¿Qué hace que una maestra o maestro deje huella en la vida de sus alumnas y  alumnos? Cada 5 de octubre celebramos el Día Mundial de las y los Docentes, y para entender la respuesta conversamos con Andrea Herrera Escudero, pedagoga y docente en la Ciudad de México. 

Su experiencia nos muestra que enseñar va mucho más allá de los libros: implica empatía, creatividad y la capacidad de crear un espacio seguro donde los estudiantes se sientan escuchados.

Andrea, de 27 años y licenciada en Pedagogía por la UNAM, no solo ejerce la docencia; la vive con todo el corazón. Su filosofía se forjó en un escenario desafiante: una escuela multigrado en Valle de Bravo, Estado de México donde participó como parte de la generación 2022 de “Enseña por México”, un programa que recluta y forma a profesionales de diversas áreas para que trabajen como facilitadores de aprendizaje en escuelas públicas, buscando reducir la inequidad educativa y apoyar el desarrollo integral de niñas ,niños y jóvenes con escasos recursos.

 Allí, las teorías que aprendió en la universidad tuvieron que transformarse en soluciones creativas, adaptadas a la realidad de cada niño y niña.

“Me mueve el deseo de acompañar a niñas y niños en su aprendizaje y en su desarrollo personal, dice Andrea Herrera en entrevista. Ese acompañamiento la obliga a reinventarse constantemente, buscando siempre prácticas innovadoras dentro del aula.

Más allá de los contenidos académicos, Andrea descubrió que el verdadero aprendizaje florece donde hay confianza y seguridad.

“Después de varios meses de aplicar educación socioemocional, los niños y niñas me dijeron que se sentían tranquilos porque por fin podían hablar de lo que sentían sin miedo”, recuerda.

Ese instante le mostró que la docencia no se mide solo en calificaciones, sino en la capacidad de que cada estudiante se sienta visto, escuchado y acompañado.

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Foto: Cortesía

La docencia en México: desafíos y resiliencia

En México, más de dos millones de personas ejercen la docencia, y cerca del 70% de los maestros de educación básica son mujeres, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI. Para Andrea, esto significa enfrentar desafíos estructurales:

“Lo más difícil es atender la diversidad de necesidades cuando no hay recursos ni apoyo de autoridades o padres de familia”, cuenta.

En su experiencia, enseñar a estudiantes con condiciones específicas, como autismo, sin el apoyo de especialistas, es un desafío constante. Sin embargo, la empatía y la creatividad se convierten en herramientas poderosas para que ningún estudiante quede atrás.

Andrea asegura que sus estudiantes también la enseñan. De ellos aprendió que siempre se puede empezar de nuevo, que los errores pueden traer aprendizajes valiosos y que la comunidad y el trabajo en equipo son esenciales, incluso en los momentos más difíciles.

“Aprendí que la resiliencia se construye juntos, y que cada pequeño logro, cada palabra escuchada, deja huella”, dice.

Ser maestra hoy

Después de transitar por contextos rurales y urbanos, Andrea lo resume así: “Ser maestra significa vivir una profesión llena de retos y satisfacciones. Es acompañar a niñas y niños en su aprendizaje, formar comunidad y sembrar confianza en cada uno de ellos, más allá de los contenidos académicos”.

No todo es fácil: en un entorno donde “la labor docente no siempre está protegida y existen riesgos de ser juzgada sin respaldo claro”, la vocación exige coraje y compromiso constante.

“Ser maestra es sostenerse en medio de enseñar con pasión y responsabilidad, sabiendo que la huella que dejas tendrá un impacto positivo o negativo en la vida de tus estudiantes”

En este Día Mundial de las y los Docentes, la historia de Andrea nos recuerda que enseñar es un acto de amor y creatividad. Más allá de calificaciones y programas, lo que deja huella es la confianza, la escucha y el acompañamiento.

Hoy quizá sea un buen momento para preguntarnos: ¿Qué maestras o maestros dejaron una marca en tu vida, y cómo transformaron lo que aprendiste más allá del aula?