quien puede tomar decisiones. Contando con la información y el apoyo necesarios, puedes terminar esa relación y estar en un lugar seguro.
Tienes derecho a amar y a ser amada sin tener que hacerte pequeña, anularte y callarte. En realidad, eso no es amor, sino control. Es el deseo del otro de convertirte en quien él quiere que seas para satisfacer lo que necesita y busca. El amor no limita, no agrede, no se burla, ni descalifica. El amor abre el espacio al autoconocimiento, al desarrollo libre de la personalidad, a través de la escucha, el diálogo y el respeto mutuo. No es sometimiento, ni imposición. Puede haber conflictos pero estos, no se resuelven con violencia.
Existen espacios seguros para que puedas identificar lo que has vivido, contar con apoyo especializado y profesional que te acompañará a sanar los efectos de las violencias y a hacer un plan de vida libre de estas. Existen lugares confidenciales y gratuitos, en los que pueden vivir temporalmente tú y, en su caso, tus hijas e hijos. En ellos recibirán atención multidisciplinaria, así como comida, ropa, artículos de higiene personal y todo lo que necesiten en su estancia.
No te quedes sola. Pide ayuda. Tienes derecho a una vida libre de violencias machistas.
Si vives o crees que estas viviendo violencia comunícate con nosotras:
Espacio Mujeres para una Vida Digna Libre de Violencia, A.C. 55 3089 1291
Red Nacional de Refugios, A.C. 800 822 44 60
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