En medio de la crisis provocada por la falta de reconocimiento a los cuidados, esa labor silenciosa que sostiene la vida pero que rara vez se reconoce, la pluma de Mary Shelley vuelve a florecer. Su Frankenstein, reimaginado por Guillermo del Toro, nos devuelve preguntas urgentes sobre la ternura, el abandono y la responsabilidad que atraviesan a quienes habitamos este mundo.
Frankenstein llegó a los cines mexicanos desde el pasado 23 de octubre para dar inició a la temporada spooky, sin embargo, los horrores no se limitaron a la idea de un “monstruo” feroz, cruel y asesino a sangre fría, sino que la que película dio paso a una conversación importante: la compañía y el cuidado mutuo son características propias de la humanidad, y sentirte incomprendida es parte de un sistema que te obliga a la subordinación desde la “otredad”.
¿Qué nos enseñó Frankenstein? Aquí te lo contamos.
Más allá del dilema ético de la creación: la paternidad
Diversas interpretaciones de la novela de Mary Shelley han abordado su contenido a través de una premisa común: el dilema ético del creador. Bajo esta lógica, Víctor Frankenstein, interpretado por el actor Oscar Isaac, un científico que trascendió las leyes de la naturaleza, se enfrenta al dilema del juicio ético por encima de los supuestos avances tecnológicos.
En su auto búsqueda, la ética se entrelaza con la arrogancia y el enojo, lo que lo lleva a omitir las necesidades afectivas, de crianza y de cuidado de la criatura, quien es interpretado por Jacob Elordi, que ha creado.

En el espíritu de traer devuelta la esencia de la propia Shelley y de su texto, Guillermo del Toro prioriza las tareas de cuidados como parte fundamental de la historia, e incluso la paternidad, al final de la cinta, cuando Víctor Frankenstein reconoce que la criatura es, más que su creación, su hijo, un ser, tan humano como cualquiera, al que le ha fallado.
Masculinidades sin afecto
Víctor Frankenstein representa, además, una masculinidad en disputa, atravesada por la rigidez de los mandatos de género tradicionales y por su necesidad de encontrar su propia voz en un mundo que lo obligó a perseguir la idea del éxito y reconocimiento.
Desde su infancia, Víctor Frankenstein aprende a contener sus emociones y canalizarlas en la ambición, pues su padre, un doctor militar, le exigía excelencia y perfección varonil, especialmente dentro del área de la medicina.
Así, cuando la criatura cobra vida, no se rige bajo el afecto, los cuidados y la compasión, sino bajo una lógica de masculinidad.
Paralelismos: cuando la monstruosidad empata con la feminidad
En la película, la criatura es mirada como un ser humano por primera vez cuando Elizabeth lo conoce. Su reacción no es hostil ni estigmatizante, pues lo primero que hace es preguntar quién lo había lastimado.
Sus interacciones se ven envueltas por ternura y la urgencia de sentirse vistos como sujetos capaces, no como objetos; por un lado, la criatura sabe que es más que un monstruo, aunque sea todo lo que escuchó por parte de Víctor, y, por otro, Elizabeth, interpretada por Mia Goth, se enfrenta a un mundo dominado por el hombre, en el que sus decisiones no son vistas ni reconocidas y su intelecto es reducido a meras aficiones intrascendentes.
La criatura se encuentra en Elizabeth, y ella en él.

La mujer como la otredad
A menudo ignorada, Elizabeth vive bajo las expectativas de los hombres que la rodean; primero de su tío, Henrich Harlander, después de su prometido, William Frankenstein y, a la distancia, del mismo Frankenstein, quien desea poseerla, encontrado en ella vestigios de su madre fallecida, a quien amaba y no pudo salvar.
Así, Elizabeth se siente constantemente atrapada en un mundo para hombres que sólo conoce el beneficio propio, la ambición y la avaricia. Lo dice la propia Elizabeth en el siguiente monólogo: “Es una criatura hermosa. Distante, totalmente cautivadora pero muy extraña. Tres corazones, muchos ojos, sangre blanca y una fascinante falta de poder de decisión”.
El derecho al reconocimiento y al cuidado
A lo largo de la película, la criatura busca no sentirse como un forastero sin causa, anhela cariño, tacto, compasión, ternura y cuidado.
La criatura se siente sóla, incomprendida y se enfrenta al dilema se su propia supuesta “monstruosidad”; los cuidados, que Víctor le negó desde un principio, se entrelazan con diferentes decisiones que toma a lo largo de la película, pues entiende que en el cuidar hay colectividad, y en la colectividad no sólo hay compañía, sino amor y humanidad.
Así se refleja en su relación con Elizabeth, su búsqueda por aceptación cuando emprende su camino en el bosque, e incluso al final de la película cuando, lejos de la masculinidad aprendida, decide que la reparación es parte de ser un humano.

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