A menos de un mes de la llegada del republicano Donald Trump como presidente de Estados Unidos, sus efectos han sido casi inmediatos, no sólo en las economías del planeta, sino también en las vidas de los sectores poblacionales más vulnerables debido a sus políticas racistas y anti-derechos: la comunidad LGBTIQ+, migrantes, infancias, mujeres, comunidades originarias, entre muchas otras.
Sin embargo, más allá de analizar los impactos que traerán estas políticas sobre las poblaciones mencionadas, la idea de este breve escrito es reflexionar acerca del mandato de necromasculinidad que subyace en Trump como sujeto generizado.
Rita Segato ha señalado que el mandato de masculinidad lleva a los hombres a exhibir su poderío de manera constante para refrendar su lugar en el sistema de relaciones de género, pues la masculinidad es un estatus que constantemente debe ser renovado.
Este mandato de género ha sido un recurso empleado no sólo para mantener una masculinidad blanca, colono-imperialista y patriarcal en su hegemonía ante otras masculinidades subordinadas y marginales, sino también para garantizar la posición de la todavía primera economía global frente al ascenso de China como potencia.
El mandato de masculinidad que ha performado y encarnado Trump recurre a lo que Achille Mbembe denominó “necropolítica”; es decir, la capacidad de arrogarse el poder de decidir sobre la vida y la muerte de los sectores poblacionales vulnerables, como, por ejemplo, las personas migrantes.
Basado en el “hacer morir, dejar vivir”, este mandato se cierne sobre cuerpos racializados y aquellas vidas que se consideran desechables por motivos de nacionalidad, a pesar de que representen el grueso de la fuerza laboral de la sociedad estadounidense.
Como muestra, tenemos recrudecidas políticas migratorias de odio, redadas caza-migrantes y, fundamentalmente, desprecio, distanciamiento y desensibilización ante este drama social.
Trump dio muestra de su poderío necropolítico en su anterior administración (2017-2021) al no esconder desde el principio sus prejuicios raciales y políticas discriminatorias, pero ahora lo hace con un respaldo renovado gracias a las alianzas que ha establecido con los dueños de las grandes corporaciones tecnológicas, como Meta, Google, pero principalmente con el fascista Elon Musk.
La peligrosidad de este hecho reside en que, además de tratarse de un hombre que no acepta un no por respuesta ante su deseo de dominación, emite un mensaje a sus pares masculinos que simpatizan con su postura anti-derechos: hay carta abierta para cualquier manifestación de odio hacia todas aquellas vidas que no son dignas de ser vividas, según la supremacía blanca, como diría Judith Butler.
Nos encontramos ante un panorama que nos exige desmantelar el mandato de masculinidad provisto de su componente necropolítico, el cual perpetúa desigualdades y violencias históricas.
Se trata de un desafío político y social, que implica condenar, y no desestimar, el mandato de género que performa el trumpismo y sus implicaciones sobre los significados de las subjetividades masculinas. La necromasculindiad es incompatible con un mundo justo y equitativo, que, en las últimas tres décadas, había ganado terreno a las políticas de la muerte.
*Referencias
- Butler, Judith. 2010. Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Ciudad de México: PAIDÓS.
- Mbembe, Achille. 2011. Necropolítica. Madrid: Melusina.
- Segato, Rita Laura. 2018. Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo Libros.
- Valencia, Sayak. 2022. “Necroscopía, masculinidad endríaga y narcografías en las redes digitales”. En #NetNarcocultura. Estudios de Género y Juventud en la sociedad red. Historia, discursos culturales y tendencias de consumo, editado por Virginia Villaplana y Alejandra León, 39–60. Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona.