Claudia Sheinbaum hizo historia este 15 de septiembre: inauguró el retrato de Leona Vicario en la Galería de Presidentes, recibió la bandera de una escolta integrada solo por mujeres —aunque también ya lo hizo en su momento Enrique Peña Nieto— y reivindicar en su Grito a Josefa Ortiz Téllez-Girón con su apellido de nacimiento, junto a insurgentas como Gertrudis Bocanegra y Manuela Molina.

El gesto es poderoso: devolverles nombre y lugar a mujeres que la historia borró. Pero mientras en el balcón se mencionan heroínas del pasado, en el presente se calla frente a las violencias que enfrentan otras. Se reconoce a las que lucharon hace dos siglos, pero se silencia a las que resisten hoy.

La fuerza del símbolo no debe cegarnos frente a las deudas actuales. En el discurso de Sheinbaum no hubo espacio para las madres buscadoras que, con sus propios cuerpos, arriesgan la vida en un país con más de 130 mil personas desaparecidas. Tampoco se nombró a las personas afrodescendientes, invisibilizadas históricamente a pesar de su papel en la insurgencia. Ni se hizo referencia a las víctimas de feminicidio, ni a las inmigrantes, ni a las trabajadoras del hogar o a las cuidadoras, quienes sostienen con su trabajo no remunerado el 26% del PIB nacional.

Y en medio de la celebración, hubo un silencio aún más doloroso: la tragedia de Iztapalapa, donde al menos 25 personas murieron tras la explosión de una pipa de gas el pasado 13 de septiembre, o las al menos 10 personas fallecidas en Atlacomulco, Estado de México cuando un tren de carga chocó contra un autobús de pasajeros. Lutos colectivos que no merecieron una sola palabra en el discurso presidencial.

Las omisiones contrastan con el discurso de “llegar todas”. Porque para que todas lleguemos, no basta con nombrar a las mujeres de hace dos siglos: hay que reconocer a las de hoy. A las buscadoras, a las sobrevivientes, a las mujeres en prisión que crían en condiciones de precariedad, a las mujeres con discapacidad que siguen sin ser incluídas en la agenda pública, más allá de las políticas asistencialistas en los programas sociales. 

En su Grito, Sheinbaum también mencionó a las mujeres indígenas. Pero, por más que se declare el “Año de la Mujer Indígena” o se nombren en actos solemnes, ese reconocimiento se vuelve vacío si no se traduce en derechos tangibles: acceso a la justicia en sus territorios, participación política real, respeto a sus lenguas y modos de vida, y el desmantelamiento del racismo estructural que las sigue marginando. 

Se celebra el reconocimiento de A la par que se reconoce a Leona Vicario, pero se sigue  encubriendo y premiando e a figuras señaladas por abuso sexual como Néstor Vargas, presidente del nuevo Órgano de Administración Judicial (OAJ) o Cuauhtémoc Blanco, hoy diputado federal de Morena, quien logró evadir el fuero el serpara que sea investigado por el delito de presunta violación contra su media hermana. 

Además, cómo hablar de política feminista en un Estado que apuesta por la militarización y el espionaje. Colocar al Ejército en el centro de la vida pública es perpetuar un modelo patriarcal que amenaza a la sociedad civil y contradice cualquier discurso de ‘igualdad sustantiva’. Como señaló ya Dawn Marie Paley, entender la militarización desde su impacto en las personas no-combatientes revela lo estructural del daño cuando se normaliza la lógica del ejército en todos los espacios.

Frente a discursos patrióticos más vacíos que reales, desde La Cadera de Eva, hablamos de deudas: de la brecha salarial en México que mantiene a las mujeres con 15% menos de ingresos que los hombres, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) de 2024; de las costureras sobrevivientes del 85 que nos recuerdan que sin justicia no hay reconstrucción posible, y de la maternidad en prisión, donde 307 mujeres y más de 300 niñas y niños sobreviven en condiciones de abandono institucional.

El balcón de Palacio Nacional se llenó de nombres que la historia oficial había borrado. Pero el reto no está en los vítores de una noche, sino en transformar los símbolos en políticas públicas que reconozcan y protejan a las mujeres de carne y hueso, en el presente