¿Alguna vez has sentido que, a pesar de todo tu esfuerzo —ya sea en casa o en un trabajo remunerado— el sistema económico te excluye? Los datos nos dan la razón: la pobreza es siete veces mayor para las mujeres que realizan labores de cuidado que para los hombres con las mismas responsabilidades.
Y si además asumes quehaceres domésticos, esta brecha puede ser 21 veces mayor, de acuerdo con un análisis de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza con base en los datos de Pobreza Multidimensional del INEGI (2016–2024).
Esta realidad tiene nombre: feminización de la pobreza. Pero, ¿cómo se traduce este concepto en la vida diaria? En entrevista para La Cadera de Eva, Paulina Gutiérrez, directora operativa de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, explica que este fenómeno se refleja en la falta de oportunidades para que las mujeres generen recursos e ingresos propios que les permitan salir de la pobreza.
¿Qué es la feminización de la pobreza?
El concepto fue acuñado por la socióloga y trabajadora social Diana Pearce en 1978, en su trabajo The feminization of poverty: Women, work, and welfare. Originalmente, describió cómo la pobreza se estaba volviendo un fenómeno predominantemente femenino en Estados Unidos, especialmente entre las mujeres jefas de hogar.
En la década de 1990, el término cobró relevancia internacional y se convirtió en un eje central de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de la ONU (Beijing, 1995). Ahí se reconoció formalmente que “la pobreza tiene rostro de mujer”, debido a la discriminación estructural y la desigualdad de género que afecta a las mujeres.
A través de la Plataforma de Acción de Beijing —que en 2025 cumplió 30 años— se establecieron 12 áreas críticas de acción para garantizar los derechos de mujeres y niñas: desde la participación política hasta la erradicación de la violencia de género y el reconocimiento del trabajo de cuidados.
En esencia, la feminización de la pobreza está íntimamente ligada a la desigualdad económica, la falta de acceso a recursos y, sobre todo, a la carga del trabajo no remunerado que recae sobre las mujeres.
Cuidar también es una forma de pobreza en México
Paulina Gutiérrez explica que la pobreza afecta a las mujeres mexicanas principalmente a través de la exclusión económica y la carga desproporcionada del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, lo que limita sus oportunidades de generar ingresos y las mantiene en ciclos de precariedad y violencia económica.
En México, sólo el 46% de las mujeres participa en la economía remunerada, frente al 77% de los hombres, según el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).
¿La razón principal? El trabajo de cuidados.
Actualmente, 14.6 millones de mujeres no pueden salir a trabajar porque realizan labores de cuidado no remunerado, de acuerdo con el Observatorio de Trabajo Digno.
“Las mujeres tienen menos oportunidades para obtener un ingreso propio que las saque de la pobreza” (Paulina Gutiérrez, Acción Ciudadana Frente a la Pobreza)
El impacto del trabajo de cuidados en la economía es profundo. De acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) de 2023, las mujeres que dedican más de cuatro horas al día a labores de cuidado no remunerado viven en pobreza en un 36.2%, mientras que entre los hombres en la misma situación la cifra es del 25.3%.
Esta correlación también se refleja en el desempleo y los ingresos. De acuerdo con el estudio “El efecto de la maternidad en el empleo y los salarios en México”, realizado por el Centro de Estudios Económicos del Colegio de México, el desempleo alcanza el 40% entre las mujeres con tres o más hijos, frente al 12% de aquellas con uno solo.
Y la brecha salarial es abismal: los hombres con cuatro o más hijos ganan 31 mil 268 pesos mientras que las mujeres con la misma cantidad ganan 13 mil 583, es decir, casi una tercera parte.
La falta de autonomía económica coloca a las mujeres en una situación de vulnerabilidad: sin ingresos propios, muchas no pueden salir de ciclos de violencia donde los hombres mantienen el rol de proveedores.
Además, de acuerdo con el Observatorio de Trabajo Digno, la desigualdad se agrava cuando la pobreza se cruza con otras formas de exclusión:
- Mujeres indígenas: siete de cada diez vivían en pobreza multidimensional en 2022, y el 43% no tenía empleo.
- Mujeres jóvenes: tres millones de jóvenes de entre 15 y 29 años están fuera de la escuela y del trabajo por dedicarse a labores domésticas y de cuidado.
¿Los programas sociales alivian o administran la pobreza?
Frente a esta realidad, el gobierno ha optado por programas de transferencias monetarias. Ejemplo de ello son la Pensión para el Bienestar de las Mujeres (apoyo bimestral de $3,000 para mujeres de 60 a 64 años) y Mujeres con Bienestar en el Estado de México (apoyo de $2 mil 500 para mujeres de 18 a 63 años en situación de pobreza).
Pero, ¿estos apoyos revierten el problema estructural? Según el análisis de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, a pesar de que el presupuesto de estos programas se multiplicó por 4.5, su efecto en la pobreza fue mínimo y en la pobreza extrema, nulo.
Además, excluyen al 65% de los hogares con menores ingresos.
“Lo que realmente se necesita es quitarle a las mujeres la carga del cuidado, para que puedan decidir qué hacer con su tiempo. Dar tres mil pesos no alcanza para pagar una guardería o una cuidadora” (Paulina Gutiérrez, Acción Ciudadana Frente a la Pobreza)
Rutas para un México libre de pobreza
En lugar de depender de transferencias, Acción Ciudadana Frente a la Pobreza propone invertir en servicios públicos de cuidado para liberar tiempo y generar igualdad económica real.
¿Qué implicaría esto? Multiplicar servicios públicos de cuidado: crear estancias infantiles, escuelas de tiempo completo y centros de atención para personas mayores y con discapacidad.
Erradicar los salarios de pobreza: aunque el salario mínimo ha subido, aún no cubre el costo de dos canastas básicas; el 67% de las personas ocupadas en México gana menos de lo necesario.
Adoptar un salario digno: promover que las empresas paguen al menos $12 mil 500 mensuales, o $13 mil 400 en promedio.
Garantizar acceso a la salud: hoy, 44.5 millones de personas carecen de servicios médicos, el doble que en 2018. Una transferencia no cubre los gastos de enfermedad; se requiere un presupuesto público equitativo.
Paulina Gutiérrez señala que, lograr justicia económica es la piedra angular para transformar este sistema patriarcal. Sin acciones de fondo, erradicar la pobreza tomará 57 años a nivel nacional, 84 para niñas y niños, y 151 para las comunidades indígenas.
La verdadera transformación exige una acción coordinada entre el Estado, las empresas y la sociedad.
Invertir en servicios de cuidado no es un gasto: es la clave para que las mujeres podamos decidir sobre nuestro tiempo, nuestro trabajo y nuestro futuro.