La Constitución Política de Estados Unidos Mexicanos de 1917 es nuestro instrumento máximo, donde se plasman nuestros Derechos Humanos y Garantías como ciudadanía después de la revolución de 1910, así como las relaciones entre los poderes Ejecutivos, Judicial y legislativo.
Su última reforma fue realizada el pasado 17 de enero de 2025, sin embargo, “se les pasó” corregir el primer párrafo de nuestra carta magna, el cual sigue refiriéndose en masculino: “El C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación”, invisibilizando nuevamente que es lA C. PrimerA JefA del Ejército Constitucionalista, es mujer, no un hombre, lo cual históricamente no nos sorprende.
A las mujeres nos ha costado muchos años y triples esfuerzos el ir “ganando” espacios y visibilizarnos, aun y cuando en la Constitución Mexicana se plasman nuestros derechos ¿tenemos que seguir luchando por ellos?, esto nos habla del abismo entre lo escrito, la política pública, los órdenes de gobierno y la realidad, los cuáles parece que van hacia caminos diferentes.
La realidad cotidiana lo hace visible todos los días, recién lo vimos el 8M en las vallas que “protegían” el palacio nacional, a través de las denuncias plasmadas en las pancartas y consignas de la marcha, en las noticias cotidianas que refieren las violencias hacia las mujeres, en el número de feminicidios, en las cifras de los rezagos en educación, salud, trabajo y economía.
Lo cual, tal vez siga sin cambiar después de la escena del 9 de marzo en el Zócalo, donde la selfie morenista era más importante que el apegarse al protocolo de llegada de la primera mandataria de México, de éstos “desaires” hay un largo listado y le llamamos violencia, micromachismos y estructura patriarcal.
La resistencia para negar y violentar simbólica, física e institucionalmente a las mujeres es desalentadora, y si eso pasa con una mujer presidentA, qué nos esperamos las mujeres de a pie, ergo todas las iniciativas que siguen esperando para ser validadas seguirán esperando porque no somos prioridad, “somos servilleta y el recibo de luz”, diría Julieta Venegas.
Hay largas filas, muchas carpetas abiertas, denuncias y otro tanto de casos, que cómo no cumplen con los “requisitos jurídicos”, o no se tiene la solvencia económica para iniciar un juicio, seguramente se quedarán impunes, sólo en la memoria de las mujeres y sus familias afectadas y frustradas al no encontrar el acompañamiento institucional para ejercer su derecho plasmado en la Constitución.
La justicia, el trabajo psicoterapéutico y la reparación del daño es un derecho constitucional de las mujeres que han sido violentadas, lo cual cuando se obtiene y ejerce puede contribuir a que la víctima pueda sobreponerse y volver a retomar su vida, lo cual no es nada fácil por el impacto de la violencia que ejercieron sobre ellas, ese evento nunca podrá borrarse.
En tal sentido, la mayoría de las víctimas como son nombradas en la Ley de Acceso a una Vida Libre de Violencia, y que en otros contextos les nombramos supervivientes, renacidas, mujeres de fuerza y con gran valentía, ya que han vuelto a nacer, y en ese renacer han decidido seguir reparándose a sí mismas y acompañando a otras mujeres.

En el caso de Carolina Ramírez, socióloga, defensora de derechos humanos y feminista, nunca se imaginó vivir la máxima expresión de la violencia. Ella es sobreviviente de tentativa de feminicidio por parte de su expareja en 2014, comenta al respecto: “Viví una violencia tremenda, desde martillazos, cortes con cúter y cuchillo, golpes con tubos, me echaba agua fría y caliente, grababa cómo me iba a matar, o sea como esas películas de terror, vejaciones terribles”.
Pese a todo esto, pudo escapar sin saber que afuera le esperaría otra tortura, la institucional: “Llegué al hospital y empezó el sufrir de nuevo en el sistema de salud, donde no conocen las normas, no hay procedimientos, que se supone que están en papel y tinta, pero que no se llevan a cabo, y finalmente de todo el proceso de procuración de justicia”.
Carolina después de todo este caminar revictimizante y con un poco más de fuerza física y emocional decidió crear la Colectiva se Sobrevivientes de Feminicidio, convencida de la ausencia del acompañamiento institucional y la importancia de las redes de apoyo para sobrevivir nuevamente al caminar de trámites, pagos de copias y diligencias, procesos terapéuticos, de salud, y ante la imposibilidad de trabajar durante un tiempo debido a las heridas e impacto de su agresor.
De igual forma, Ana Valderrama, una hija aterrada por lo que le pasó a su madre, la cual casi pierde en la tentativa de feminicidio, entró en shock emocional al enterarse de la tentativa, y de qué el perpetuador era su padre, al cual recién había conocido y quién en todo momento se mostró cariñoso y atento: “Cuando yo llamaba a mi mamá, él contestaba su celular y me decía que estaba dormida y no quería despertarla para que descansara.
Yo le creía porque recién había salido del hospital por su problema cardiovascular, el caso es qué cuando fue recurrente que no me contestará a mí, a mi hermano, a sus amigas y a su jefa, comenzamos a dudar”. La rabia, la impotencia y la tristeza de saber lo que su padre le había hecho a su madre la llenó de contradicciones y la vulneró. Afortunadamente, sigue trabajando en ella y participa en la Colectiva de Sobrevivientes, además del proyecto de lectura para la niñez y la juventud de Aves y Moras, y las Bientrechas, desde donde acompaña a mujeres sobrevivientes de tentativa de feminicidio a tramitar su vivencia hacia la pulsión de vida.
Ana, una chica con una historia de violencia sexual desde la infancia se enfrentó a un levantón de camino a su casa: “Se me emparejó un hombre con su combi y me dijo que me subiera, que me daba un raite, le dije que no, y seguí caminando más rápido, no había nadie alrededor, éste me interceptó y me subió a la combi a la fuerza, me violó y me aventó, cómo pude me levante y llegué a mi casa”.
Años después, comenzó una relación, la cual ya no era de su agrado por diversas circunstancias, así que terminó con su expareja, éste no aceptó su decisión y comenzó a golpearla, ella no entendía qué pasaba y forcejeando intentó zafarse en varias ocasiones. En un segundo, él le pido perdón, ella pensó que la dejaría de golpear, sin embargo, acentuó su frase: “Perdóname, pero tengo que matarte” y volvió a estrellarle la cabeza contra el suelo.
Ella menciona que ya sin fuerza vino a su mente la figura de su mamá y pensó, no puedo dejarla sola, y fue en un segundo que pudo empujarlo y salir corriendo, toda ensangrentada a buscar ayuda. Le costó tiempo entender cómo es que alguien que decía “quererla tanto” quería matarla. Ella tuvo que salir de su estado por seguridad, por fortuna ahora tiene su propio proyecto, es autónoma y es una mujer, que pese a la mala experiencia institucional jurídica encontró a una red de apoyo para persistir buscando justicia la cual nunca llegó.
En el caso de Eloísa, vivió Acoso y hostigamiento sexual-laboral, hace cinco años en dónde resulta que “Pudo más su tuit que la justicia” así nombró su propio artículo escrito para Pikara Magazine. Periodista en temas internacionales la cual cubrió la hambruna en Kenia, el post sismo en Nepal, y elaboraba mapas y numerálias para evidenciar la violencia contra las mujeres en el mundo, sin pensar que ella se sumaría a esas estadísticas y denuncias.
Vivió en carne propia aquello que denunciaban recurrentemente las mujeres: “Tardé tres años para darme cuenta de que mi jefe directo era mi hostigador sexual, tomé fuerzas para reportarlo ante Recursos Humanos en junio 2017 y frenó su acoso sexual, pero vino otro más fuerte: el acoso laboral de la institución, lo cual me costó el trabajo y mi carrera profesional. Presenté una demanda administrativa laboral contra el periódico y no pasó nada, en 2019 el movimiento #MeToo prendió en México, publiqué mi caso en Twitter y a menos de 48 horas el periódico despidió a mi hostigador, solo así llego la justicia, hasta cierto punto”.
Finalmente, estos casos nos obligan a cuestionar, una vez más, la ineficacia de las instituciones, las leyes y el personal que, con poca o nula capacitación, sigue sin responder ante estas violencias. Una vez más, lo escrito no garantiza los derechos, aunque estos estén en la Constitución Mexicana, en los Tratados Internacionales o en el sistema de procuración de justicia. A estas alturas, ¿las mujeres seguimos teniendo que pelear por lo que ya nos corresponde?
Denunciar para que no nos crean o nos cuestionen. Buscar apoyo psicológico especializado y recibir una cita cada tres meses. Criar solas a nuestras hijas e hijos. Sobrevivir sin empleo mientras intentamos cubrir renta y servicios. ¿A eso le llamamos tener derechos? ¿A eso le llamamos justicia? No. A eso le llamamos tiempo de mujeres.