Hay cosas que sabemos desde siempre, como aquello que no nos gusta, pero pueden pasar años antes de entender por qué. Y esas revelaciones no son magia, sino procesos. Por ejemplo, siempre supe que no me gustaba manejar, hacer ejercicio en gimnasios o jugar con ciertos primos en lugar de otros. ¿Las razones? Apenas hace poco entendí que mi rechazo tenía que ver con no sentirme cómodo en entornos marcados por el poder, la competencia y la hipermasculinidad.
Esto no quiere decir que no haya sido parte de ella, pero al final, siempre la pasaba mejor en situaciones donde no tuviera que lidiar con el exceso de testosterona y la razón de ello es por la forma en la que la interacción entre hombres es sumamente cruel, competitiva y transgresora.
De hecho, hay una idea que me parece sumamente cuestionable y es el hecho de que algunos hombres crean que los lazos de amistad son más estrechos cuanto más crueles son, cuando yo pensaría que son más estrechos cuanto más nos cuidamos.
No niego que entre la masculinidad no haya escucha y muchas veces buenas intenciones, pero las formas de reacción son muchas veces limitadas, o bien escuchamos a nuestro compa para acompañarlo, para corregirlo y también, muchas veces para burlarnos y emplear la crueldad revestida de “cabula”, esto no solo limita construir empatía, sino que termina por deshumanizar.
La autosuficiencia suele verse como una virtud masculina: la idea de que debemos resolver todo por nosotros mismos y que lo que nos ocurra no le importa a nadie más.
Esta creencia refuerza la noción de que los hombres debemos cargar con nuestros problemas en silencio y que, cuanto más “enteros” o estoicos nos mostremos, mejor.
Esto del estoicismo mal entendido y empleado en discursos masculinistas orillan a los hombres a sembrar ideas de que todo aquello que corresponde a lo emocional, es una cuestión secundaria, en gran medida por la relación entre lo emocional y lo femenino.
En nuestro papel de masculinidad, la obligación es la entereza, la firmeza y al mismo tiempo, la resignación de que esto debe ser así, inamovible.
Ante ello, nos encontramos con una tasa amplia de suicidios en hombres, al igual que enfermedades cardiacas y, por otro lado, una creciente ideología que desdeña la terapia ante los contenidos de coaches de vida y su fácil acceso como soluciones.
Tenemos coaches para todo: finanzas, moda, ejercicio, hasta para ligar. Pero cuando se trata de algo tan complejo como la salud mental —con su carga afectiva, sus singularidades y su diversidad—, se somete a la misma uniformidad de mensajes y contenidos que estas otras áreas. Ahí radica el problema: reducir la atención a la salud mental a un discurso hegemónico y uniforme, incapaz de abarcar su verdadera complejidad.
Por otro lado, cabe señalar que el tener acceso a una terapia digna y profesional muchas veces es imposible de costear dentro de los gastos cotidianos de una persona, esto nos lleva a pensar en políticas públicas que tengan como destinatarios a los millones de hombres cuyo acceso tanto económico como cultural a la terapia es marginado.
¿Pero qué nos queda después de la terapia y sus desafíos de acceso económico y cultural? Yo creo que nos queda la amistad, sin embargo, también creo que debemos redefinir las amistades entre hombres, amistades que vayan más allá de la chela y el FIFA (qué no tiene nada de malo) pero ¿es posible pensar no solo en comunidades de hombres sino en comunidades que cuidan?
Primeramente, podríamos empezar por decir que entre hombres pocas veces solemos escucharnos, casi siempre estamos listos para dar respuestas lógicas, soluciones no pedidas y, por otro lado, también reaccionamos con crueldad y burla y eso complica tremendamente que algún miembro del grupo de amigos pueda abrirse de manera vulnerada sin que sea presa fácil de “la cábula”.
Ante ello, crear espacios donde aprendamos a escuchar más allá de la solución y la autosuficiencia, un espacio de escucha que nos permita acompañar y cuidar como la otra persona lo pida, y esto también es parte del proceso, aprender a pedir y a dar.
Lo que nos queda ante la alternativa de la terapia y su difícil acceso, es crear más comunidades cuidadoras, sin embargo, para que lleguemos a esto, debemos entrar en un proceso de reeducación y reflexión crítica sobre aquello que nos regula y configura como vatos.
Nuestra socialización masculina que podemos ejemplificar con los juguetes que recibimos y su división con lo que reciben las niñas nos dan una pista clara, mientras que a los vatitos les dan juguetes de competencia, armas, figuras de acción y una serie de juguetes con parafernalias bélicas, a las niñas se les regalan bebés, cocinas, casitas o juegos de enfermería por dar algunos ejemplos, esto nos dice algo: los niños aprendemos primero a matar y competir que a cuidar, mientras las niñas empiezan su socialización de cuidado y crianza a la par.
Esto nos lleva asimetrías del género como ser receptor de cuidados y al mismo tiempo no proveerlo, es una forma en la que opera el género, sin embargo, esta asimetría podría leerse solamente como un privilegio masculino, recibir cuidado sin estar obligado a darlo, no obstante, el privilegio se podría poner en duda si echamos un vistazo a sus costos, pues no llegamos de la nada a este contexto donde impera una crisis de cuidados constante y en su mayoría de manera inconsciente.
Podemos fijarnos en algunos indicadores sociales: cuatriplicamos los suicidios en comparación a las mujeres, somos responsables de la mayor parte de accidentes en moto en la CDMX, somos los perpetradores tanto de homicidios como de femicidios y por último, somos el género que más llenan las cárceles del país.
En este último ejemplo de los hombres en prisiones, quisiera sumar lo que dice Estefanía Vela Barba, parafraseandola: “Los hombres que ingresan a la cárcel, generan gastos dentro, mismos que deben cubrir las mujeres que están afuera”.
Nuestra actitud despectiva a los cuidados desemboca en un proyecto de empobreciemiento de las mujeres y al mismo tiempo, la rentabilidad de la industria del castigo, aunque ese tema, es para otra ocasión.
Para finalizar y previendo un mundo en que lo mercantil guía las lógicas, una alternativa es generar espacios donde podamos crear vínculos basados en los cuidados, el acompañamiento, la contención y las políticas de buen trato.