Actualmente es cada vez más común ver a influencers y creadores de contenido en redes sociales compartiendo videos donde realizan actos de caridad, entregando dinero o bienes a personas en situación de pobreza. Estas historias suelen tener millones de reproducciones y "me gusta". Aunque visibilizar actos de ayuda puede parecer positivo, esta práctica ha generado un debate ético importante y ha sido relacionada con un término antiguo: la "pornomiseria".

El término "pornomiseria" surgió en Colombia a principios de los años setenta, acuñado por los cineastas Luis Ospina y Carlos Mayolo como una crítica al cine que explota la miseria con fines comerciales. Este tipo de cine presenta la pobreza de forma superficial, sin un análisis profundo ni contextualización, convirtiendo el sufrimiento y la explotación en un espectáculo para el consumo.

En aquella época, las películas que criticaban Ospina y Mayolo muchas veces  buscaban ser impactantes y eran fácilmente vendibles, especialmente en el extranjero. La crítica radica en la explotación de los sujetos para lucrarse, presentando imágenes crudas de la miseria sin una relación verdadera con la realidad que filmaban.

Hoy, el concepto se adapta a la era digital y se aplica a influencers que monetizan o buscan beneficio a través de la viralización de su "caridad". Se ha criticado a figuras como el rapero 6ixi9ine, que regala fajos de billetes, o Manu Plaza, que interactúa con personas en situación de calle y les da comida.

Incluso youtubers famosos como MrBeast, conocido por donar casas, regalar autos y grandes sumas de dinero, han enfrentado críticas porque su modelo de negocio se basa en mostrar actos de ayuda o competiciones con personas necesitadas, convirtiendo la desesperación y la necesidad en entretenimiento.

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Otro ejemplo es la influencer surcoreana Chingu Amiga, famosa por su contenido sobre México, quien recientemente estuvo en el centro de una polémica por el video titulado "La deportaron de EEUU y la dejaron sin nada en México... Fui a ayudarla".

En el video, se documenta la historia de Erika, una mexicana deportada de Estados Unidos con sus hijos, a quien visitó junto a Huarache Oaxaqueño, otro creador de contenido para entregarle donaciones como un sofá cama, comida y juguetes.

La controversia surgió porque miles de usuarios en redes sociales sintieron que solo estaba lucrando con el dolor ajeno y explotando la miseria para generar contenido. La polémica se hizo más grande cuando la influencer trató de justificarse diciendo que el video formaba parte de un "reto" tras alcanzar 15 millones de suscriptores en YouTube.

El problema ético: cuando la ayuda se vuelve un producto

Elisa Brey, profesora de sociología y comunicación política de la Universidad Complutense de Madrid, señala en entrevista con El Diario.es, que no es negativo usar las redes para hablar de la pobreza, pero querer lucrarse a través de eso simplifica un problema muy grande. 

Una de las críticas más frecuentes es la falta de transparencia: ¿es necesario exhibir la ayuda si el objetivo es ayudar? A diferencia de estas prácticas, algunas ONG cuentan con mecanismos formales para rendir cuentas sobre el uso de recursos, aunque no siempre de forma accesible o clara.

Además, estos videos a menudo dan a entender que la pobreza puede erradicarse con actos individuales y caritativos. Esto ignora la complejidad de la pobreza, que es un problema multidimensional que abarca no solo la falta de ingresos, sino también carencias en derechos sociales como la educación, el acceso a servicios de salud, la seguridad social, la calidad de la vivienda y los servicios básicos, y el acceso a la alimentación nutritiva.

El actor y creador de contenido Lamine Thior compara esta práctica con la estructura del "salvador blanco". Crítica que hay una intencionalidad detrás de estos videos, utilizando música emotiva y edición cuidada para parecer espontáneos cuando no lo son. "Los peores momentos de alguien no deberían ser capitalizados para aumentar la interacción de los videos", dice a El Diario Es. Es peligroso para la sociedad simplificar problemas como la pobreza de esta manera.

También existe la preocupación sobre el sesgo o la manipulación en la selección de las personas mostradas y cómo se verifica su situación de vulnerabilidad, especialmente cuando hay un interés económico de por medio. La solidaridad se convierte en un producto de consumo, donde mientras más emotiva la historia, más viral puede ser.

¿Cómo ayudar sin caer en la explotación?

El debate sobre la "pornomiseria" no significa que las personas con plataformas no deban ayudar. Sin embargo, hay maneras más éticas de hacerlo:

1.  Privacidad y consentimiento: respetar la dignidad y el deseo de las personas de no ser grabadas en sus momentos más vulnerables. Es fundamental proteger la privacidad, especialmente de los menores.

2.  Menos protagonismo del salvador: enfocarse en la historia y necesidades de quienes reciben la ayuda, en lugar de resaltar al que ayuda.

3. Transparencia con la monetización: si se generan ingresos con los videos, una parte significativa (o idealmente, la totalidad) debe destinarse a la causa. Lamine Thior sugiere que las personas ayudadas reciban una parte de lo ingresado o que las donaciones vayan a programas de ayuda estructural a largo plazo.

4.  Impulsar cambios reales: ir más allá de la ayuda momentánea y conectar a las personas con recursos a largo plazo o apoyar programas que aborden las causas sistémicas de la pobreza.

5.  Educación y responsabilidad: tanto el público como los creadores de contenido necesitan una "alfabetización en redes sociales" para distinguir lo real de lo manipulado. Los creadores deberían buscar un mayor conocimiento directo de la realidad y los problemas de las personas que visibilizan, deben ser conscientes de que existen líneas éticas para informar sobre la pobreza.

La era digital ofrece nuevas formas de visibilizar y, potencialmente, ayudar a quienes más lo necesitan. Sin embargo, es crucial ser conscientes de los riesgos de la "pornomiseria", donde la ayuda se convierte en un medio para el lucro y el espectáculo. 

La verdadera solidaridad reside en actos desinteresados que respetan la dignidad humana y contribuyen a soluciones sostenibles, lejos del foco de la cámara que busca la viralidad a toda costa.