Querida madre. Hoy te escribo con lágrimas en los ojos, llena de impotencia y rabia que no puedo controlar. Hoy siento que se llevaron mi alma, que me quitaron una parte de mi, porque crecí entre juzgados, cambiando de adscripción, conociendo gente nueva, lugares nuevos, pero que eso de fondo significa dejar tu hogar y crear otro en algún otro lado, desde cero.

Mis libros de colorear eran hojas oficio con las que se hacían expedientes, foliar y entresellar mi juego favorito. Porque cuando tú madre decidiste hacer carrera judicial yo sabía que era tu pasión, tu vida, tu proyecto. Y que así haríamos un espacio más bonito para muchas infancias, para muchas mujeres, un México mejor. Porque sabía que en el fondo, algo algún día cambiaría. Porque tú me enseñaste que la labor más noble es la de un juzgador, escuchar miles de historias y tomar cada una de sus vidas, ponerte en sus zapatos y hacerla tuya para entender su contexto, las razones, su postura, sus necesidades.

Hoy las personas a las que les concediste una pensión, a quien sacaste de la cárcel por ser inocentes, a la mujer víctima de violencia que protegiste, a la familia a la que le regresaste sus bienes, estoy segura que agradecen haberte conocido. De que una juzgadora tan fuerte, tan apasionada por su trabajo e incorruptible, les escuchara.

Si la vida me prestara más fuerza te defenderia, te defenderia con el amor tan inmenso que le pusiste a tu trabajo, te defendería con el fervor tan grande que le pusiste a cada resolución, te defendería tan fuerte como la inmensidad de las horas en las que estuviste tras un escritorio, te defendería con la fuerza de miles de expedientes juntos apilados en un escritorio.

No te reprocho madre, todos aquellos momentos que no pudimos estar juntas porque el trabajo era tu vida, era tus noches, eran tus días de vacaciones, al contrario, le reprocho a aquellos que decidieron vender su voto y perder sus convicciones por hacer feliz a un partido político. Y te agradecería; gracias madre por siempre pensar en los demás, incluso antes que en tus hijos. Porque ahí veía la fuerza de tu convicción y la fortaleza de amar tu profesión.

Porque entre tanto trabajo tu lucha, también era la de tus hijos, tu esperanza de trabajar por un México mejor también era la nuestra.

Hoy más que nunca estoy contigo, agarrada de tu mano, lista para lo que venga. Hoy agradezco a tu ponencia, a los compañeros de juzgado, a las secretarias y meritorios y a las personas que se encargan del archivo, así como al personal de limpieza. Gracias porque por ustedes se sostiene un juzgado, se logra una ponencia fuerte, todas esas personas que como mi madre han dado su vida por la carrera judicial, hoy miles de mexicanas y mexicanos seguimos con ustedes, compartimos su sentir, que nuestra tristeza se vuelva fuerza, que nuestra cabeza en alto está orgullosa de la labor que por años han llevado a cabo.

Tú, cabeza de familia, madre soltera pero mujer juzgadora, eras la justicia misma. No nos hagamos chiquitos, que este dolor que hoy atraviesa al país, nos de fortaleza para seguir, porque sin su labor y trabajo en la carrera judicial, mi vida y su proyecto de vida, así como el de millones de mexicanos, no sería igual. Y si ustedes son padres de una persona juzgadora, hijos de juzgadores o hermanos, les abrazo mucho. Todos nosotros estamos muy orgullosos de ustedes. Hoy seguimos luchando juntos y lucho contigo hasta donde quieras, mi madre juzgadora.

Con cariño y orgullo, la hija de una madre juzgadora.