Los datos lo confirman año tras año. Diciembre no es solo un mes de fiestas; también es el periodo en el que aumentan las agresiones contra mujeres y niñas. Llega cargado de pretextos para celebrar, pero para miles de mujeres en México significa algo distinto: más riesgo, más violencia y menos salidas.
El reporte reciente “Guadalupe Reyes… del acoso”, elaborado por la organización Ola Violeta, muestra que las celebraciones de fin de año concentra varios factores de riesgo. Hay mayor exposición a agresores, menos redes de apoyo, consumo excesivo de alcohol y presiones sociales que llevan a muchas mujeres y niñas a tolerar el acoso o la agresión para no “romper” la convivencia. El resultado es un aumento de las violencias que, en muchos casos, quedan ocultas.
Estudios citados en el informe señalan que la probabilidad de agresión física contra las mujeres es seis veces mayor cuando la pareja consume alcohol, y que el riesgo de violencia severa se incrementa 3.5 veces en hogares con consumo elevado. En el caso de las infancias, organizaciones especializadas estiman que el riesgo de abuso sexual puede aumentar hasta 40% durante estas fechas, especialmente en contextos de convivencia prolongada y supervisión reducida.
Wendy Figueroa, directora de la Red Nacional de Refugios (RNR), ya nos había advertido que la violencia contra las mujeres es un problema estructural que se agudiza en diciembre, impulsado por la presión económica, la sobrecarga emocional y la convivencia forzada. De acuerdo con la RNR, durante este periodo se incrementan particularmente la violencia emocional y económica, formas de control que suelen anteceder o acompañar agresiones físicas y sexuales.
El impacto no se limita al ámbito doméstico. En el espacio laboral, las celebraciones decembrinas reproducen dinámicas de poder desiguales: comentarios sexuales, invasiones al cuerpo y hostigamiento que suelen minimizarse bajo el argumento del alcohol o la “confianza”.
En México, 27.9% de las mujeres de 15 años o más ha sufrido violencia en el trabajo, y al menos 15.1% de esa violencia ha sido física o sexual, según la ENDIREH. A nivel internacional, datos de agencias de la Unión Europea indican que 31% de las mujeres trabajadoras ha experimentado acoso sexual, cifra que asciende a 42% entre mujeres jóvenes.
El ámbito familiar presenta uno de los escenarios más alarmantes. Casi siete de cada diez mujeres que sufrieron violencia sexual en su infancia identifican a un familiar como agresor. Las reuniones de fin de año crean condiciones propicias para el abuso, mientras persisten prácticas socialmente normalizadas como obligar a niñas y niños a saludar de beso o tolerar contactos incómodos.
A este panorama se suma la violencia digital. Tan solo en 2024, 10.6 millones de mujeres fueron víctimas de ciberacoso en México, de acuerdo con el Módulo sobre Ciberacoso (MOCIBA) del INEGI. La hiperconectividad de las fiestas, el intercambio constante de imágenes y la exposición en redes sociales amplifican agresiones como amenazas, hostigamiento, suplantación de identidad y la difusión no consentida de contenidos íntimos.
El pasado 10 de diciembre concluyeron los 16 Días de Activismo contra la Violencia de Género, que este año pusieron el foco en la violencia digital. En ese marco, el Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (Mesecvi) lanzó la Ley Modelo Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Digital contra las Mujeres Basada en Género, un instrumento que reconoce que la digitalización de la vida pública y privada ha ampliado el alcance, la frecuencia y la gravedad de las violencias basadas en género.
Diciembre no detiene la violencia. La empuja a espacios donde suele justificarse en nombre de la convivencia, la tradición o el alcohol. Mientras no se reconozca que este mes implica riesgos específicos para mujeres, niñas y adolescentes, las agresiones seguirán ocurriendo en silencio. Los datos no hablan de una excepción, sino de un patrón que exige prevención, atención y respuestas reales.

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