¿Te has ilusionado con las bodas de las celebs más famosas del momento? Porque yo sí. Esta última semana, Selena Gomez, actriz, cantante y empresaria, contrajo matrimonio con el productor de música Benny Blanco. Esta noticia rondo en redes sociales y las girls no podían dejar de preguntar: ¿Quién diseñó su vestido de bodas? ¿Quiénes fueron los invitados? ¿Taylor Swift dio un discurso durante la cena para celebrar su amistad?

Y es que en días recientes parece que todo el mundo se casa con ese  “príncipe azul” que esperaron durante años, —al menos en el mundo de los famosos estadounidenses y hegemónicos —lo que ha despertado una especie de emoción colectiva entre mujeres pues, “¿quién no estaría feliz por ver a la mujer con la que creació ser feliz después de tanto tiempo?”

Todas tenemos una artista que admiramos, cuyo éxito y logros nos alegra el día, pues sentimos cercanía e incluso les tenemos cariño (¡Ojo con las relaciones parasociales!).  

Y aunque no está mal sentir alegría por un matrimonio —un momento que culturalmente se nos ha enseñado a ver como crucial en la vida de las mujeres—, también surge la pregunta: ¿por qué seguimos celebrando estos rituales como si fueran la máxima medida del éxito femenino?

Aunque la respuesta aparenta ser simple y desde este momento podemos señalarla, (¡spoiler, se trata de los mandatos patriarcales!) no pude evitar pensar en esta conversación por semanas, específicamente desde que Taylor Swift anunció su compromiso con el jugador de fútbol americano, Travis Kelce, pues no faltó quién dijo que por fin “se rompió la profecía”, en referencia a la canción The Prophecy, en donde Swift le canta enfáticamente al destino: Por favor, he estado de rodillas, cambia la profecía, no quiero dinero, solo alguien que quiera mi compañía. 

Como una voz casi que de otro mundo, la escritora, artivista, abogada y comunicadora argentina, Lala Pasquinelli, llegó para disipar mis dudas y confirmar mis miedos terro-patriarcales en una entrevista con La Cadera de Eva. 

Los mandatos del terro-patriarcado

Para entender el frenesí errático que experimenté cuando me emocioné con cierto compromiso, lo primero que me interesaba conocer era claro: ¿cómo operan los mandatos patriarcales en la construcción del ideal romántico y qué impacto tienen en la manera en la que las mujeres entendemos el amor y nuestras relaciones?

Como era de esperarse, Lala Pasquinelli, autora de La estafa de la feminidad (Planeta, 2024) tenía las palabras correctas para abordar este conflicto: las mujeres hemos sido construidas para ser “seres para el amor”.

"En la construcción de nuestra identidad, tener una pareja es muy constitutivo de esa identidad de buenas mujeres. La que no tiene una pareja evidentemente algún problema tiene".

Aunque nunca me he considerado una romántica amante del amor heteropatriarcal, la realidad es que ni yo, ni las personas más radicales podemos escapar de los mandatos patriarcales. No es que nos persigan y ganen algunas carreras, más bien nos asfixian, pues llevan kilómetros de ventaja. 

Pero, ¿cuáles son estos mandatos patriarcales que nos hacen sentir que el matrimonio es la cúspide de la realización femenina? Lala Pasquinelli identifica tres ejes o dispositivos principales que estructuran la identidad de las mujeres y su camino hacia la supuesta felicidad, y que nos han perseguido por generaciones: 

    1. La belleza hegemónica: las mujeres debemos aspirar a tener una apariencia física que se ajuste a los estándares de belleza dominantes (la misma historia: blanca, alta pero no tan alta, delgada y con rasgos “finos” en términos del patriacado) para poder atraer a una pareja, idealmente un “hombre blanco, heterosexual”.
    2. El ideal del amor romántico: este es un pilar fundamental. Se nos educa para creer en un tipo de amor que a menudo erotiza la violencia y se basa en mitos. Este ideal las posiciona de manera pasiva, esperando ser elegidas o “descubiertas” por un príncipe, en lugar de tomar un rol activo en la elección de pareja.

    3. La maternidad: para el patriarcado no hay mejor ni máxima prueba definitiva del “amor verdadero” que la llegada de los hijos.
  • Del mito del cuento de hadas al ritual patriarcal

    Con estos tres ejes en mente, no sorprende que muchas de nuestras celebs pop favoritas terminen replicando mandatos patriarcales —o, al menos, que así se nos muestren frente a las cámaras. 

    Así, la boda de ensueño, la historia de la media naranja, el poder casi omnipotente del amor de parejas y el amor eterno, son en realidad mandatos patriarcales que se renuevan y se reeditan en cada generación —esta es una viejísima historia que conocen nuestras madres, nuestras abuelas y las abuelas de nuestras abuelas, pero en diferentes palabras— a través de la cultura popular, los medios de comunicación y las redes sociales, presentándose estetizados y adaptados a los tiempos actuales, pero manteniendo el mismo mensaje de fondo: el camino a la felicidad femenina es a través de la pareja, la familia tradicional y la renuncia a la autonomía persona. 

    Del mito del cuento de hadas, de la boda ideal, de la felicidad eterna, terminamos atrapadas en rituales que funcionan en conjunto con el capitalismo y el patriarcado para proponer y reforzar modelos de vida tradicionales, al estilo conservador blanco. 

    Durante nuestra conversación, Lala reafirma una realidad: la función principal de este conjunto de rituales es construir un tipo de deseo que resulta muy efectivo y penetrante en nuestra vida y expectativas como mujeres, pues se implanta la idea de que la boda y la familia tradicional es la cúspide del “logro femenino”.

    ¿Y si quiero casarme?

    Ser feminista implica una “caída de velos”, como lo dice Pasquinelli durante la conversación, para tomar conciencia de realidades que no son alegres, pero que son necesarias para la supervivencia.

    Y aunque muchas veces estos velos no sólo caen al suelo, sino que arden con mucha rabia feminista, tomar conciencia y desmitificar el ideal romántico suele ser una tarea complicada. 

    Sin embargo, desde los espacios feministas y diversos sí que hay alternativas: la resistencia feminista colectiva. Esta resistencia implica varias cosas, pero entre las más importantes está reconocer que mujeres y hombres somos educados de maneras completamente distintas sobre el amor y las relaciones, asumir que el modelo del amor romántico, tal como se nos presenta, no va a ocurrir, pues es una construcción cultural y no una realidad alcanzable.

    Por ello, se debe combatir la idea de que los logros personales o profesionales tienen menos valor si una mujer no tiene pareja, o que no está casada, o que logró contraer matrimonio después de años, como en el caso de Selena Gomez que, aunque sólo tiene 33 años de edad, ya recibía felicitaciones por alcanzar el matrimonio a tan “tardía edad” y preferir esperar por “el indicado”.

    No se trata de negar el deseo de tener una pareja, sino de descentralizarla como el único camino hacia la felicidad y la realización personal. Como explica Lala, implica construir una vida auténtica y con sentido para nosotras mismas, sostenida por una red diversa de afectos y experiencias que nos fortalezcan y nos mantengan autónomas.