Desde que comencé mis recorridos por los procesos de politización de los cuidados, en distintos ámbitos (los vínculos afectivos, en el hogar, en las instituciones académicas y públicas, en las organizaciones, etc.), una de las principales demandas éticas y políticas residen en revertir las prácticas y los efectos de la romantización del cuidado.

Si bien, dicha romantización abarca muchas cuestiones, dimensiones y matices, en términos generales, se puede comprender cómo esas prácticas y discursos que indican que podemos y debemos cuidar solamente por amor, empatía, generosidad, etc., y que resaltan (en ocasiones) la importancia de los efectos del cuidado en quién lo recibirá, pero sin evidenciar en estas dos cuestiones los costos, las cargas y las condiciones en que se realiza el cuidado.

Es decir, sin reparar, ni preocuparse ni ocuparse del bienestar de quienes cuidan en los espacios y a los seres que lo requieren. De esta forma, como ya se ha dicho bastante, la romantización del cuidado niega a este como un trabajo, y además oculta y minimiza simbólicamente, mientras las profundiza materialmente, las condiciones de desigualdad y de precariedad en que se hace el cuidado, y las relaciones de poder, dominación y extracción que le organizan socialmente. 

De esta manera, es importante distinguir la romantización del cuidado de la valorización multidimensional del cuidado. La primera, provoca todo lo que ya mencioné (entre muchos daños más). La segunda, repara en la importancia del cuidado, en su valor ético, social, político y económico, pero visibiliza, problematiza y trata de resolver las condiciones de desigualdad e injusticia en que se realiza el cuidado en general o el cuidado en particular que se está brindando en una situación específica.

Para mí, esta segunda es la ética del cuidado, que muchas veces se adjetiva como ética feminista del cuidado para dar cuenta de su componente crítico y subversivo frente a la dominación de género, de clase, de racialización, etc. que organiza al trabajo de cuidados en nuestras sociedades. La segunda, a veces la han denominado una ética femenina del cuidado, aunque yo no estoy muy de acuerdo en llamarla así.

Frente a ello, prefiero recuperar el término de ética reaccionaria del cuidado que propone Amaia Pérez Orozco, para dar cuenta de que la romantización del cuidado nos empuja a cuidar a través del sacrificio, de la culpabilización, del castigo y del ocultamiento de todos estos mecanismos de poder y de violencia.

Porque, en efecto, considero que deberíamos comenzar a decir con voz más alta que la romantización del cuidado es un acto de violencia, de extracción y de dominación. Dar cuenta una y otra vez que sostener este tipo de ética reaccionaria del cuidado lastima de muchas maneras a las personas en las que se aplica.

Personas que son casi siempre mujeres, y casi siempre mujeres con menos poder que otras debido a cómo los marcadores sociales nos cruzan de diferente manera a todas, todos y todes.

Y si bien, hemos gastado ya mucha tinta y práctica en visibilizar estas cuestiones, quise escribir hoy otra vez sobre esto porque, después de tanto tiempo, sigo viendo cómo la romantización del cuidado todavía recae sobre algunos aspectos de mi vida, y voy sintiendo cómo partes de mi siguen respondiendo a ella. Es decir, siguen creyéndole, aunque ya no quiera hacerlo

Así quise compartir esto por si alguna otra persona que cuida le ha pasado así. En varias ocasiones me noto a mí misma sintiéndome culpable y temerosa cuando alguien me reclama directa o indirectamente que no cuido lo suficiente, que no soy lo suficientemente generosa, o que no doy suficiente de mí. Noto cómo mi mente ya es capaz de saber que ahí se está desplegando un acto de romantización del cuidado.

Pero en ocasiones, aunque ya no siempre, una parte de mí anidada en mi carne y en mis emociones, todavía siente culpa y mucho miedo por no cuidar cómo debería, por no hacer las labores domésticas que debería hacer si fuera “buena persona” o “buena mujer”.

Noto cómo afectivamente me preocupo, cómo me da mucho miedo no cumplir con ello y también me da mucho terror las consecuencias de no hacerlo. Y casi siempre, en los actos no cedo, me detengo, pongo límites firmes para no colocar mis cuidados, que considero ultra valiosos, en relaciones que los denostan y al mismo tiempo se aprovechan de ellos.

Pero en esos momentos me doy cuenta, como dice Sarah Ahmed, que la dominación y la violencia del patriarcado no es sólo teórica o categorial, también se ha hecho parte de nuestros cuerpos, afectos y memoria, y por eso sigue siendo tan efectiva y doliendo tanto. Y en ello, voy aprendiendo que deshacernos de la romantización del cuidado lleva tiempo y trabajo porque implica desandar poco a poco, con mucho cariño, comprensión y respeto hacia nosotras mismas, esos caminos de violencias internalizadas

Entonces, por si también le sirve a alguna, lo que yo intento, sin saber muy bien cómo detener del todo estos mecanismos en el interior de mí misma, es respirar profundo, permitirme sentir el caos interno, la lucha interna, abrazarme con el cariño y el cuidado que la romantización de estas labores niegan para mí misma cuando me exige brindarlos.

Me dejo llorar por sentirme confundida, culpable, vulnerable. Por tener mucho miedo por las consecuencias (reales o imaginarias) que pueda haber al decirle que “no” a alguien (a veces con más poder que yo, a veces con menos), que me exige cuidar cuando no está dentro de mis posibilidades, responsabilidades o deseos. Y ahí, encuentro el valor para decir: “no quiero, no puedo, o no me toca”.

Un valor que se anida en los vínculos, las palabras, los abrazos de quienes sí valoran mis cuidados, respetan mis límites y además me cuidan, y en donde yo cada vez me ubico más a mí misma como otra de las personas que se preocupan y ocupan de mí y de mi bienestar. Y ahí, me dejo llorar más fuerte, temblar sin vergüenza, hasta que la tormenta pasa y puedo decirme a mí misma: “que bien que dije no quiero, no puedo, no me toca, hasta pronto”.

Porque, aunque hay personas que no nos escucharán, ante mis “no” he encontrado que hay muchas otras que sí lo hacen, lo honran y lo respetan.

Referencias:

-Ahmed, Sara. (2015). Política cultural de las emociones. México: Universidad Nacional Autónoma de México / Programa Universitario de Estudios de Género.

-Pérez, Orozco, Amaia. (2019 [2014]). Subversión feminista de la economía Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid: Traficantes de sueños.

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