La tecnología avanza para simplificarnos la vida y darnos acceso inmediato a la información. Hemos transformado radicalmente la forma en que nos comunicamos, trabajamos y nos relacionamos. Sin embargo, estos avances también han traído nuevas problemáticas que demandan atención y reflexión.
El concepto de violencia digital o violencia facilitada por las teconologías comenzó a discutirse hace 20 años, cuando apenas se hablaba de compartir contenidos sin consentimiento o de la suplantación de identidad.
En aquel entonces se minimizaban los efectos que podía tener sobre las víctimas, pero hoy sabemos que una persona afectada puede sentirse expuesta, aislada, vulnerable y sin control sobre su propia vida, llegando incluso a experimentar depresión o pensamientos suicidas.
Entre las innovaciones tecnológicas, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en la estrella, revolucionando nuestra cotidianidad. Sin embargo, cada vez es más difícil distinguir lo real de lo ficticio, y la IA ha normalizado nuevas formas de violencia digital, como el deepfake o la creación y/o difusión no consentida de contenido gráfico íntimo, el ciberacoso, el uso de bots o sistemas generativos que hostigan a las personas, el doxxing (publicar información personal sin permiso), la propagación de discursos de odio y la violencia simbólica.
El entorno digital se ha vuelto inseguro para muchas personas, especialmente para las mujeres jóvenes. Según datos recientes de Amnistía internacional, el 85% de ellas ha presenciado violencia en línea y el 38% ha sido víctima directa de hostigamiento y acoso persistente.
En México se ha impulsado la “Ley Olimpia”, que surge a raíz del caso de la activista Olimpia Melo, quien fue víctima de la difusión no consentida de fotografías personales.
Gracias a esta iniciativa, tanto México como otros países de América Latina han tipificado y sancionado los delitos relacionados con la difusión de imágenes, audios o videos íntimos sin consentimiento, reconocidos como una forma de violencia de género. Sin embargo, la aplicación efectiva de esta ley aún requiere mayor capacitación de las autoridades en materia de prevención y sanción.
La magnitud y rápido crecimiento del problema llevó a la ONU a declarar este año el “Año Internacional para la Eliminación de la Violencia Digital contra Mujeres y Niñas”, reconociendo que la violencia digital perpetúa inequidades sociales, refuerza el patriarcado, limita la libertad de expresión y la seguridad de las mujeres.
El fenómeno que genera mayor preocupación actualmente es el auge de discursos de odio en redes sociales. En España, el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia reporta un incremento del 88% de ellos, incluyendo la misoginia, la deshumanización, la difamación, los estereotipos dañinos y el desprecio hacia determinados grupos.
Además, han surgido comunidades digitales como la "manosfera", que difunden ideas que promueven la supremacía masculina, la hostilidad hacia las mujeres y el rechazo total al feminismo, reforzando una masculinidad hegemónica.
De forma paralela, se han hecho visibles movimientos como las tradwife, mujeres que defienden el regreso a roles tradicionales centrados en el hogar y una subordinación al esposo, compartiendo con la manosfera una visión en donde se idealizan las jerarquías basadas en el género; los incels o célibes involuntarios, quienes manifiestan resentimiento y dificultades para establecer relaciones afectivas y la comunidad "Red Pill", que cree que el feminismo ha distorsionado negativamente la percepción de la masculinidad.
Quizá estas comunidades sean nuevas para muchas personas, pero para quienes defendemos los derechos igualitarios, son ciclicos los discursos en contra del feminismo. Basta recordar que históricamente a las mujeres se nos llamaba brujas por su conocimiento a las plantas, la diversidad sexual era considerada una enfermedad, y que reclamar derechos como el voto o una sexualidad plena se veía como algo impensable y solo con autorización de la pareja.
La constante es el temor a imaginar una sociedad donde todas las personas tengamos los mismos derechos y libertades.
Por tanto, es fundamental prestar atención a los discursos que circulan en redes sociales: ¿qué se dice, quién lo dice, por qué surgen ahora? Para qué se reproduce en estos entornos? Estos mensajes no solo influyen a los jóvenes, sino que fragmentan a la sociedad y desvían la discusión de los problemas reales, como la persistente desigualdad y violencia de género.
También es esencial trabajar nuevas masculinidades; no porque los hombres sean el problema, sino porque la sociedad ha asignado históricamente valores superiores a lo masculino y ha menospreciado lo femenino.
Estas comunidades pueden existir, pero ignorarlas y no reflexionar sobre su impacto las fortalece. Si aspiramos a tener sociedades más justas y libres, debemos trabajar por la igualdad de condiciones para todas las personas; por ello tenemos que fomentar la denuncia de la violencia digital, el pensamiento crítico ante los discursos de odio y sin duda la educación es la herramienta más poderosa.

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