Creo que van a ser 4 entregas  le dije a Graciela cuando le hablé de este artículo. En ese entonces mi abuela todavía vivía y yo peleaba una campal batalla contra quienes la abandonaron en casa de mi madre (una adulta mayor, discapacitada y con tres enfermedades autoinmunes). Esa batalla campal incluyó de todo y no logró nada: nieta, nieto e hija abandonadores no se tentaron ni bolsillos ni corazón; ni siquiera ahora que yo peleo una de las más cruentas batallas de ‘no salud’. Estuve meses luchando por la vida de mi abuela, por su derecho a una atención digna y también por la vida de mi madre y por su derecho a ser cuidada en lugar de cuidadora.  Nadie respondió, lo más cercano a una respuesta fue que me protestaran que hablara de la importancia de los cuidados en mis redes sociales, entonces surgió el post que detonó todo esto:

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Hubo una avalancha de respuestas, muchas mujeres queriendo contar sus historias o las de su mamás, tías, hermanas. Mujeres enfermas cuidando a otras enfermas. El proyecto se me fue creciendo de un artículo a ‘yo creo que van a ser cuatro entregas’ a un algo que -ahora que mi abuela ha muerto víctima de ese abandono- me va creciendo en el pecho, la mente y las palabras.

No sé en qué derive, libro, proyecto a largo plazo, no sé, pero inicio con esta escritura y transito las historias que me han compartido con convicción absoluta de que este es un tema necesario y, además, urgente, sobre todo en esta época donde tantas personas hemos quedado discapacitadas y enfermas a causa de la pandemia.

Tengo un listado de quienes quieren contar sus historias y una recopilación de las ya recibidas, tardaré, pero he de darle su lugar a cada una. Estoy convencida de que quienes ejercemos labores de cuidado merecemos dar nuestro testimonio, tener un lugar para alzar la voz, tener un sitio para señalar la violencia de familias abandonadoras que dejan a sus enfermos y viejos y a sus cuidadores en situaciones extremas de sufrimiento físico y psíquico.

Una no debería batallar tanto a solas para intentar mantener a flote la vida, una no debería ser testigo del alejamiento de los seres amados que son incapaces de sostener en la enfermedad, una no debería escuchar de tantas y diversas formas: "Eres desechable".

Hoy estuve leyendo varios de los testimonios e identifiqué en ellos muchas de nuestras vivencias.

El proceso que atravesamos tan a solas mi mamá y yo inició hace muchísimos años: tiene raíces profundas en la niña que mi abuela fue, en todo lo sorteado en el Istmo, en cada golpe que vino después. Nosotras también llevamos nuestra cuota de golpes. Un linaje de mujeres enfermas lo es porque hay razones sistémicas de explotación de los cuerpos.

C, quien pide anonimato por temor a represalias familiares, dice:

Yo me encuentro en una situación similar. Cuido de dos personas con discapacidad y sobrellevo mis propios problemas de salud. La familia sanguínea es buena para las fiestas, pedirte favores, etc... Incluso cuando estás en esa situación. Vienen a vernos, nos cuentan de sus problemas. Y cuando les hablamos de cómo nos sentimos por el abandono de la familia nos quieren hacer la boca pequeña, así como las ideas, nos toman de a locos y nos dicen que debemos echarle ganas, que estamos deprimidos, que deberíamos buscar chamba, que esto y que aquello. Que, en fin, es culpa nuestra estar como estamos por no esforzarnos lo suficiente, y que habría que estar felices por estar vivos, aunque sea de milagro, que yo no encuentro el milagro ni el que los hace. Es triste, las ganas de vivir se van y solo quedan las ganas de sobrevivir.

Se me van sumando y amontonando las cosas por escribir; es tanto lo que se entrecruza. En nuestro caso, la explotación y el abandono iniciaron años antes de que siquiera mi abuela pudiera mirarlos como explotación y abandono, miro fotografías “familiares”: en cada una está el recuerdo de mi abuela cocinando, sirviendo, lavando. Haciendo chamba no pagada para aquellos que la explotaron y después la abandonaron.

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Sí, la abandonaron, la mandaron a casa de mi madre y no volvieron a saber o querer saber. Fueron 'listos', sabían que empezaba a envejecer, que su fortaleza trocaría en enfermedad y discapacidad. Zafaron. Mi mamá, no. Mi mamá la recibió, puso el cuerpo, un cuerpo que enfermó de cuidar; puso el alma, un alma que se fue rompiendo en cachitos; puso sus ahorros, su trabajo pago (no se podía jubilar porque no iba a alcanzar), puso su trabajo no pago también, ejerciendo labores de cuidado en hasta triples jornadas.

Quienes mandaron a mi abuela a casa de mi madre y luego se desentendieron por completo primero se encargaron de chuparle cada gota de 'productividad': los mantuvo, les hizo de comer, les lavó la ropa, les organizó la vida. Y cada uno cumplió su ciclo de extractivizarla hasta después de haber cumplido 40 años.

Después, cuando ya no iba a poder darles más, la abandonaron; pero no 'sólo' la abandonaron, orillaron a una mujer con tres enfermedades autoinmunes, y que acababa de tener un accidente que la discapacitó, a hacerse cargo ella.

Aquí pagamos cuidados con enfermedad y riesgo vital, ellos mientras tanto, hacen mutis por la izquierda o se inventan 'desgracias' inexistentes para no asumir su responsabilidad. También se tiran al pisito del arropo familiar para ser 'levantados, comprendidos y arropados' y lo son. No por nada la familia finalmente es una extensión del estado...

P, quien también ha solicitado el anonimato, me compartió:

Algo muy cabrón es el abandono de la sociedad y su rechazo. No manches, el periodo de cuidado 24/365 ha sido en el que he recibido más ataques y más ninguneos que en ningún otro de mi vida. Me han hecho sentir como una fracasada, una inútil, una buena para nada, una esclava. Es una sociedad eugenésica, una artera asesina. 

Mi madre y yo lidiamos también con reclamos, ausencias, soledad, no tener para pagar cuidadora o medicamentos. Somos juzgadas por hablar, por escribir cosas como estas cuando llevamos años de vivir en el infierno recibiendo respuestas como: 'No solo ustedes sufren' o ‘la cuidan porque quieren’, y sí, la cuidamos porque queríamos, nosotras no consideramos que mi abuela fuera desechable.

Mi madre se dejó la vida cuidándola y yo cuento esto a pesar del escarnio social y del castigo familiar por hablar. Me banco el castigo porque es importante contar estas historias. Porque hablar es autodefensa. Por un profundo amor por mi madre. Porque no pienso colaborar con las secrecías familiares que encubren la inmensa violencia física, económica y emocional que se ejerce casi en todas las familias cuando de cuidados se trata.

¿En qué cabeza cabe que quienes tienen que hacerse cargo de la abuela de 95 años, enferma y discapacitada sean otras dos mujeres enfermas y discapacitadas? En la cabeza del patriarcado. Es sencillo: Si no estás cumpliendo tu ‘rol’, sirve de algo.

Yo, mujer de 50 años, sin hijos, enferma, que no puede ser parte del engrane capitalista. Mi madre, madre divorciada, enferma, jubilada.

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¿Quién y por qué debe cuidar a viejas locas, discas y enfermas? Casi siempre mujeres, aunque tengo testimonios de hombres cuidadores; sin embargo, por sus características, el asunto sigue siendo patriarcal. Absolutamente patriarcal, capacitista y capitalista

Para quienes no quisieron involucrarse en el cuidado de mi abuela, ella era desechable, así como lo somos nosotras. Una de ellas me dijo: ‘prefiero usar mi dinero para mi mamá’. Se dio sola el privilegio de elegir ya que el abandono fue puntual: hace décadas mandaron a mi abue a casa de mi madre y no se volvió a saber de ellas, quienes hasta del país se fueron... PERO no se le ocurra a una romper el pacto de silencio y señalarlo.

Es doloroso ese abandono de los que crees cercanos. Cuando las cosas están bien o son manejables sin sacrificios -en el sentido que se debe trabajar para los cuidados sin recibir retribución alguna- todos están ahí, como bien dices, cuando hay fiesta y jolgorio hasta se apuntan para organizarlo. En cuanto se presenta una verdadera crisis se desaparecen. Insiste C, que rompe el silencio, pero pide anonimato nuevamente.

Que quienes están contando estas historias de violencia en sus labores de cuidado, tengan tanto miedo como para pedir el anonimato debería decirnos algo acerca del cruento castigo social que se cierne sobre quienes elegimos hablar. Siempre seremos señaladas y agredidas quienes elijamos romper el pacto de silencio. A pesar de ello, yo lo rompo. No tengo ya mucho que perder y sí mucho por lo que apostar: otra relación con los cuidados y que se deje la complicidad con quienes ejercen abusos familiares sobre discas, enfermas y viejas. El abandono mata, hacer pacto de silencio es ser cómplice y aquí ya no van a tener la comodidad de nuestro silencio.

Sirva de apertura a esas voces nuestras esta primera entrega. Que la desgarradura se convierta en boca y tenga voz, la voz de todas las que tenemos historias que contar.

(Entrega 1 de varias y de lo que nazca)